Señorita Rectora,
Señores Profesores
Señoritas alumnas
Comprender a otra persona equivale a tender entre ellas un puente invisible de atracción que las acerca, que muchas veces las identifica en un propósito y que, en todo caso, sírveles para acortar la distancia que hay en el mundo de las ideas germinadas en sus cerebros o de los sentimientos despertados en las reconditeces de cada corazón.
Llegar a entenderse, conseguir que los propósitos y las acciones coincidan en una sola meta, equivale a unificar las almas, a elevarlas a una región superior en que se ciernen en espacio sin nubes, bajo un sol de majestuosa serenidad.
Comprensión es palabra sinónima de acercamiento espiritual, de comunión de almas –sin la que nada es valedero ni perdurable- pues es lo único que honra y engrandece, así a las personas como a los pueblos que buscan su superación.
De un caso de estos quiero hablaros, distinguidas alumnas de este prestigioso plantel, porque trato de presentar sencillamente una lección, mejor dicho un repaso de lección, porque estoy seguro que lo que voy a decir lo sabéis de antemano vosotras; pero en una aula de colegio conviene repetir lo ya sabido, a fin de que se grave más profundamente en las mentes juveniles, que son las que pronto habrán de señalar los derroteros por los que la sociedad conduzca el bienestar de la Patria.
Es el caso de una familia ecuatoriana, de una familia ecuatoriana por excelencia no obstante que quien la forma aquí es un extranjero en lo geográfico, si bien en lo espiritual hay que considerarlo, con justicia, como una gloria del Ecuador: se trata de don Francisco García Calderón, nativo de Pinar del Río, ciudad de la esplendorosa isla de Cuba, de la que, después de servicios militares durante diez años, cuando cuenta veintiséis de edad se traslada a la Audiencia de Quito y fija su residencia primeramente en Guayaquil. Allí, en la hermosa tierra de los palmares, el año de 1800 contrae matrimonio con una de las damas más notables de ese puerto: con Doña Manuel Garaicoa y Llaguno, hija del español don Francisco Ventura de Garaycoa y de la guayaquileña doña María Eufemia de Llaguno y Larrea. El amor los une, porque el amor tiene por patria todas las patrias, por camino todos los caminos, siempre que ellos converjan en el jardín prometido a su fe, a la expansión de sus ensueños, al florecimiento de sus esperanzas, a la culminación de su ideal.
Después del advenimiento de su primogénita, María de las Mercedes, habiendo recibido don Francisco Calderón el nombramiento de Ministro Contador de las Reales Cajas de Cuenca, trasladándose con su familia a esta ciudad, en donde nacieron sus otros cuatro hijos: Abdón Senén, en 1804; Baltasara, en 1806; María del Carmen, en 1807, y Francisco en 1809.
He aquí cómo en este delicioso paraje de serranía andina confluyen, se juntan por el impulso de la comprensión, por el milagro del amor, personas de distintas cunas, vástagos de la distante Europa, hijos de la acogedora América, de Cuba y del Ecuador, de Pinar del Río, de Guayaquil y de Cuenca.
Cuenca paraíso escondido entre cumbres, a más de dos mil quinientos metros de altura de diferencia con las playas marinas, es entonces una ciudad recogida en sí misma, cuyos habitantes apenas sobrepasan de los diez mil, con fama de altivos y rebeldes, de amigos de las letras, de hospitalarios y leales siempre a sus convicciones, sean éstas de carácter religioso, político o social, que las saben defender con demedo y hasta el sacrificio.
La familia Calderón-Garaicoa habitó aquí en la casona de la Calle Real (hoy Bolívar), en la esquina opuesta al templo de San Agustín (que después fue reemplazado con el de San Alfonso) y en el mismo sitio en el que ahora se levanta el edificio del Banco del Azuay, en cuyo frontis debiera colocarse una placa de bronce en recuerdo de que en ese lugar habitaron dos próceres de nuestra independencia y nacieron cuatro hijos suyos, que también lo fueron en grado superlativo. Esa casa, más que casa de administración económica fiscal, se la hubiera creído, por quienes en ella moraban, nido de águilas o cubil de leones, siendo en realidad admirable reducto de heroísmo en la epopeya magnpifica por crear una nación libre y soberana.
