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EL NATALICIO DE LA LIBERTAD

Author: Teodoro Albornoz /


Desde el 21 de Marzo de 1795, en que aparecen en calles y plazas letreros incitando a la rebelión, ya los habitantes de Cuenca manifiestan, aunque todavía con timidez, los dictados de su voluntad en independizarse de España falta de prensa o de otros medios eficaces de propaganda, se recurre a escritos que circulan clandestinamente de tiempo en tiempo, por mas que la autoridades tomen empeño en descubrir a sus autores para castigarlos: empeño inútil, por mas que su vengativo intento puede el sigiloso proceder de los que así siembran el pensamiento de liberación.

Al estallar en Quito la revolución del 10 de Agosto de 1809, la Junta Suprema entonces es reconocida en Cuenca por un grupo notable de patricios, entre quienes destácanse Francisco Calderón, Fernando Salazar Piedra, Ignacio Tobar, Nicolás Mosquera, Miguel Fernández de Córdova, Juan Antonio Terán, Vicente Melo, Manuel Rivadeneyra y Blas Santos, de los cuales los dos primeros pagan con la vida su amor a la libertad, mientras los otros sufren persecuciones, destierros y el secuestro de sus bienes.

Así, con el sacrificio y el heroísmo, va cundiendo la idea de la patria libre. Años mas tarde, la morada de don Paulino Ordóñez conviértese en algo parecido a un cuartel general en que se depositan o envían comunicaciones y en que se reciben o imparten órdenes a favor de la causa americana. Tomando mil precauciones, después de la hora de queda, aprovechando la obscuridad y de lo solitario de las calles, llegan, unos tras otros, los conjurados que allí son recibidos con entusiasmo por el dueño de casa, por su esposa doña Margarita Torres –heroína de inolvidable memoria para los azuayos—,por don Tomás Ordóñez, su hijo carnal, y por el doctor Joaquín Salazar y Lozano, su hijo político, esposo de doña Francisca Ordóñez y Torres.

Los conspiradores entran y salen cautelosamente: solo alcanzan a verlos los ojos noctámbulos de las lechuzas que dicen su augurio en lo alto de la frontera iglesia de San Agustín (hoy San Alfonso). Sin embrago, a veces, en pleno día, desde la mansión vecina, viene un niño de gallarda apostura, que, debido a lo escaso de su edad, no despierta sospecha alguna de las autoridades: Es Abdón Senén Calderón, el futuro héroe del Pichincha, que desde temprano hace asiduo aprendizaje de las lecciones dadas de palabra y con el ejemplo por sus ilustres progenitores.

De este modo, corriendo mil peligros, al par que burlando la vigilancia sobre ellos ejercida, va creciendo poco a poco, pero en forma considerable, el número de cuencanos que albergan en el cerebro la convicción de ser necesaria la independencia política, en tanto que en sus pechos arde la resolución de sacrificarse por ese ideal.

El Clero, que tanto influjo ejerce sobre las masas, comparte en buena porción iguales opiniones. Del de clausura, distínguense mercedarios y dominicos. En el movimiento de Agosto de 1809 condénase como a peligrosos insurgentes a los cuencanos Fray Antonio Samaniego, Fray Francisco Cisneros y Fray Joaquín Astudillo, pertenecientes a la Orden primeramente nombrada, y a Fray José Mantilla y Fray José Clavijo, de la de Predicadores. Los franciscanos también participan decididamente en tal fervor.

Con estos antecedentes se explica en que el movimiento libertador que en Cuenca estalla el 3 de Noviembre de 1820 teniendo como jefes a los doctores don Joaquín Salazar y Lozano y don José María Vázquez de Novoa, se lo lleve a cabo casi sin armas, solo por la insistencia en una agresión que, mas que el la fuerza, se respalda en el ambiente favorable y en la franca popularidad que le rodea.

