A MARIA LUISA CALDERON
La hermosa niña oía
la canción que en la sombra dio el Amado.
La tierna melodía
le entraba al corazón
dejándolo llagado.
Así era la canción:
Que hermosura la tuya, que hermosura
vencedora de todos cuando asoma !
Destellan luz crepuscular y pura
tus ojos de paloma:
Y en tus cabellos de rizada seda
el corazón se enreda
como el cabro en las zarzas de la loma.
Tu hablar es el murmullo de una fuente
en cuyo son apenas se adivina
lo que allí llora de canción doliente,
lo que allí ríe de inquietud divina.
Bulle en tus labios la encendida grana
que la alborada deja
para teñir el sol de la mañana:
y cada diente tuyo es una oveja
melliza en el tamaño y en la albura
de la otra que a su lado
rivales no ha encontrado
sino hermanas de brillo y galanura.
Tus mejillas decora
la púrpura que tiñe la granada
cuando el sol de verano la colora;
perfectos, de belleza inmaculada,
tus pechos son dos lirios escondidos
en la sombra que brindan los barrancos:
tus pechos son dos lirios, lirios blancos
en una misma rama florecidos.
Como viento en el cáliz de la rosa
aérea y vaporosa
tu planta se resbala;
leche tu lengua en la palabra vierte;
tu pecho aroma en la virtud exhala;
y me parece, al verte,
que apenas puedes ocultar el ala !.....—
Se alejaba el Amado, a la harmoniosa
cadencia de su canto,
y se iba detrás de El la niña hermosa,
aprisionada en el celeste encanto.
Caminaban sin fin por el arcano
de un espacio sin linde ni barrera,
como si huyendo del dolor humano
buscasen una eterna primavera.
Fue el alba, fue la noche, volvió el día
mas no se vio el idilio terminado;
al ritmo de la blanda melodía,
la hermosa niña siempre proseguía
tras su dueño y su Amado.
Mas allá de una estrella se perdía . . .
y hasta hoy no ha regresado.
La hermosa niña oía
la canción que en la sombra dio el Amado.
La tierna melodía
le entraba al corazón
dejándolo llagado.
Así era la canción:
Que hermosura la tuya, que hermosura
vencedora de todos cuando asoma !
Destellan luz crepuscular y pura
tus ojos de paloma:
Y en tus cabellos de rizada seda
el corazón se enreda
como el cabro en las zarzas de la loma.
Tu hablar es el murmullo de una fuente
en cuyo son apenas se adivina
lo que allí llora de canción doliente,
lo que allí ríe de inquietud divina.
Bulle en tus labios la encendida grana
que la alborada deja
para teñir el sol de la mañana:
y cada diente tuyo es una oveja
melliza en el tamaño y en la albura
de la otra que a su lado
rivales no ha encontrado
sino hermanas de brillo y galanura.
Tus mejillas decora
la púrpura que tiñe la granada
cuando el sol de verano la colora;
perfectos, de belleza inmaculada,
tus pechos son dos lirios escondidos
en la sombra que brindan los barrancos:
tus pechos son dos lirios, lirios blancos
en una misma rama florecidos.
Como viento en el cáliz de la rosa
aérea y vaporosa
tu planta se resbala;
leche tu lengua en la palabra vierte;
tu pecho aroma en la virtud exhala;
y me parece, al verte,
que apenas puedes ocultar el ala !.....—
Se alejaba el Amado, a la harmoniosa
cadencia de su canto,
y se iba detrás de El la niña hermosa,
aprisionada en el celeste encanto.
Caminaban sin fin por el arcano
de un espacio sin linde ni barrera,
como si huyendo del dolor humano
buscasen una eterna primavera.
Fue el alba, fue la noche, volvió el día
mas no se vio el idilio terminado;
al ritmo de la blanda melodía,
la hermosa niña siempre proseguía
tras su dueño y su Amado.
Mas allá de una estrella se perdía . . .
y hasta hoy no ha regresado.
VICTOR MANUEL ALBORNOZ
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