Producida la revolución de Quito del 10 de Agosto de 1809, las autoridades españolas de Cuenca tratan de obligar a don Francisco Calderón (que prescinde ya de su primer apellido) a que entregue los fondos que maneja, a fin de equipar con ellos las tropas que vayan a combatir a los patriotas quiteños. Calderón se niega resueltamente a ello, por lo que sus superiores jerárquicos lo destituyen del cargo, le confiscan todos sus bienes, lo apresan, lo engrillan y así maniatado lo envían a Guayaquil, donde por orden del despótico Bartolomé Cucalón lo encierran en un calabozo y le infieren bárbaros maltratos.
Después de haber permanecido por largo tiempo en la prisión, sale de ésta y apenas puede hacerlo se incorpora a los insurgentes, divididos, por desgracia, en dos bandos rivales: uno llamado montufarista, que reconoce por Jefe al Marqués de Selva Alegre, don Juan Pío Montúfar, y otro, denominado sanchista, que sigue a don José Sánchez, Marqués de Villa Orellana. Don Francisco Calderón –ya con grado de Coronel, se pone al mando de las tropas, las cuales llegan a contar tres mil soldados en sus filas. Con ellas, presenta combate en Verdeloma, el primer Verdeloma, el 24 de Junio de 1812, alcanzando una victoria que, por su desunión, no supieron aprovecharla los patriotas, pues permitieron que el ejército español se apoderara de Quito, obteniendo fácil triunfo.
Calderón, con seiscientos soldados, fue a parar en desastrosa retirada en Yahuarcocha, siendo allí derrotados por los realistas; mediante ardides y engaños cae prisionero de éstos y por orden del Comandante General de las Fuerzas Españolas, el sanguinario don Juan Sámano, sella con su sangre el culto a la Libertad al ser fusilado en Ibarra el 3 de Diciembre de 1812.
La viuda de Calderón, doña Manuel Garaicoa y Llaguno, siguiendo las huellas de su benemérito esposo, continúa la obra de éste con el mismo encendido empeño por la causa de la independencia ecuatoriana, si ya no a sangre y fuego en los campos de batalla, a fuerza de constante e inteligente labor en medio de la sociedad guayaquileña, a la que se reincorpora después de la tragedia de su hogar. Allí educa a sus hijos, inculcándoles el mismo fervoroso anhelo de contar con una Patria dueña de sus destinos.
Doña Manula fue una dama que supo cultivar los tesoros de la mente. Se conservan de ella cartas a diversos personajes, expresando sus pensamientos correctamente y con galanura. Cosa excepcional en aquellos tiempos, entre las mujeres, hasta compuso versos de suave melodía que se distinguen por el inflamado acento de admiración y simpatía a Simón Bolívar.
Nacida en Guayaquil en Junio de 1784, murió ya muy anciana, en Lima, en donde permanecieron sus restos por muchos años, hasta que fueron repatriados, llegando a Guayaquil el 24 de Junio de 1951, tributándoseles un grandioso recibimiento, acompañándolos hasta el cementerio las autoridades, inmenso cortejo de damas y caballeros, las niñas de todos los colegios y escuelas, la guarnición militar íntegra y el pueblo en general.
Doña Manuela tuvo diez y nueve hermanos: todos ellos, hombres y mujeres, fervorosos patriotas.
Me resta añadir algunos datos respecto a los hijos, que como es natural, recibieron de los padres todo el entusiasmo, toda la decisión por servir abnegadamente, a la noble causa de la emancipación.
Mercedes Calderón Garaicoa, nace en Guayaquil el 7 de Enero de 1801. Se casa en 1824 con don Bartolomé Francisco Ayluardo. Después de diez años de matrimonio deja cuatro hijos, falleciendo en su ciudad natal el 2 de Mayo de 1834, después de una existencia tranquila, dedicada a los deberes del hogar.
Abdón Senén Calderón Garaicoa. Sus hazañas sorprenden, su heroísmo causa estupor, su memoria inspira veneración , porque raras veces se ha podido segar tantos laureles en espacio de tiempo tan breve que apenas si comprende una alba que surge, una juventud que nace y presto se trocha, pero dejando huella indeleble de su arrogancia.