Habiendo venido en esos días a Cuenca el doctor Cayetano Rodríguez Fita, sacerdote inteligente y hombre de carácter impetuoso, contribuye en gran manera a soliviantar los ánimos con las proclamas incendiarias que en valiente alarde lanza sin disfraz, escribiéndolas con su propia mano. Tan resuelta actitud solo puede admitirse en una población donde la doctrina revolucionaria ha conseguido adeptos en la mayoría.

Un grupo reducido, compuesto únicamente por nueve personas, ataca a la escolta militar que solemniza un bando pregonando órdenes de los funcionarios españoles. Poca resistencia ofrecen los soldados, pues sólo en Teniente Tomás Ordóñez recibe leve herida, que no le imposibilita para jornadas posteriores. El armamento así logrado consiste en pocos fusiles que, unidos luego a escopetas y lanzas de mas fácil adquisición y a garrotes y piedras, vienen a formar el mísero arsenal de guerra de los patriotas.

En cambio, los realistas –comandados por el Jefe de la Plaza, Coronel Antonio García Trilles—disponen de ciento nueve veteranos, con todo lo necesario para los menesteres de la lucha, incluso cuatro cañones que por orden del Gobernador Aymerich y del Obispo Quintián Ponte se habían construido en Cuenca algunos años antes bajo la dirección del doctor Tomás Borrero y de don Paulino Ordóñez.

Con semejante aparato de fuerza no logran imponerse en dos días y una noche, durante los cuales los acosa una muchedumbre tan resuelta como poco provista de armamento. La verdad es que la guarnición se reduce a defenderse, sin mas refugio que el edificio de su cuartel ni mas campo de actividad que las cuatro calles de la plaza en que se halla situado, sin poder alejarse de ellas pues tiene en contra todo el vecindario.

Aun de los pueblos cercanos llegan contendores, como sucede con los labriegos de Chiquipata que, presididos por su propia párroco, don Javier de Loyola, irrumpen en la ciudad para decidir la victoria. Contribuye también a ella, el valiente proceder de otros dos sacerdotes –don Juan María Ormaza y don José Peñafiel- quienes, al igual de Ramírez Fita, enardecen a la multitud.

De este modo, los realistas se ven obligados a rendirse en la noche del 4 de Noviembre. No lo arrollador de las fuerzas, que casi no disponen de otra arma que la del entusiasmo, es la ciudad en masa la que apoya a los patriotas y consigue así el triunfo.

Nombrado el doctor José María Vázquez de Novoa Jefe Político y Militar de Cuenca independiente, convoca a una Asamblea que, por el motivo que la origina, se le da el nombre de CONSEJO DE LA SANCIÓN, ya que su finalidad principal consiste en confirmar el nuevo orden de cosas con el estatuto legal. Mediante elección popular, cada una de las diversas parroquias de la Provincia elige su Diputado, designando también sendos representantes el Ayuntamiento, el Cabildo Eclesiástico, el Clero secular y regular, el Cuerpo de Milicias, los comerciantes, los agricultores y los gremios de obreros.

Reunido el Consejo el 15 de Noviembre de ese año inolvidable de 1820, sanciona el célebre PLAN DE GOBIERNO, cuya redacción se la ha atribuido hasta ahora a don León de la Piedra, tanto porque él interviene como Secretario de la Asamblea, como por considerárselo en su época valioso exponente de intelectualidad. Sin embargo, yo me inclino a creer que hay allí manifiesta intención o decisivo influjo de Vázquez de Novoa por cuanto en el plano se le otorgan grandes prerrogativas, que las habrá exigido él obedeciendo a su temperamento presuntuoso, guiado por la ambición de mando y el ansia de alcanzar provecho en las circunstancias que busca para sobresalir.

El Plan de Gobierno emplea en el Artículo Primero la palabra REPUBLICA, por lo que con frecuencia se habla de la REPUBLICA DE CUENCA. Trátase de crear un nuevo Estado, o solo se usa el vocablo en el sentido de “conjunto de habitantes de un mismo término jurisdiccional, regido en sus intereses vecinales por un Ayuntamiento”, tal como lo aplican a menudo en la época colonial? A lo último parece referirse el Artículo Segundo cuando habla de “una Provincia libre”, con evidente restricción del término.

