Manuel González Prada.
Tradiciones Peruanas, de Ricardo Palma, es una de las obras más amenas y más americanas de nuestra literatura. Y caso curioso: esta obra tan americana es producto de un espíritu servil, tradicionalista, españolizante, colonial. Palma, imitador de los clásicos españoles, en cuanto a estilo, se propuso, al escribir sus Tradiciones, conservar el recuerdo de la dominación europea, sintiendo la añoranza de las cadenas y la nostalgia del rebenque. Su obra se vincula, por el estilo, a la tradición literaria española y por el asunto a la tradición política de España. Palma es, repito, un españolizante, un retardatario, un espíritu servil, un hombre de la colonia. Sin embargo, su obra aparece muy americana. ¿Por qué? Porque nosotros, con muy buen acuerdo, tenemos por nuestros a aquellos conquistadores y dominadores de los cuales, directa o indirectamente, venimos. Porque nosotros sentimos la obra española en América, en lo que ella tuvo de bueno –y tuvo de bueno más de lo que se piensa- como propia.
Pero es tan poco americano en el fondo, Palma, y tanta importancia concede a ciertas cosas de la Península, que no tienen ninguna, que cuando realizó un viaje a España se enorgulleció en letras de molde de que tales y cuales literatos le hubiesen acogido con sonrisas y apretones de manos. Esto revela al mulato, deslumbrado y seducido por la mano tendida y la silla brindada del hombre blanco. Se satisfizo a tal punto de que la Academia aceptase varios americanismos propuestos por él – como si nosotros necesitáramos de esa Academia para hablar y escribir como nos dé la gana- que cablegrafió a Lima su triunfo. Un franco-argentino, de talento y mala entraña, el señor Groussac, a la razón en Perú, recordando la guerra con chile y el alboroto de Palma hizo esta cruel observación: “Pobres triunfos peruanos!”
Por los mismos años de ocupación chilena, Ricardo Palma, como si no hubiese mejor actividad a sus aptitudes y energías, se ensañaba contra la memoria de Bolívar, llamando asesino al hombre a quién el Perú debe la independencia y el territorio que Chile estaba arrebatándole.
Nunca pude explicarme aquel odio. Un limeño, amigo mío me ha dado la clave del misterio. Hela aquí.
En los ejércitos de la Gran Colombia que pasaron al Perú con el Libertador, había muchos negros de nuestras africanas costas. Conocida es la sicología del negro. La imprevisión, el desorden, la tendencia al robo, a la lascivia, la carencia de escrúpulos, parecen patrimonio suyo. Los negros de Colombia no fueron excepción. Al contrario: en una época revuelta, con trece años de campamento a las espaldas, y en país ajeno, país al que en su barbarie consideraban tal vez como pueblo conquistado, no tuvieron a veces más freno ni correctivo sino el de las cuatro onzas de plomo que a menudo castigaban desmanes y fechorías. Una de aquellas diabluras cometidas en los suburbios de Lima por estos negros del Caribe fue la violación, un día, o una noche, de ciertas pobres y honestas mujeres. De ese pecado mortal desciende Ricardo Palma.
Así explica mi amigo del Perú el odio de Ricardo Palma a la memoria de Bolívar y de sus tropas.
Don Ricardo, ha olvidado, hasta ahora, incluir entre sus Tradiciones peruanas esta amarga tradición de familia. No podemos echárselo en cara.
Me alegro que el viejo mulato de Lima pueda leer antes de morirse esta breve nota. Se la debía. No tanto para vindicar la memoria de Bolívar como para corresponder a las que él puso, según parece, al margen de alguna obra mía en la Biblioteca Nacional del Perú. Donde las dan las toman, seor feolenco.
En ninguna parte la literatura autóctona de América, el criollismo, el americanismo, tuvo hasta hace poco menos adeptos. Sucedió a menudo, eso sí que aun los imitadores, en momento de abandono y descuido, anduvieron, no sobre nubes exóticas, sino sobre el suelo de la patria. Y sus plantas, de aquel descuido, salieron perfumadas con las flores de nuestros campos. Pero generalmente no conocieron más flores sino las de papel, gala de jardines retóricos.