Quienes no han ahondado en el conocimiento de la historia patria imaginan que la vida de Abdón Calderón está tal vez entretejida de episodios en que el atractivo singular lo pone la leyenda. Y gentes extranjeras, ignorantes o envidiosas, incapaces de comprender que a veces se producen ejemplares humanos en que, por decirlo así, el alma madura pronto para dar frutos de excelencia, llegan a la temeridad de decir que Calderón no es sino un mito creado por la fantasía exuberante del Libertador.
Sin embargo, la vida de Abdón Calderón resiste el más minucioso examen. No hay dificultad en seguirla paso a paso, comprobando el último detalle, porque toda ella se basa en documentos irrefutables de fácil consulta.
En el Archivo de la parroquia religiosa del Sagrario de Cuenca consta su partida de nacimiento, ocurrida el 31 de Julio de 1804.
Las primeras letras se las enseña el Dr. José María de Landa y Ramírez. Cuando cuenta nueve años de edad, abandona Cuenca en junta de su familia y se traslada a Guayaquil, donde su tío don Francisco Javier Garaicoa le inculca la enseñanza inicial en humanidades; más tarde amplían sus conocimientos Olmedo y Vicente Rocafuerte, quien le da lecciones de Geografía y francés. Cumplido los diez y seis años ingresa en el Ejército y toma parte activa el 9 de Octubre de 1820, jornada en la que actúa a órdenes de Febres Cordero, otorgándosele por su comportamiento las presillas de Subteniente.
En el Batallón “Voluntarios de la Patria” se enfrenta en Camino Real con los realistas y sobresale su actitud en tal forma que el Coronel Luis de Urdaneta pide el ascenso de Calderón a Teniente, por haber demostrado –dice- “después de un valor heroico, la más recomendable decisión por nuestra causa”
Toma parte en la infausta acción de Huachi. En Enero de 1821, a órdenes del Coronel argentino José García, demuestra su denuedo en los abruptos campos de Tanizagua.
Incorporado al Batallón “Libertadores”, interviene con su acostumbrado valor en el combate de Yaguachi, en que el ejército mandado por Sucre alcanza la victoria sobre el realista. Luego, toma parte también en el desastre del segundo Huachi.
En la campaña que Sucre emprende para juntar en Saraguro sus fuerzas a las del General Santa Cruz, Calderón va como Teniente de la Tercera Compañía del “Yaguachi”. De este modo regresa a su tierra natal de Cuenca, en la que permanece pocos días, siguiendo rumbo al norte. El 21 de Abril de 1822 es uno de los esforzados combatientes que obtienen la victoria en las llanuras de Tapi. Y el 24 de Mayo de ese mismo año se corona de gloria en los riscos del Pichincha, destacándose entre miles de valientes.
Con frase sobria, el General Sucre exalta el heroísmo de Calderón en el parte oficial de la batalla con estos términos “Hago una particular memoria de la conducta del Teniente Calderón, que habiendo recibido sucesivamente cuatro heridas, no quiso retirarse del combate. Probablemente morirá; pero el Gobierno de la República sabrá recompensar a su familia los servicios de este oficial heroico.” El parte, el 28 de Mayo –cuatro días después de la batalla- indica que Calderón todavía vive, siendo de creerse que días después fallece, tributándosele honores de Capitán, pues Sucre lo asciende póstumamente a ese grado militar.
Tal es la síntesis biográfica de Abdón Calderón, cuya vida pública –que sólo abarca veinte meses-, no obstante ser tan corta, halla tan larga repercusión en la Historia. Toda ella puede ser comprobada con innumerables documentos, entre los cuales el que más le honra es el decreto de Bolívar disponiendo que la Compañía del Yaguachi no tenga otro Capitán que Calderón y que, al llamado por su nombre en las revistas, los soldados respondan: “Murió gloriosamente en Pichincha, pero vive en nuestros corazones.
Baltasara Calderón y Garaicoa, nacida en Cuenca el 6 de Enero de 1806, pone de manifiesto sus magnífIcos dotes de civismo en los anales de la República. Contrae matrimonio con su tío don Vicente Rocafuerte. En la vida del ilustre estadista, llena de episodios admirables, ya como Presidente del Ecuador, ya como Gobernador de Guayaquil, ya como infatigable luchador con las armas y con la voz elocuente y agresiva, la figura de su noble esposa adquiere relieve singular, pues ella inspira a su marido muchas acciones buenas, la última de las cuales fue hacer que este deje en su testamento una suma considerable para la construcción de la carretera de Cuenca a Naranjal.
