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CUENCA Y SU AMOR POR LA INDEPENDENCIA

Author: Teodoro Albornoz /


Además de la hispánica, en la sangre del cuencano late a veces la del cañari indómito. El cañari fue reacio al tutelaje; gustó del señorío en lo suyo y aspiró a pulmón lleno el aire de la libertad. Cuando Atahualpa, al conquistarlo, pretendió su exterminio, debió sentirse satisfecho, porque antes de sufrir cadenas en las tierras del natío le era preferible la misericordia de la muerte.

El cuencano, en todo el lapso colonial, observó actitudes de rebeldía, de las que ofrecen testimonio las crónicas y los documentos de la época. Niega obediencia a la autoridad cada vez que esta extralimita sus funciones o se sale de la justicia. Otras veces, su aversión a deleznar antipatías nacidas de cualquier incidente que ofende su dignidad. El vecindario muéstrase rebelde al adulo. El ayuntamiento, compuesto casi siempre por criollos, hacía respetar sus fueros, imponiéndose ante el Corregidor o el Gobernador español y en no pocas ocasiones apeló ante el Rey aún de las decisiones de la Audiencia.

Este comportamiento altivo, poco avenido con la estrictez de las leyes sojuzgadoras de ese tiempo, dio por resultado que pronto se sintiera dispuesto a emanciparse, apenas requerido para ello.

A veces el incentivo vino de lejos, pero hay que agregar que también aquí comulgaron en igual propósito almas gemelas a las de los que, quizás en teatro mas grande y por tanto mas apropiado, mantuvieron viva la hoguera libertadora.

Profusamente circularon en Cuenca los escritos incendiarios de Espejo, mejor dicho sus breves proclamas subversivas: “A morir o vencer sin Rey, prevengámonos, valeroso vecindario. Libertad queremos, y no tantos pechos y opresiones.”

En Marzo de 1795 se fijan escritos igualmente revolucionarios en las paredes de las casas principales de la ciudad. Uno de ellos dice: “Indios, negros, blancos y mulatos! / ya, ya, ya no se puede sufrir: /como valerosos vecinos, / juntos a morir o vivir.” Como fácilmente se advierte, entre este reto y el anterior hay escasa diferencia de concepto y aún de palabras; pero la semejanza es mayor con la parte final de otro pasquín que circula también en Cuenca:

Desde Lima ha llegado
esta receta fiel:
a morir o vencer
conforme nuestra ley.

La semejanza entre estos anónimos es indudable, lo que delata claramente que patriotas de diversos puntos del continente sostienen correspondencia con los de aquí, propugnando unos y otros la misma aspiración. A demás, la presencia en esta ciudad de diversos personajes de otros lugares, no hay duda que contribuye a difundir la misma idea de libertad. Sabido es que el sabio Alejandro de Humboldt, que estuvo en Cuenca el año 1804, fue partidario ardiente de la emancipación americana. También el científico neogranadino José de Caldas visitó en1804 esta comarca, siendo mas tarde víctima de la cruel represión española. No es, pues, aventurado creer que ambos ilustres viajeros hayan regado a su paso por aquí semilla que luego fructificó lozanamente.

De lo que si hay constancia es de que los patriotas cuencanos tuvieron constante comunicación con los de Quito, sucediendo probablemente lo mismo con los de Nueva Granada y Santa Fe. No solo esto: en Cuenca fijan residencia varios quiteños, entre los que deben nombrarse como principales a los doctores Nicolás Mosquera y Joaquín de Salazar Lozano, los mas decididos gestores del movimiento. Entre los de mas distante origen, cómo olvidar al cubano Francisco Calderón, mas tarde fusilado inicuamente en Ibarra.

La jornada del 10 de Agosto en Quito, al ser secundada entre nosotros tiene un epílogo sangriento que no por poco conocido es menos glorioso; la muerte vilmente atormentada de dos próceres apresados en Cuenca, don Ignacio Tovar y don Fernando Salazar y Piedra , el primero de los cuales sucumbe en una prisión de Guayaquil, muriendo el segundo en Ambato cuando ambos eran conducidos encadenados a Quito. para la campaña libertadora del Perú fueron varios centenares de cuencanos los que, con espíritu auténticamente americanista, prestaron su contingente noble y desinteresado. No puede ser mas encomiable esta mancomunidad para el logro de lo codiciado con nobleza de intención y abnegado proceder.

Tanto Guayaquil como Cuenca prepararon larga y tinosamente su emancipación, contando para esta labor –además de las necesarias conexiones con los principales dirigentes del resto de América—con elementos propios, bien aleccionados para el empeño, que obran en un medio preparado convenientemente y que solo aguardan la ocasión propicia para cumplir con el férvido deseo de adquirir soberanía.

La forma en que se desarrolla lo ocurrido en Cuenca durante los días 3, 4 y 5 de Noviembre de 1820 constituye prueba palmaria de que el movimiento tiene raigambre absolutamente popular, demostrativa de que se había logrado aquí generalizar la opinión de obtener a viva fuerza la libertad. No ocurre en la memorable acción de esos días mas derramamiento de sangre que la del esforzado jefe militar del motín, el Capitán Tomás Ordóñez, siendo arrollados los realistas, mas por imperativo de la voluntad de la población, que por el de las armas. Esta lucha, no por incruenta es menos meritoria, pues demuestra que la persuasión y el convencimiento habían preparado tan hábilmente la empresa que ésta vence los obstáculos y alcanza feliz culminación.

Dictado el 15 de Noviembre del mismo año el Plan de Gobierno de la flamante República –pues con arrogancia toma para sí tal denominación la comarca que se independiza—se expone en los Artículos segundo y tercero de esa Ley Fundamental el principio de solidaridad que, habiendo primado desde que se iniciaron los preparativos, era justo mantenerlo al alcanzar ese ideal: “Cuenca –se lee allí—es y será para siempre una Provincia libre e independiente de toda potencia o autoridad extraña, sin que en ningún caso deba ser subyugada por su voluntad. Sin embrago, es y será confederada con las limítrofes y con todas las de América para los casos y cosas tocantes al sostén mutuo de su independencia y recíprocos derechos.” Brilla en esta declaración, como esculpida en letras diamantinas, la síntesis de la concepción nobilísima que guía a los próceres americanos, inclusive a los nuestros, para trabajar unísonamente a fin de romper coyundas y nivelar derechos, ya con la altitud del vuelo de las ideas, ya con el blandir flamígero de las espadas.


VICTOR MANUEL ALBORNOZ

Cuenca, Noviembre de 1969.

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