Sin embrago, la circunstancia de conceder perpetuidad en el cargo al Jefe Militar, con atribuciones de Virrey y Capitán General, acaso indica el propósito de erigirse verdaderamente en nación “independiente de toda potencia o autoridad extraña”, como se declara, si bien se prevé el caso de formar confederación con las otras “provincias limítrofes y con todas las de América” cada vez que se trate de sostener recíprocamente su emancipación.

Desde luego llama la atención que para nada de mente a Quito o Guayaquil y que, por el contrario, se nombren autoridades de primer rango para las diversas funciones de gobierno, milicia, hacienda, poder judicial y mas ramos de la administración. Por cierto, todo ello copiando sin variaciones la organización española en América, sin olvidar los tratamientos honoríficos a entidades e individuos.

A Vázquez de Novoa se da por cinco años el Gobierno político y a perpetuidad el militar, con el grado de General. Sus facultades de autoridad son tales que aún superan a las de un Virrey, puesto que está exento de las obligadas restricciones que éstos tienen en el mando; igualan a las de un soberano en miniatura: remedo de dictador, caricatura de poder imperial.

Si se pensó en un Estado libre podría haber subsistido con las propias rentas? No se escatima sueldos: el subidísimo de cuatro mil pesos anuales señálase a Vázquez de Novoa, mil doscientos a cada uno de los cuatro Senadores de Justicia, mil a cada uno de los dos Oficiales de la Caja Patriótica y, en fin, pródigas retribuciones a un sinnúmero de servidores para la administración de tributos, alcabalas, correos, etc.

Se quiso establecer un aduana terrestre en Tixán o Alausí, una fluvial en Naranjal o una marítima en las proximidades de Machala o Santa Rosa? Quien sabe! La verdad es que Cuenca –entendiéndose por tal la Gobernación de tal nombre durante el régimen español—recostada en los riscos de los Andes en su mayor parte, pero que entonces desciende hasta el mar, prolongándose por la sección hoy denominada El Oro, ofrece, a no dudarlo, ventajas apreciables: la jurisdicción territorial, enorme; la población, poco densa y capaz por tanto de una fuerte inmigración para su progreso; la propiedad bien repartida; los recursos del suelo no solo proporcionados a las necesidades, sino abundantes, pues algunos de ellos alcanzan a exportarse a diversos lugares; en fin, condiciones que quizás se las cree suficientes para sostener tren de Estado independiente, si bien en ello aliente un poco de jactancia y mucho de amor férvido por el terruño.

En lo relativo a aspiraciones culturales, el Plan de Gobierno consulta varios aspectos. Uno de ellos, promover la educación de le juventud. Se dispone que el Senado de Justicia, conjuntamente con el Ayuntamiento, elaboren un programa de enseñanza “detallando las facultades de los Colegios para este objeto”. Tómase Interés en fomentar la industria, estableciendo premios a quienes sobresalgan en ellas o establezcan nuevas. Tampoco se olvida la necesidad de procurar el adelantamiento de la agricultura y el comercio, ni se descuida indicar la conveniencia de mantener la higiene y ornato de las poblaciones.

Es indudable que, para Ley fundamental, el Plan no contiene todo lo que requiere un pueblo que se organiza; pero es aceptable si se lo juzga dentro de las primeras necesidades del momento. En el Plan se retrata el carácter del cuencano, del cuencano de entonces y del de hoy: profundamente religioso, profundamente amante de su tierra, pues por encima de todo venera a Dios y por encima de los demás venera la región hermosa que le da blanda cuna para nacer, ambiente tranquilo para vivir y sepulcro oreado de paz para internarse sin miedo por el camino de la eternidad.


VICTOR MANUEL ALBORNOZ

Cuenca, 1957

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