Al morir Rocafuerte en Lima el 16 de Mayo de 1847, un escritor inverecundo, un sacerdote inteligente pero procaz –el Dr. Hermenegildo Noboa, pretente empañar el lustre del renombre del egregio repúblico. Entonces, doña Baltasara, con la decisión y valentía propias de su estirpe, toma la pluma, la hace correr ágil y resuelta por las páginas que escribe, refuta al detractor con vigorosa dialéctica e irrebatibles pruebas, destruye las aseveraciones falsas
María del Carmen Calderón Garaicoa, nace en Cuenca el 17 de Julio de 1807. Como a toda mujer bella, Bolívar le rinde sus homenajes a esta linda flor de los cármenes ecuatorianos, que ella, ilusa, los recibe, entretejiendo quién sabe qué ensueños e ilusiones. Como otras doncellas fascinadas por el brillo de la gloria de ese gran creador de naciones, ella siente por éste un gran escozor que le atormenta el corazón con el idilio que forja y guarda oculto en la callada soledad de su corazón. Es lo cierto que en su pecho virginal no se cicatrizó su herida a través de los años, por lo que no se resolvió nunca a cambiar de estado, manteniéndose en soltería irremediable, de las que no hallan más sol que el de la nostalgia y el recuerdo. Su silencioso holocausto en el ara de la resignación sólo terminó el día de su muerte.
Francisco Calderón Garaicoa, nace en Guayaquil el 4 de Octubre de 1810. Es otro prócer de las luchas de la emancipación. De diez años de edad ingresa de guardia marina y uno después como un bravo a bordo de la Goleta “Alcance”, defendiendo el puerto de Guayaquil amagado por buques españoles. En 1825 toma parte en el bloqueo del Callao, distinguiéndose por su valor, hasta que la escuadra unida de Colombia y el Perú logran la rendición del General Rodil. Alcanza el Grado de Capitán de Marina. Contrae matrimonio en Lima y al morir en esa capital deja dos hijos: Clemente y Manuela Calderón Froment.
Tal es en síntesis, la vida de los miembros de una familia que, acaso como ninguna, contribuyó a cimentar la nacionalidad ecuatoriana. Son vidas ejemplares las de los Calderón, las de los Garaicoas; porque sus vidas, no son las de los héroes fortuitos, como tantos que las circunstancias improvisan. Su valor, es fruto de reflexión, consecuencia de ideas bien formadas, aspiración de cumplir un ideal bien definido: el de tener una Patria libre, porque tienen el íntimo convencimiento de que sólo al amparo de la Libertad los pueblos pueden ser venturosos, prósperos y grandes.
Por eso, el Ecuador les ha manifestado imperecedero reconocimiento, ya inscribiendo sus hechos de gloria o pregonándolos orgullosamente para que la colectividad los recuerde. Las calles de la ciudad ostentan los nombres del Coronel Francisco Calderón y el de su hija Baltasar Calderón de Rocafuerte. En la República se han levantado tres monumentos en homenaje a Abdón Calderón; y el tributo de admiración y gratitud a doña Manuela Garaicoa de Calderón lo constituye este prestigioso Colegio, que es también magnífico monumento erigido a su memoria en Cuenca: un monumento hecho con materiales más preciados que el bronce y el mármol, porque lo sustenta el tesoro de la educación y lo remata el triunfo de la cultura. Cuidadlo vosotras, alumnas de este Colegio; engrandecedlo aún más con vuestros talentos, con vuestro afán de estudio, con vuestra constante superación y tened presente que vosotras sois las flores de la mejor corona que Cuenca ha ofrendado a la memoria de doña Manuela Garaicoa de Calderón, la insuperable maestra del heroísmo ecuatoriano.
Muchas gracias.
VICTOR MANUEL ALBORNOZ
Señores Profesores
Señoritas alumnas
Comprender a otra persona equivale a tender entre ellas un puente invisible de atracción que las acerca, que muchas veces las identifica en un propósito y que, en todo caso, sírveles para acortar la distancia que hay en el mundo de las ideas germinadas en sus cerebros o de los sentimientos despertados en las reconditeces de cada corazón.
