Hoy, debe ser un día de duelo para nosotros. Un día de evocación dolorosa, en que se siente urgencia de arrasar los ojos en lágrimas, de golpearse el pecho con la actitud del arrepentido, de incendiar las mejillas en la llamarada de le vergüenza. Hoy, hace ciento doce años que nuestros progenitores nos dieron la libertad: aquella que hemos perdido, la que ha muerto, la que hemos asesinado.
En democracia de servidumbre nos abatimos. Nuestros padres supieron destrozar el grillete que oprimía sus manos heroicas y vengadoras; y, en cambio, ahora, nosotros mismos, con la ceguedad del suicida, remachamos una y otra vez las cadenas que nos atan al prejuicio cobarde, al interés mezquino, a la carencia de un ideal puro y noble que sustentar.
Ciudadanos en parálisis, la diestra olvidó castigar las afrentas, la lengua no conoce de la protesta, el corazón no sabe de las iras del castigo ni de las justicias de la reivindicación.
Somos cien veces mas esclavos que antes. Tan pequeños cuanto fueron grandes nuestros ascendientes. Pigmeos que, en sus tristes regocijos, añoran de los gigantes de su abolengo para olvidar las miserias de la hora actual con el recuerdo de hazañas que ponderamos entusiastas, precisamente, porque nos sentimos incapaces de ejecutarlas nosotros. Envolvemos en el trapo dorado de una vacua retórica o de un inútil chauvinismo la gangrena que muerde y come las heridas.
El viento de las borrascas sacude el cuerpo desmedrado de la Patria, y, por eso, la creemos aún capaz del paso hacia delante.
“El mayor elogio a Washington es este grandioso país” –dijo en reciente ocasión, con orgullo bien cimentado, el Presidente de los Estados Unidos de Norte América. La vergüenza mas intensa para nosotros es contar en los comienzos de nuestra historia con Héroes tan grandes que apenas si caben ya en el escenario del presente, cada día mas reducido a medida que lo colman personajes de zarzuela, actores de farándula.
Mientras no conquistar de nuevo la independencia del espíritu aherrojado a bastardas pasiones; mientras no obtener otra vez la libertad, la verdadera libertad que da soberanía cierta al Estado y a los individuos que la componen; mientras imperen en el rol administrativo el fraude y el apoyo a la mediocracia arribista; mientras no reaccione el civismo aletargado y torne el pretérito empeño de hacer patria grande y próspera; mientras no llegue ese día, lloremos, ecuatorianos, recordando aquellos que nos dieron una gloria bajo cuyo peso nuestros hombres anquilosados hoy vacilan y se doblegan.
VICTOR MANUEL ALBORNOZ
En democracia de servidumbre nos abatimos. Nuestros padres supieron destrozar el grillete que oprimía sus manos heroicas y vengadoras; y, en cambio, ahora, nosotros mismos, con la ceguedad del suicida, remachamos una y otra vez las cadenas que nos atan al prejuicio cobarde, al interés mezquino, a la carencia de un ideal puro y noble que sustentar.
Ciudadanos en parálisis, la diestra olvidó castigar las afrentas, la lengua no conoce de la protesta, el corazón no sabe de las iras del castigo ni de las justicias de la reivindicación.
Somos cien veces mas esclavos que antes. Tan pequeños cuanto fueron grandes nuestros ascendientes. Pigmeos que, en sus tristes regocijos, añoran de los gigantes de su abolengo para olvidar las miserias de la hora actual con el recuerdo de hazañas que ponderamos entusiastas, precisamente, porque nos sentimos incapaces de ejecutarlas nosotros. Envolvemos en el trapo dorado de una vacua retórica o de un inútil chauvinismo la gangrena que muerde y come las heridas.
El viento de las borrascas sacude el cuerpo desmedrado de la Patria, y, por eso, la creemos aún capaz del paso hacia delante.
“El mayor elogio a Washington es este grandioso país” –dijo en reciente ocasión, con orgullo bien cimentado, el Presidente de los Estados Unidos de Norte América. La vergüenza mas intensa para nosotros es contar en los comienzos de nuestra historia con Héroes tan grandes que apenas si caben ya en el escenario del presente, cada día mas reducido a medida que lo colman personajes de zarzuela, actores de farándula.
Mientras no conquistar de nuevo la independencia del espíritu aherrojado a bastardas pasiones; mientras no obtener otra vez la libertad, la verdadera libertad que da soberanía cierta al Estado y a los individuos que la componen; mientras imperen en el rol administrativo el fraude y el apoyo a la mediocracia arribista; mientras no reaccione el civismo aletargado y torne el pretérito empeño de hacer patria grande y próspera; mientras no llegue ese día, lloremos, ecuatorianos, recordando aquellos que nos dieron una gloria bajo cuyo peso nuestros hombres anquilosados hoy vacilan y se doblegan.
VICTOR MANUEL ALBORNOZ
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