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RICTUS EN LOS JARDINES DE ARCADIA

Author: Teodoro Albornoz /

Poemas desglosados de un libro inédito.

XI

Nuestras novias son tan buenas porque Dios nos las da en un domingo de fiesta.
La niña va a oír misa, y regresa a casa con el corazón enamorado: es que en la iglesia la miró un muchacho, un colegial, y Ella no puede olvidarse de lo que hay al fondo de esos ojos.

-Mamá, este vestido lo he lucido ya en dos
ocasiones.

-Pero hija….

Nada, nada, la chiquilla está con novio.

-Mamá, llaman las campanas por tercera vez; es tarde, vamos.

Pero, hija, si antes no eras tan devota! En las puertas de templo espera el estudiante.
entra, tras madre e hija, colócase al amparo de un pilar de tal modo que atisba a la muchacha sin ser visto de la señora, y así oye la misa unciosamente. Solo, de vez en vez, alza los ojos para encontrarlos con los de Ella, que se revuelve pretextando arreglarse el traje.

-Mamá ¿no te parece oír misa todos los días?

-Pero, hija…

Nada, nada, la chiquilla está con novio.


XI

Cuando se es bonita y el alma se enredó en las amables redes de la esperanza, nunca faltan al balcón las doncellas del lugar.

Al irse de la tarde, cuando el sol pinta colorines en los mas altos ventanajes, se asoman a curiosear las calles, como flores descolgándose del tapial de un huerto.

Solo ellas saben lo que ocultan esos dos rizos festoneando la frente; solo ellas, lo que el corpiño aprisiona por cima del corazón; solo Dios, tas travesías por donde enderezarán los lindos piecesitos.

Apoyadas en el barandal, talvez las manos en las mejillas, dejan transcurrir las horas, apenas poniendo el esguince de una sonrisa cuando alguien las saluda.

Mas ¿por qué tal esquina es blanco preferido de flechar de esas miradas? Allí está, emocionado y meditativo, el muchacho que la espera al salir de misa y que, de día, no olvida de pasar cuantas veces puede, con los libros en la mano, inquiriendo las soledades del patio de la casa.

El sol se ha ido ya; la tienda del mercader y luego la del boticario han cerrado sus puertas; las campanas del convento aledaño gimieron a queda. Solo las muchachas siguen en el balcón. Solo los enamorados siguen en la esquina.

Se miran, se miran. Sus corazones tiemblan con el temblor de lo desconocido. Ah! sus corazones han ido a esconderse en sus ojos: por eso, se mira, pálidos, ansiosos, fascinados.

De improviso:

-Es hora de entrar; ya ha anochecido.

-¿Ya ha anochecido?....

¡Amanecía a gloria!

XXXVI

Cada río es un corcel en carrera.

Nada les detiene. Recubiertos de copos de espuma, piafando salvajemente, se van hacia delante. El ojo inquieto no repara en el obstáculo: arramplan el dique, trepan la cañada, y sigue, siguen.

Cada río es un corcel en carrera.

Veteando con los albos hilos del sudor, aquí negro como la muerte, viene el Yanuncay en marcha paralela al Tomebamba, encabritado y dominador.

Cada río es un corcel en carrera.

Allá, se acercan en trote mesurado el Milchichig y el Machángara, la cabeza en alto y fuerte el casco musical y sonoro.

Cada río es un corcel en carrera.
Por las planicies de Chuallabamba cruzan los cuatro corceles: dan su himplido al avizorarse, se entrechocan, porfían y se empinan, empenechados de orgullo.

Después, la mano que sabe atar todas la cosas los embrida con recios correajes de flores, enlazan su carrera, y avanza la soberbia cuadriga, toda enjabelgada de luz, halando la carroza triunfal de la Reina de estas tierras de promisión que un día supo, con su hermosura, a los cuatro corceles domar.

VICTOR MANUEL ALBORNOZ

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