Llegar a entenderse, conseguir que los propósitos y las acciones coincidan en una sola meta, equivale a unificar las almas, a elevarlas a una región superior en que se ciernen en espacio sin nubes, bajo un sol de majestuosa serenidad.
Comprensión es palabra sinónima de acercamiento espiritual, de comunión de almas –sin la que nada es valedero ni perdurable- pues es lo único que honra y engrandece, así a las personas como a los pueblos que buscan su superación.
De un caso de estos quiero hablaros, distinguidas alumnas de este prestigioso plantel, porque trato de presentar sencillamente una lección, mejor dicho un repaso de lección, porque estoy seguro que lo que voy a decir lo sabéis de antemano vosotras; pero en una aula de colegio conviene repetir lo ya sabido, a fin de que se grave más profundamente en las mentes juveniles, que son las que pronto habrán de señalar los derroteros por los que la sociedad conduzca el bienestar de la Patria.
Es el caso de una familia ecuatoriana, de una familia ecuatoriana por excelencia no obstante que quien la forma aquí es un extranjero en lo geográfico, si bien en lo espiritual hay que considerarlo, con justicia, como una gloria del Ecuador: se trata de don Francisco García Calderón, nativo de Pinar del Río, ciudad de la esplendorosa isla de Cuba, de la que, después de servicios militares durante diez años, cuando cuenta veintiséis de edad se traslada a la Audiencia de Quito y fija su residencia primeramente en Guayaquil. Allí, en la hermosa tierra de los palmares, el año de 1800 contrae matrimonio con una de las damas más notables de ese puerto: con Doña Manuel Garaicoa y Llaguno, hija del español don Francisco Ventura de Garaycoa y de la guayaquileña doña María Eufemia de Llaguno y Larrea. El amor los une, porque el amor tiene por patria todas las patrias, por camino todos los caminos, siempre que ellos converjan en el jardín prometido a su fe, a la expansión de sus ensueños, al florecimiento de sus esperanzas, a la culminación de su ideal.
Después del advenimiento de su primogénita, María de las Mercedes, habiendo recibido don Francisco Calderón el nombramiento de Ministro Contador de las Reales Cajas de Cuenca, trasladándose con su familia a esta ciudad, en donde nacieron sus otros cuatro hijos: Abdón Senén, en 1804; Baltasara, en 1806; María del Carmen, en 1807, y Francisco en 1809.
He aquí cómo en este delicioso paraje de serranía andina confluyen, se juntan por el impulso de la comprensión, por el milagro del amor, personas de distintas cunas, vástagos de la distante Europa, hijos de la acogedora América, de Cuba y del Ecuador, de Pinar del Río, de Guayaquil y de Cuenca.
Cuenca paraíso escondido entre cumbres, a más de dos mil quinientos metros de altura de diferencia con las playas marinas, es entonces una ciudad recogida en sí misma, cuyos habitantes apenas sobrepasan de los diez mil, con fama de altivos y rebeldes, de amigos de las letras, de hospitalarios y leales siempre a sus convicciones, sean éstas de carácter religioso, político o social, que las saben defender con demedo y hasta el sacrificio.
La familia Calderón-Garaicoa habitó aquí en la casona de la Calle Real (hoy Bolívar), en la esquina opuesta al templo de San Agustín (que después fue reemplazado con el de San Alfonso) y en el mismo sitio en el que ahora se levanta el edificio del Banco del Azuay, en cuyo frontis debiera colocarse una placa de bronce en recuerdo de que en ese lugar habitaron dos próceres de nuestra independencia y nacieron cuatro hijos suyos, que también lo fueron en grado superlativo. Esa casa, más que casa de administración económica fiscal, se la hubiera creído, por quienes en ella moraban, nido de águilas o cubil de leones, siendo en realidad admirable reducto de heroísmo en la epopeya magnpifica por crear una nación libre y soberana.
