Amigos

Cuenca en la Emancipación Americana

Author: Teodoro Albornoz /

ESCRIBE:

VICTOR MANUEL ALBORNOZ

Grave error histórico es suponer que los sucesos de Cuenca en Noviembre de 1820 son simple imitación de los ocurridos en Guayaquil el 9 de Octubre de ese año, que, a su vez tampoco representan un mero afán de secundar acontecimientos similares de otros puntos del continente.

Tanto Guayaquil como Cuenca preparan larga y tinosamente su emancipación, contando para esa labor – además de las necesarias conexiones con los dirigentes principales del resto de América—con elementos propios, bien aleccionados para el empeño, que obran en un medio preparado convenientemente y que sólo aguardan la ocasión más propicia para cumplir con el férvido deseo de adquirir soberanía.

Dentro del proceso natural de las cosas, la mejor oportunidad es aquella en que se cree contar con el apoyo de un lugar que, hallándose relativamente cerca, en un momento dado puede facilitar su ayuda para sostener los principios sustentados tanto por él como por el que demanda su contingente. Esta esperanza la alienta Cuenca entonces; más, por desgracia, se frustra, pues no recibe el auxilio que le urge, antes pierde lastimosamente los escasos recursos económicos que logra reunir y que envía a la vecina provincia en solicitud de armas y pertrechos que no le llegan en tan apuradas circunstancias.

La forma en que se desarrolla lo ocurrido en esta ciudad los días 3, 4 y 5 de Noviembre constituye prueba palmaria de que el movimiento tiene raigambre absolutamente popular, demostrativa de que se había logrado en Cuenca generalizar la opinión de obtener a viva fuerza la libertad.

No ocurre en tan memorable acción más derramamiento de sangre que el del esforzado jefe militar del motín, el Capitán Tomás Ordóñez, siendo arrollados los realistas, más por imperativo de la voluntad de la población, que por el de las armas. Esta lucha, no por incruenta es menos meritoria, pues demuestra que la persuasión y el convencimiento habían preparado tan hábilmente la empresa que ésta vence los obstáculos que se le presentan y alcanza feliz culminación.

Dictado días después, el 15 de Noviembre, el Plan de Gobierno de la flamante República – pues con arrogancia toma para sí tal denominación la comarca independizada-,

Se expone en los Artículos 2° y 3° de esa Ley Fundamental el principio de solidaridad que, habiendo primado desde que se iniciaron los preparativos, es justo mantenerlo al obtener ese ideal: “Cuenca – se lee allí—es y será para siempre una provincia libre e independiente de toda potencia o autoridad extraña, sin que en ningún caso deba ser subyugada por su voluntad. Sin embargo, es y será confederada con las limítrofes y CON TODAS LAS DE AMERICA para los casos y cosas tocantes al sostén mutuo de su independencia y recíprocos derechos” Brilla aquí, como esculpidas en letras diamantinas, la síntesis de la concepción nobilísima que guía a los próceres americanos, inclusive a los nuestros, para trabajar unísonamente a fin de romper coyundas y nivelar derechos, ya con la altitud del vuelo de las ideas, ya con el blandir flamígero de las espadas.









En el devenir histórico de los pueblos, como en el de los individuos, lo que más dignifica es el golpe de la tragedia, cuando éste se asesta como premio único a la virtud en desgracia.

Tras el regocijo efímero del Tres de Noviembre ocurre la deplorable derrota de las tropas cuencanas, si tropas pueden llamarse grupos de reclutas casi desarmados, que comanda y en vano quiere dirigir el Coronel Cisneros en los repechos infaustos de Verdeloma, donde el aguerrido ejército realista, después de causar horrible mortandad, se ceba cobardemente en los que, abrumados por fuerzas superiores, caen heridos o toman la triste senda del fugitivo.

El jefe español –Coronel don Francisco González—encuentra luego, en Enero de 1821, la manera de exaltar hasta la apoteosis del crimen su ferocidad fatídicamente recordada. En la plaza de San Francisco de nuestra ciudad improvisa un patíbulo múltiple y, allí, con saña inaudita, manda fusilar veintiocho cuencanos que caen empapados en su propia sangre, mientras las manos invisibles de la Gloria les pone en la frente agujereada la aureola inmortal de los mártires.

