24 de Mayo 1822
En tal forma y en hora tan temprana florece el heroísmo en la vida de Abdón Calderón, que ella suscita asombro desde el primer momento en que se la contempla, alta, pura, radiante, despertando en todos inevitable admiración.
Sus hazañas sorprenden; su muerte causa estupor; su figura impone respeto; su memoria inspira veneración. Y es porque raras veces se ha podido segar tantos laureles en espacio de tiempo tan breve que apenas si comprende el súbito aparecer de un rayo de luz para apagarse casi de inmediato en la amplitud del horizonte: una alba que surge, una juventud que nace y presto se troncha, pero dejando huella indeleble de la arrogancia de su ser.
Tales rasgos de superioridad se hallan en Calderón, que ellos, al través de los años, se han acentuado en forma tal que, creciendo el asombro, algunos espíritus pusilánimes vacilan en dar crédito a un cúmulo de proezas realizadas en poquísimo lapso por un adolescente que muere antes de cumplir los diez y ocho años de edad. A veces, lo grande lo engrandece más el tiempo, acaso como una lección al hombre que cada día se ve más pequeño ante las acciones magnánimas de pretéritas épocas.
Así, algunos compatriotas que no han ahondado en el conocimiento de la historia nacional, imaginan que la vida de Calderón está talvez entretejida de episodios en que el atractivo singular lo pone la leyenda. Y hay gentes, ignorantes o maliciosas, incapaces de comprender que a veces la naturaleza se complace en producir ejemplares humanos en que, por decirlo así, el alma madura pronto para dar frutos de excelsitud, que llegan a la temeridad de decir que Calderón no es sino un mito creado por la fantasía exuberante de Bolívar, el incomparable Libertador.
Sin embargo la vida de Calderón resiste el más minucioso examen. No hay dificultad en seguirla paso a paso, comprobando el último detalle, porque toda ella se basa y comprueba en documentos irrefutables, de fácil consulta. De acuerdo con la realidad, dejando hablar a los hechos y procurando no comentarlos, va a continuación, escuetamente, el itinerario seguido por este Héroe auténtico, que no es personaje arrancado a las páginas de Plutarco, ni siquiera a las de Carlyle, sino brote natural de una tierra joven y fecunda, que todo lo suele dar con maravillosa espontaneidad.
Del matrimonio de don Francisco Calderón, nativo de la Habana – que más tarde conviértese en ilustre prócer de nuestra emancipación- con la dama guayaquileña doña Manuela Garaicoa y Llaguno, nace Abdón Senén Calderón Garaicoa en la ciudad de Cuenca, en la casa de la Contaduría Real de Hacienda, ocupada entonces por su familia, por cuanto su padre era Oficial de esa dependencia pública. El mismo día de su nacimiento, el 31 de Julio de 1804 lo bautiza solemnemente el doctor Mariano Isidro Crespo, Cura Rector de la Catedral, sirviéndole de padrino el Prebendado doctor Mauricio Salazar: la partida respectiva se la conserva en el Archivo de la parroquia del Sagrario.
Las primeras letras se las enseña el Doctor José María de Landa y Ramírez. En 1813, cuando cuenta nueve años de edad, abandona Cuenca en junta de su familia y se traslada a Guayaquil, donde su tío don Francisco Javier Garaicoa le inculca la enseñanza inicial en humanidades; más tarde amplía sus conocimientos con maestros competentes, entre los cuales debe citarse a don Vicente Rocafuerte que en 1817 le da lecciones de geografía y francés. En el Museo Municipal de Guayaquil se guardan hoy los libros de texto que utiliza el niño cuencano para su educación.
Cumplidos apenas los diez y seis años, ingresa en el Ejército y toma parte activa el 9 de Octubre de 1820, en que Guayaquil logra su emancipación política de España: su comportamiento en esta jornada, en la que actúa a órdenes de Febres Cordero en el asalto al cuartel de Granaderos de Reserva, le consigue las presillas de Subteniente.
En el Batallón Voluntarios de la Patria, se enfrenta en Camino Real con los realistas comandados por Forminaya y sobresale tanto su actitud que el Jefe de las tropas independientes, Coronel Luis de Urdaneta, pide el ascenso de Calderón a Teniente, por haber demostrado – así lo dice en comunicación a la Junta de Guayaquil-“después de un valor heroico, la más recomendable decisión por nuestra causa”. Bastaría este sólo documento para enaltecerlo; pero sucesivos testimonios confirman que su conducta noble y resuelta se afirma cada vez más hasta llegar a los límites de lo excepcional.