Producida la revolución de Quito del 10 de Agosto de 1809, las autoridades españolas de Cuenca tratan de obligar a don Francisco Calderón (que prescinde ya de su primer apellido) a que entregue los fondos que maneja, a fin de equipar con ellos las tropas que vayan a combatir a los patriotas quiteños. Calderón se niega resueltamente a ello, por lo que sus superiores jerárquicos lo destituyen del cargo, le confiscan todos sus bienes, lo apresan, lo engrillan y así maniatado lo envían a Guayaquil, donde por orden del despótico Bartolomé Cucalón lo encierran en un calabozo y le infieren bárbaros maltratos.
Después de haber permanecido por largo tiempo en la prisión, sale de ésta y apenas puede hacerlo se incorpora a los insurgentes, divididos, por desgracia, en dos bandos rivales: uno llamado montufarista, que reconoce por Jefe al Marqués de Selva Alegre, don Juan Pío Montúfar, y otro, denominado sanchista, que sigue a don José Sánchez, Marqués de Villa Orellana. Don Francisco Calderón –ya con grado de Coronel, se pone al mando de las tropas, las cuales llegan a contar tres mil soldados en sus filas. Con ellas, presenta combate en Verdeloma, el primer Verdeloma, el 24 de Junio de 1812, alcanzando una victoria que, por su desunión, no supieron aprovecharla los patriotas, pues permitieron que el ejército español se apoderara de Quito, obteniendo fácil triunfo.
Calderón, con seiscientos soldados, fue a parar en desastrosa retirada en Yahuarcocha, siendo allí derrotados por los realistas; mediante ardides y engaños cae prisionero de éstos y por orden del Comandante General de las Fuerzas Españolas, el sanguinario don Juan Sámano, sella con su sangre el culto a la Libertad al ser fusilado en Ibarra el 3 de Diciembre de 1812.
La viuda de Calderón, doña Manuel Garaicoa y Llaguno, siguiendo las huellas de su benemérito esposo, continúa la obra de éste con el mismo encendido empeño por la causa de la independencia ecuatoriana, si ya no a sangre y fuego en los campos de batalla, a fuerza de constante e inteligente labor en medio de la sociedad guayaquileña, a la que se reincorpora después de la tragedia de su hogar. Allí educa a sus hijos, inculcándoles el mismo fervoroso anhelo de contar con una Patria dueña de sus destinos.
Doña Manula fue una dama que supo cultivar los tesoros de la mente. Se conservan de ella cartas a diversos personajes, expresando sus pensamientos correctamente y con galanura. Cosa excepcional en aquellos tiempos, entre las mujeres, hasta compuso versos de suave melodía que se distinguen por el inflamado acento de admiración y simpatía a Simón Bolívar.
Nacida en Guayaquil en Junio de 1784, murió ya muy anciana, en Lima, en donde permanecieron sus restos por muchos años, hasta que fueron repatriados, llegando a Guayaquil el 24 de Junio de 1951, tributándoseles un grandioso recibimiento, acompañándolos hasta el cementerio las autoridades, inmenso cortejo de damas y caballeros, las niñas de todos los colegios y escuelas, la guarnición militar íntegra y el pueblo en general.
Doña Manuela tuvo diez y nueve hermanos: todos ellos, hombres y mujeres, fervorosos patriotas.
Me resta añadir algunos datos respecto a los hijos, que como es natural, recibieron de los padres todo el entusiasmo, toda la decisión por servir abnegadamente, a la noble causa de la emancipación.
Mercedes Calderón Garaicoa, nace en Guayaquil el 7 de Enero de 1801. Se casa en 1824 con don Bartolomé Francisco Ayluardo. Después de diez años de matrimonio deja cuatro hijos, falleciendo en su ciudad natal el 2 de Mayo de 1834, después de una existencia tranquila, dedicada a los deberes del hogar.
Abdón Senén Calderón Garaicoa. Sus hazañas sorprenden, su heroísmo causa estupor, su memoria inspira veneración , porque raras veces se ha podido segar tantos laureles en espacio de tiempo tan breve que apenas si comprende una alba que surge, una juventud que nace y presto se trocha, pero dejando huella indeleble de su arrogancia.