Nadie sabe ni siquiera el nombre de esos patriotas. Junto con la Gloria les vino el Olvido. Verdad es que nunca aspiraron a la inútil recompensa de la fama. En reparación póstuma, a que los pueblos que aman su pasado luminoso están obligados, quizás, un día se levante, en el lugar de su grandioso sacrificio, un monumento a la memoria de esos héroes ignotos, y allí, como la alabanza mejor se grave esta inscripción: Murieron por la Independencia de América.

No es este el último episodio doloroso que por la emancipación, sufre Cuenca, pero él es de tal magnitud que no hay para qué recordar los que acontecen después, hasta que el 21 de Febrero de 1822 queda definitivamente libre la ciudad y la región al presentarse aquí el más esclarecido de los Tenientes de Bolívar, el insigne General Antonio José de Sucre, cuya temida presencia pone en precipitada fuga a las postreras huestes españolas que, al mando de Tolrá, hacen sentir aquí la implacable hostilidad del enemigo.

En las enhiestas cumbres del Pichincha, el 24 de Mayo, uno de los ochocientos cuencanos que allí combate es el adalid epónimo en la victoriosa jornada: Abdón Calderón, quien adquiere el relieve inmarcesible de los símbolos eternos cuando ni el asedio reiterado de la muerte consigue amenguar su denuedo al sostener la enseña sacrosanta de la Patria que nace.

A través de los veintisiete años en que se desarrolla, desde que en 1795 surgen los primeros conatos hasta su feliz desenlace, la independencia de Cuenca muestra las características propias de un movimiento eminentemente americanista.

El sentimiento libertario enraíza tan profundamente aquí, que, a pesar de la obstinación y medidas crueles y vejatorias que para impedirlo toman las autoridades españolas, se acrece incesantemente, con noble empecinamiento, sirviéndole de acicate cada nueva penalidad, cada nuevo sacrificio.

Ninguna región del Ecuador proporciona su contingente para la lucha emancipadora con mayor largueza que Cuenca. Esto lo afirma el más autorizado para saberlo, pues es quien más de cerca aprecia tanto desprendimiento: “Dio de sí – dice Sucre—todo lo que podía dar”. Pocas veces la justicia ha podido tener para un pueblo palabras tan enaltecedoras

Cuenca agota sus trojes, sus dehesas quedan vacías, los arcones de los ricos vacían sus caudales, las mujeres ofrecen sus joyas, los artesanos acuden a las maestranzas bélicas, los intelectuales caldean al rojo sus plumas o sueltan la palabra imperiosa de la palabra convincente. Y todos dan, sin ostentoso alarde, con la naturalidad del que sostiene sus últimas ideas, todo aquello de que son dueños o de que se sienten capaces, desde el pan para las tropas hambreadas hasta la inmolación en los campos de batalla.



Este proceder rayano en la sublimidad, porque sólo dentro de límites tan supremos se concibe conducta igual, es prueba indubitable de que Cuenca se incorpora al movimiento libertario con toda espontaneidad y decisión, porque sus hijos están compenetrados con el pensamiento de que ello es necesario para que América salga de la ominosa condición del yugo.

Saben entonces los cuencanos que para lograr propósito tan arduo es preciso aunar todos los esfuerzos, acopiar todos los recursos, unir todas las voluntades, hacer del Continente un solo reducto de resistencia y de ataque a los dominadores. Sólo así se puede esperar el triunfo. Y en cuanto depende de sí, eso es lo que hace Cuenca, en cuyos territorios se realizan cruentos batallares, sufriendo el despojo y el secuestro, el robo y el asesinato. Mas nada importa esto, si así contribuye para alcanzar su ambición de verse libre al igual que los demás pueblos de su hermandad espiritual.

Y no hay cuencano que hoy no se sienta satisfecho y orgulloso de que la lucha emancipadora haya tenido aquí tan duras pruebas y tan honda repercusión, porque goza sabiendo que la campaña del Pichincha, que da la independencia al Ecuador, la organiza Sucre en Cuenca, así como la liberación final del Continente la prepara Bolívar en Cuenca, en su retiro de Chaguarchimbana, junto a las ninfas rumorosas del Yanuncay, donde medita sus planes para concluir en el Perú su gigantesca empresa de la libertad de América.





Víctor Manuel Albornoz



Cuenca, 1944


0 comentarios:

Publicar un comentario