Con el grado de Teniente, toma parte en la infausta acción de Huachi, siendo uno de los pocos que, tras de la tremenda derrota allí sufrida, logra emprender la retirada para tratar de rehacerse en Babahoyo.
El 3 de Enero de 1821, a órdenes del Coronel argentino José Gracía, demuestra sus denuedos en los abruptos campos de Tanizagua, donde, tras de enconada lucha, en la que junto a sus compañeros recurre a la bayoneta para abrirse campo y salvarse, conoce otra vez las angustias del desastre.
Hallándose en Babahoyo, se entera de los siniestros planes del Coronel Nicolás López, que se propone traicionar a la causa de la Independencia, y en junta de dos oficiales más se dirige a Guayaquil, habla con Sucre, le revela lo acontecido y obtiene que el General mande un cuerpo de línea para batir a los traidores, ya insurreccionados, obligándoles a huir.
Incorporado al Batallón Libertadores, Calderón interviene con su acostumbrado valor en el combate de Yaguachi, en que el ejército patriota mandado por Sucre alcanza victoria sobre el realista dirigido por el Coronel Francisco González.
En el segundo Huachi, Calderón vuelve a saborear el licor amargo del vencimiento, eso si tras de batirse como un león ante fuerzas enemigas superiores en número y armamento. Su lealtad para con Sucre se pone entonces a prueba, acompañándole en su triste retorno a Guayaquil.
En la campaña que Sucre emprende para juntar en Saraguro sus fuerzas a las del General Santa Cruz, Calderón va como Teniente de la Tercera Compañía del Batallón “Yaguachi”. De este modo regresa a su tierra natal de Cuenca, en la que permanece pocos días, siguiendo luego rumbo al norte. El 21 de Abril de 1822 es uno de los esforzados combatientes que obtienen la victoria en las llanuras de Tapi. Y el 24 de Mayo de ese mismo año se corona de gloria en los riscos del Pichincha, destacándose entre miles de valientes.
Con frase sobria, propia de él, el General Sucre exalta el heroísmo de Calderón en el parte oficial de la batalla, en estos términos: …Hago una particular memoria de la conducta de el Teniente Calderón, que habiendo recibido sucesivamente cuatro heridas, no quiso retirarse del combate. Probablemente morirá; pero el Gobierno de la República sabrá recompensar a su familia sus servicios de este oficial heroico.” El parte, fechado el 28 de Mayo – cuatro días después de la Batalla- indica que Calderón todavía vive, siendo de creerse que días después fallece en casa de una familia amiga de la suya, a donde se lo conduce deseando en vano salvar tan preciosa existencia. Al morir, se le tributan honores de Capitán, pues Sucre lo asciende póstumamente a ese grado militar.
Esta es la síntesis biográfica de Abdón Calderón, cuya vida pública – que sólo abarca veinte meses- no obstante ser tan corta, halla tan larga repercusión en la Historia. Toda ella puede ser comprobada con innumerables documentos, entre los cuales el que más le honra es el decreto dictado por Bolívar, disponiendo que la Compañía del Yaguachi no tenga otro Capitán que Abdón Calderón y que, al llamarlo por su nombre en las revistas, los soldados respondan: “Murió gloriosamente en Pichincha, pero vive en nuestros corazones.”
Abdón Calderón Graraicoa no es un héroe fortuito, de esos tantos que las circunstancias improvisan. Su valor, su temeridad son fruto de reflexión, consecuencia de ideas bien formadas, aspiración de cumplir un ideal bien definido: el de tener una Patria libre, esa Patria por la cual su padre se sacrificó no esterilmente, ya que el hijo habría de imitar su ejemplo, no para vengarlo – sentimiento mezquino que no halla albergue en almas generosas-, sino para continuar en el mismo empeño hasta conseguir ver triunfante su noble anhelo, por que ambos –Francisco y Abdón Calderón – luchan con idéntico arrojo, pues los dos sostienen el íntimo convencimiento de que sólo al amparo de la libertad los pueblos pueden ser venturosos, prósperos y grandes.
VICTOR MANUEL ALBORNOZ
REVISTA PEDAGOGICA MINERVA
Organo de Publicidad de la Supervisión Escolar
de la III Zona Urbana de Cuenca.- N° 1
Cuenca- Ecuador, Enero de 1970.
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