En la muerte de la Sra. María Vázquez Espinoza.
Quito, Febrero 12 de 1929
Sr. Dr. D.
Honorato Vázquez.
Cuenca.
Respetado amigo y querido Maestro:
En las penumbras del atardecer se ha interpuesto un nuevo girón de sombra para hacer mas oscura la soledad, más fatídica la tristeza de la horas que retuercen su agonía, vencidas ya por la noche todo misericordiosa. En el silencioso jardín en que el invierno asentó su imperio de insigne decoro, otra vez llega hoy la inclemencia del ventisquero para poner el frío de la nostalgia que no acaba, el hielo de la ausencia que se prolonga quien sabe hasta cuándo…….
En el tranquilo valle de su corazón de niño, donde el tiempo describió por setenta veces la carrera del afán nuevo y la nueva esperanza, los años sólo lograron hacer florecer el rosal de la mansedumbre jesucristina, que inebria con el aroma de la virtud hasta el collado de la cercanía donde abunda la zarza y el cactus punzante crece. Mas en la fontana cantarina y límpida de su alma, la vida puso también su ósculo inevitable: la caricia atormentadora del dolor, del dolor en el que, como en todas la cosas profundas y sabias del sentir y del pensar, es Ud el maestro epónimo. Porque talvez jamás se halló mas desgarradora amargura en el agua sensitiva de unas lágrimas, que la encerrada en las que brotaron de su ojos mil veces calcinados por el áspero sol de las angustias indecibles. Como el mar guarda en cada una de sus ondas una tempestad, así en cada gota del llanto suyo se ocultó una tragedia.
Qué silencio, ahora más que nunca, en su torno. Ese silencio que estrecha con sus brazos de misterio e infinito a todo lo grande y augusto; a las tumbas, a las cimas……..
La senda está más sola, se vuelve más tétrica y desolada, como si se hubiera apagado la última llama, como si se hubiera extinguido la postrer canción.
Ayer Emmanuel Honorato, hoy María….. Y ayer y hoy, nosotros—los amigos y discípulos de usted, los hermanos en el ideal de ellos nos agrupamos sobrecogidos, intentando en vano traducir la emoción de nuestro espíritu al oír el caer de la guadaña y el de la paletada de tierra piadosa.
¡Corazón el suyo, predestinado para la pena, ennoblecido por el sufrir, que mereció la glorificación suprema del golpe y del embate; corazón torturado por el omnipotente peso del dolor, como la uva en los lagares de la vendimia, como la flor en la maceración para el perfume, como el hierro en la fragua donde se templa el acero!
Sí, Maestro, como siempre estamos a su lado en la hora del infortunio. Y de nuestros labios no brota el grito de desesperanza ni la imprecación estéril, porque vemos que en su rededor la desventura tiene la excelsa majestad de la lágrima silenciosa, el don divino de haber deshecho los temporales del sollozo y el gemido al soplo suave de la suprema resignación.
Sombras, densas sombras; pero en lo alto el lampadario celeste va encendiendo las estrellas.
Sombras, densas sombras; pero en su alcoba de cultor de la belleza y apóstol de bien sigue el candelabro de los siete brazos vertiendo luz de culto perenne. Y es a esa luz que yo he visto que el Crucifijo de la mesa desclava su sagrada mano exangüe y la pone sobre usted, señor doctor Vázquez, acordándose, compasivo y bueno, que El también lloró sangre en Gethsemanía……..
VICTOR MANUEL ALBORNOZ
“La Crónica” Jueves 21 de Febrero de 1929
0 comentarios:
Publicar un comentario