Quienes no han ahondado en el conocimiento de la historia patria imaginan que la vida de Abdón Calderón está tal vez entretejida de episodios en que el atractivo singular lo pone la leyenda. Y gentes extranjeras, ignorantes o envidiosas, incapaces de comprender que a veces se producen ejemplares humanos en que, por decirlo así, el alma madura pronto para dar frutos de excelencia, llegan a la temeridad de decir que Calderón no es sino un mito creado por la fantasía exuberante del Libertador.
Sin embargo, la vida de Abdón Calderón resiste el más minucioso examen. No hay dificultad en seguirla paso a paso, comprobando el último detalle, porque toda ella se basa en documentos irrefutables de fácil consulta.
En el Archivo de la parroquia religiosa del Sagrario de Cuenca consta su partida de nacimiento, ocurrida el 31 de Julio de 1804.
Las primeras letras se las enseña el Dr. José María de Landa y Ramírez. Cuando cuenta nueve años de edad, abandona Cuenca en junta de su familia y se traslada a Guayaquil, donde su tío don Francisco Javier Garaicoa le inculca la enseñanza inicial en humanidades; más tarde amplían sus conocimientos Olmedo y Vicente Rocafuerte, quien le da lecciones de Geografía y francés. Cumplido los diez y seis años ingresa en el Ejército y toma parte activa el 9 de Octubre de 1820, jornada en la que actúa a órdenes de Febres Cordero, otorgándosele por su comportamiento las presillas de Subteniente.
En el Batallón “Voluntarios de la Patria” se enfrenta en Camino Real con los realistas y sobresale su actitud en tal forma que el Coronel Luis de Urdaneta pide el ascenso de Calderón a Teniente, por haber demostrado –dice- “después de un valor heroico, la más recomendable decisión por nuestra causa”
Toma parte en la infausta acción de Huachi. En Enero de 1821, a órdenes del Coronel argentino José García, demuestra su denuedo en los abruptos campos de Tanizagua.
Incorporado al Batallón “Libertadores”, interviene con su acostumbrado valor en el combate de Yaguachi, en que el ejército mandado por Sucre alcanza la victoria sobre el realista. Luego, toma parte también en el desastre del segundo Huachi.
En la campaña que Sucre emprende para juntar en Saraguro sus fuerzas a las del General Santa Cruz, Calderón va como Teniente de la Tercera Compañía del “Yaguachi”. De este modo regresa a su tierra natal de Cuenca, en la que permanece pocos días, siguiendo rumbo al norte. El 21 de Abril de 1822 es uno de los esforzados combatientes que obtienen la victoria en las llanuras de Tapi. Y el 24 de Mayo de ese mismo año se corona de gloria en los riscos del Pichincha, destacándose entre miles de valientes.
Con frase sobria, el General Sucre exalta el heroísmo de Calderón en el parte oficial de la batalla con estos términos “Hago una particular memoria de la conducta del Teniente Calderón, que habiendo recibido sucesivamente cuatro heridas, no quiso retirarse del combate. Probablemente morirá; pero el Gobierno de la República sabrá recompensar a su familia los servicios de este oficial heroico.” El parte, el 28 de Mayo –cuatro días después de la batalla- indica que Calderón todavía vive, siendo de creerse que días después fallece, tributándosele honores de Capitán, pues Sucre lo asciende póstumamente a ese grado militar.
Tal es la síntesis biográfica de Abdón Calderón, cuya vida pública –que sólo abarca veinte meses-, no obstante ser tan corta, halla tan larga repercusión en la Historia. Toda ella puede ser comprobada con innumerables documentos, entre los cuales el que más le honra es el decreto de Bolívar disponiendo que la Compañía del Yaguachi no tenga otro Capitán que Calderón y que, al llamado por su nombre en las revistas, los soldados respondan: “Murió gloriosamente en Pichincha, pero vive en nuestros corazones.
Baltasara Calderón y Garaicoa, nacida en Cuenca el 6 de Enero de 1806, pone de manifiesto sus magnífIcos dotes de civismo en los anales de la República. Contrae matrimonio con su tío don Vicente Rocafuerte. En la vida del ilustre estadista, llena de episodios admirables, ya como Presidente del Ecuador, ya como Gobernador de Guayaquil, ya como infatigable luchador con las armas y con la voz elocuente y agresiva, la figura de su noble esposa adquiere relieve singular, pues ella inspira a su marido muchas acciones buenas, la última de las cuales fue hacer que este deje en su testamento una suma considerable para la construcción de la carretera de Cuenca a Naranjal.
