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Poetisas ecuatorianas

Author: Teodoro Albornoz /

Srta. Ramona María Cordero L.

(Mary Corylé)

A golpes de la llegada a la altura de donde puede mirarse sin temor al sol. Su lira, que sabe de todas las milagrosas sinfonías fue enguirnaldada por la inspiración de una de esas mañanas de primavera en que el corazón se siente más inclinado a las morosidades del amor y en que las manos parecen ser más aptas para hurtar del jardín las rosas con aljófar de rocío.

Si, su temperamento se tamiza a través de un delicado estado de alma en el que hay calor de juventud, apacible casi siempre, aunque en veces surge la llamarada de la pasión. Es un amor recóndito el que le roe las entrañas, un amor que tal vez no alcanza a traducirse en idioma con palabras; que a veces estalla en los deliquios de lo ultraterrenal y otras, parece más bien ser concreción del ansia vehemente de aquella hora de epifanía en que ella contempló extasiada.

la blancura ondulante de su carne desnuda
que conmoviera aún al severo Budha,
su cabellera bronce, la sangre de su boca
la redondez espléndida de su juventud loca

Son así los versos de Ramona Cordero. La poesía le brota de lo hondo, sin artificio, sin recurrir a moldes convencionales. La miel hiblea de sus estrofas se vacía suave, naturalmente en la copa de oro del poema. Es ingenua, sencilla en el concepto; aunque al adentrarse en la estructura de su obra de belleza se advierte la trama sutil con que el verdadero artista suele urdir los ricos brotes de la fantasía.

“Mi alma es una quena dulcemente dolida, mi cuerpo el blanco vaso que aprisiona a su voz”, ha dicho en un autoanálisis de su condición de favorita de las musas. De una exquisita sensibilidad, sabe traducir su estado psíquico sin llegar a la exaltación del alarido grotesco o el ademán violento; se mantiene equilibradamente haciendo adivinar su herida, pero sin exponerla a la avidez de las miradas que pueden profanarla. Se queja a Dios y a los hombres, sin que el reproche se tiña en fango de blasfemia o en sangre de insulto.

Cada una de sus rimas es más bien un suspiro de nostalgia de algo que su imaginación de poeta le dice haber vivido. Y que, realmente ha vivido; pues que de los reinos del ensueño supo traer para las sendas de este peregrinaje la nota acorde de la evocación musical.

El ritmo que adopta, con ser correcto y fluido, no alcanza a ser expresión de la poesía interior que circula en los versos. Se siente que en su pecho atormentado –atormentado acaso por todas las dulzuras del amor- queda un sentimiento que no llega a la superficie: tal vez coquetería de mujer que no gusta de mostrar la contracción de las pupilas ante lo salobre de las lágrimas.

Se siente triste, se cree incomprendida. Ella nos cuenta que es pálida porque sus manos se han fatigado de arrancar lirios y nardos para el Amado; que destella la melancolía en sus ojos por el recuerdo angustiante de la visita nocturna de una sombra adorada; y que hay rictus amargo en su boca porque esa flor ha sido mordida sádicamente por el Dolor. Y aunque así se cree y aunque así se siente, de seguro que ella se complace en ser triste e incomprendida, porque sabe que en ello está el carisma más alto que le cupo recibir.

Su diadema de poetisa está exornada de las más vistosas flores, entre las cuales, a pesar de lo temprano de la hora, se destacan ya los laureles, rosas del triunfo: Ramona María Cordero ocupa pues, sitial de honor en la literatura ecuatoriana contemporánea.

VICTOR M. ALBORNOZ.

“LA CRONICA” Lunes 4 de Junio de 1928 Cuenca -Ecuador

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