La caballerosidad, la verdadera caballerosidad, se ha hecho prenda tan rara en esta época que mas parece haber quedado para la arqueología de la historia, como ejemplar de museo de una de las cualidades que mas dignifican al ser humano y que hoy tiende a desparecer ante el rudo empuje de los filisteos de la idea, de los bárbaros del espíritu, de los idólatras de la materia.
Ahora se intenta medir a los individuos con un solo resero, pero no en un nivel superior de cultura, sino a raz de ignorancias y mezquindades. Se quiere dar a todos estatura moral idéntica, pero se va dejando a los hombres en la igualdad denigrante del que ya no aspira a nada que esté por encima de su hueca cabeza, de su frente estéril de su pecho cundido por la zizaña.
Ya es ejemplar raro el del caballero, del caballero que jinetea al corcel encabritado de las pasiones para sujetarlas a su albedrío, para dirigirlas por los limpios caminos de la sana razón y para ennoblecerlas conduciéndolas a la meta en que se acrisolan las virtudes ciudadanas. Estos son los únicos que merecen recordación, porque su estatura se mide por la altitud de los sentimientos que albergan, porque, aunque lo nieguen los incapaces de comprenderla, siempre habrá la aristocracia de los corazones buenos y de las mentes luminosas.
A esta jerarquía de nobleza la sola verdadera, perteneció el doctor don FRANCISCO UGARTE, caballero en la amplitud de la palabra, de aquello que con fuerza de sus cualidades conviértense en prototipos de la caballerosidad sin mengua ni desmayos, pues que es la de los que cabalgan sobre su propia hombredad, que así les sirve de pedestal a su recia personalidad.
La delicadeza de sus maneras, la cortesanía de su trato, la amenidad de su conversación en que fluía el ingenio y la amplitud de sus conocimientos, le convertían en un elemento valioso de la sociedad, que imponía respeto y consideración.
Dijo Gracián que “el saber vivir es el verdadero saber”, y FRANCISCO UGARTE supo conseguir de la vida todo, lo que ésta da de bueno cuando se triunfa de ella. El amor le dio una esposa inmejorable, espejo de virtudes, y luego un hogar distinguidísimo en que los vástagos reproducen la excelencia de la cepa. El trabajo premió sus esfuerzos, proporcionándole comodidades que sirviéronle también para el mayor logro de las aspiraciones espirituales.
Condescendiente con el necesitado, generoso con todos, granjeábase simpatías que iban en aumento mientras mas se ahondara en la fontana apacible de su corazón, crucificado en la cruz bendita de la bondad.
En su juventud, tubo puños de hierro para aplastar al atrevido, al insolente, al deslenguado. Salió siempre en defensa del amigo; hizo respetar los fueros de la dama; y jamás se arredró ante nada y ante nadie cuando se trataba de batallar por su ideal. mantuvo esa reciedumbre de carácter hasta los días de su ancianidad, pese a enfermedades y angustia¸ floreció en su alma, con magnífico florecer, el santo rosal del civismo, que hubo de hundirle las espinas para enaltecerlo hasta el sacrificio cuando un día fatídico sus propiedades de la Provincia del Oro fueron saqueadas, destruida su rica biblioteca, su familia obligada a alejarse y él, el doctor Ugarte, conducido prisionero a tierras enemigas, en que supo demostrar la entereza de su ánimo y la manera de comportarse de un patriota ecuatoriano.
Su recuerdo vive y perdurará por largo tiempo, por el señorío que supo poner en todos los actos de su existencia. FRANCISCO UGARTE mantuvo inalterables los cuarteles de su hidalguía, en los que el oro de sus merecimientos realza la alta torre de su caballerosidad, a cuyas puertas están dos leones—el amor y la amistad—guardando leales su tranquilo sueño de eternidad.
VICTOR MANUEL ALBORNOZ
Cuenca, Julio de 1954.
Ahora se intenta medir a los individuos con un solo resero, pero no en un nivel superior de cultura, sino a raz de ignorancias y mezquindades. Se quiere dar a todos estatura moral idéntica, pero se va dejando a los hombres en la igualdad denigrante del que ya no aspira a nada que esté por encima de su hueca cabeza, de su frente estéril de su pecho cundido por la zizaña.
Ya es ejemplar raro el del caballero, del caballero que jinetea al corcel encabritado de las pasiones para sujetarlas a su albedrío, para dirigirlas por los limpios caminos de la sana razón y para ennoblecerlas conduciéndolas a la meta en que se acrisolan las virtudes ciudadanas. Estos son los únicos que merecen recordación, porque su estatura se mide por la altitud de los sentimientos que albergan, porque, aunque lo nieguen los incapaces de comprenderla, siempre habrá la aristocracia de los corazones buenos y de las mentes luminosas.
A esta jerarquía de nobleza la sola verdadera, perteneció el doctor don FRANCISCO UGARTE, caballero en la amplitud de la palabra, de aquello que con fuerza de sus cualidades conviértense en prototipos de la caballerosidad sin mengua ni desmayos, pues que es la de los que cabalgan sobre su propia hombredad, que así les sirve de pedestal a su recia personalidad.
La delicadeza de sus maneras, la cortesanía de su trato, la amenidad de su conversación en que fluía el ingenio y la amplitud de sus conocimientos, le convertían en un elemento valioso de la sociedad, que imponía respeto y consideración.
Dijo Gracián que “el saber vivir es el verdadero saber”, y FRANCISCO UGARTE supo conseguir de la vida todo, lo que ésta da de bueno cuando se triunfa de ella. El amor le dio una esposa inmejorable, espejo de virtudes, y luego un hogar distinguidísimo en que los vástagos reproducen la excelencia de la cepa. El trabajo premió sus esfuerzos, proporcionándole comodidades que sirviéronle también para el mayor logro de las aspiraciones espirituales.
Condescendiente con el necesitado, generoso con todos, granjeábase simpatías que iban en aumento mientras mas se ahondara en la fontana apacible de su corazón, crucificado en la cruz bendita de la bondad.
En su juventud, tubo puños de hierro para aplastar al atrevido, al insolente, al deslenguado. Salió siempre en defensa del amigo; hizo respetar los fueros de la dama; y jamás se arredró ante nada y ante nadie cuando se trataba de batallar por su ideal. mantuvo esa reciedumbre de carácter hasta los días de su ancianidad, pese a enfermedades y angustia¸ floreció en su alma, con magnífico florecer, el santo rosal del civismo, que hubo de hundirle las espinas para enaltecerlo hasta el sacrificio cuando un día fatídico sus propiedades de la Provincia del Oro fueron saqueadas, destruida su rica biblioteca, su familia obligada a alejarse y él, el doctor Ugarte, conducido prisionero a tierras enemigas, en que supo demostrar la entereza de su ánimo y la manera de comportarse de un patriota ecuatoriano.
Su recuerdo vive y perdurará por largo tiempo, por el señorío que supo poner en todos los actos de su existencia. FRANCISCO UGARTE mantuvo inalterables los cuarteles de su hidalguía, en los que el oro de sus merecimientos realza la alta torre de su caballerosidad, a cuyas puertas están dos leones—el amor y la amistad—guardando leales su tranquilo sueño de eternidad.
VICTOR MANUEL ALBORNOZ
Cuenca, Julio de 1954.
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