Al morir Rocafuerte en Lima el 16 de Mayo de 1847, un escritor inverecundo, un sacerdote inteligente pero procaz –el Dr. Hermenegildo Noboa, pretente empañar el lustre del renombre del egregio repúblico. Entonces, doña Baltasara, con la decisión y valentía propias de su estirpe, toma la pluma, la hace correr ágil y resuelta por las páginas que escribe, refuta al detractor con vigorosa dialéctica e irrebatibles pruebas, destruye las aseveraciones falsas
María del Carmen Calderón Garaicoa, nace en Cuenca el 17 de Julio de 1807. Como a toda mujer bella, Bolívar le rinde sus homenajes a esta linda flor de los cármenes ecuatorianos, que ella, ilusa, los recibe, entretejiendo quién sabe qué ensueños e ilusiones. Como otras doncellas fascinadas por el brillo de la gloria de ese gran creador de naciones, ella siente por éste un gran escozor que le atormenta el corazón con el idilio que forja y guarda oculto en la callada soledad de su corazón. Es lo cierto que en su pecho virginal no se cicatrizó su herida a través de los años, por lo que no se resolvió nunca a cambiar de estado, manteniéndose en soltería irremediable, de las que no hallan más sol que el de la nostalgia y el recuerdo. Su silencioso holocausto en el ara de la resignación sólo terminó el día de su muerte.
Francisco Calderón Garaicoa, nace en Guayaquil el 4 de Octubre de 1810. Es otro prócer de las luchas de la emancipación. De diez años de edad ingresa de guardia marina y uno después como un bravo a bordo de la Goleta “Alcance”, defendiendo el puerto de Guayaquil amagado por buques españoles. En 1825 toma parte en el bloqueo del Callao, distinguiéndose por su valor, hasta que la escuadra unida de Colombia y el Perú logran la rendición del General Rodil. Alcanza el Grado de Capitán de Marina. Contrae matrimonio en Lima y al morir en esa capital deja dos hijos: Clemente y Manuela Calderón Froment.
Tal es en síntesis, la vida de los miembros de una familia que, acaso como ninguna, contribuyó a cimentar la nacionalidad ecuatoriana. Son vidas ejemplares las de los Calderón, las de los Garaicoas; porque sus vidas, no son las de los héroes fortuitos, como tantos que las circunstancias improvisan. Su valor, es fruto de reflexión, consecuencia de ideas bien formadas, aspiración de cumplir un ideal bien definido: el de tener una Patria libre, porque tienen el íntimo convencimiento de que sólo al amparo de la Libertad los pueblos pueden ser venturosos, prósperos y grandes.
Por eso, el Ecuador les ha manifestado imperecedero reconocimiento, ya inscribiendo sus hechos de gloria o pregonándolos orgullosamente para que la colectividad los recuerde. Las calles de la ciudad ostentan los nombres del Coronel Francisco Calderón y el de su hija Baltasar Calderón de Rocafuerte. En la República se han levantado tres monumentos en homenaje a Abdón Calderón; y el tributo de admiración y gratitud a doña Manuela Garaicoa de Calderón lo constituye este prestigioso Colegio, que es también magnífico monumento erigido a su memoria en Cuenca: un monumento hecho con materiales más preciados que el bronce y el mármol, porque lo sustenta el tesoro de la educación y lo remata el triunfo de la cultura. Cuidadlo vosotras, alumnas de este Colegio; engrandecedlo aún más con vuestros talentos, con vuestro afán de estudio, con vuestra constante superación y tened presente que vosotras sois las flores de la mejor corona que Cuenca ha ofrendado a la memoria de doña Manuela Garaicoa de Calderón, la insuperable maestra del heroísmo ecuatoriano.
Muchas gracias.
VICTOR MANUEL ALBORNOZ
1 comentarios:
Saludo a todos y agaadezco se corrija el Apellido Materno de Doña Maria Eufemia De Llaguno Y Lavayen no es Larrea Su Padre fue El Capitan De Milicias Don Pablo De Llaguno Y Larrea Casado Con Doña Eduarda Geronima De Lavayen Y Santistevan
mil gracias Francesco Llaguno
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