Esta impersonalidad, este no ser literario, este vivir de préstamo, estos sentimientos de sombra, estas ideas reflejas, esta ceguera a lo circundante, esta sordera para oírnos a nosotros mismos y este ridículo remedio literaturesco de la Europa, no es pecado exclusivo del Perú, sino de la América íntegra. Pero en otras partes hubo más independencia y más conatos de literatura vernácula. La mayor parte de los autores peruanos se pasó la vida, como expresa Ventura García Calderón, “imitando a los mismos maestros (extranjeros) con servilismo”.
Si no fueron exclusivos del Perú lo simiesco, la descaracterización literaria obsérvase allí que hasta algunos productores de obra americana lo hacen a pesar suyo, sin proponérselo o proponiéndose lo contrario. Ejemplo: Ricardo Palma, autor de las deliciosas Tradiciones peruanas, que hizo obra nacional cuando intentó hacer obra extranjera y celebrar la dominación europea, en estilo y con chistes a la española.
En las Tradiciones, las menos son las consagradas a héroes y heroicidades exclusivos de América; y no faltan para éstos, aquí y allá, arañazos de lego de convento, que se come las uñas, y no araña más porque no puede. En cambio, ¡qué entusiasmo cuando se trata de frailes y virreyes de la colonia! Es autor de aquellos a quien no falta la lista de condes y marqueses del Perú.
La obra de Palma es americana, malgré lui. Toda su vida se la pasó imitando en versos, no ramplones, sino grotescos, a Zorrilla, Bécquer, etc., y en suelta prosa a los Isla, Feijóo, cien más, sin olvidar a Quevedo para los chistes.
No posee, sin embrago, el monopolio de parodiar lo ajeno. Todos hacían otro tanto. “No se copiaban –dice Ventura García Calderón-, no se copiaban únicamente los metros y los moldes, sino eran imitados los sentimientos.” “La emoción fue pocas veces sincera, postiza la herejía y al leerlos sólo notamos el énfasis”.
En general no hubo en Perú, ni menos en Lima, hasta Chocano, un poeta épico. Todos son líricos sin unción, de sentimientos de préstamo. Y abunda la poesía, no satírica porque la sátira significa pasión, sino burlesca.
La libertad estéril y quimérica
que agosta en flor la juventud de América.
Grito de caballero antañón, mal habido en una democracia. Por boca de Don Felipe Pardo, personaje de viso y poeta notable en su localidad, hablan castas enteras del Perú. Ridiculiza también el señor Pardo, en versos muy mediocres por cierto, la constitución o carta fundamental de la república. Es, pues, un partidario del absolutismo. No en balde se educó en la corte de Fernando VII.
Los poetas peruanos, casi sin excepción, imitaron a Zorrilla, a Bécquer, que, si bien hombres de talento, eran, a su turno, lunas de soles extranjeros: Espronceda de Byron, Zorrilla de Víctor Hugo, Bécquer de Heine.
Un día a España le entraron ganas de apropiarse otra vez del Perú. Mandó unos cuantos barcos a bombardear el Callao. Pues bien, apenas sí se encuentra en toda la literatura peruana un grito de ira contra aquella agresión injusta e impolítica, que hizo levantar la cabeza a toda América del Sur y darse la mano a las repúblicas del Pacífico.
El mismo crítico de las letras peruanas, don Ventura García Calderón, que escribe en nuestros días y es un espíritu y carácter emancipados, llama al bombardeo del Callao: “una excursión española a nuestras costas”(1)
(1) Por los mismos días que se escriben estas líneas promuévese, en toda la prensa de Madrid, un revuelo de opiniones con motivo de la propuesta venta del Numancia, uno de los barcos que hicieron aquella “excursión”. Todos los diarios, sin discrepancia, se pronuncian porque se conserve en el museo como testigo de una página gloriosa de la historia española contemporánea. Algunos patriotas aprovechan para decirnos a los americanos cuatro frescas. Lo más sensato que he leído en este punto ha sido lo que suscribe don Eduardo Gómez de Baquero, que también opina por la conservación.
…………
González Prada, Manuel (1844-1918), es la figura más discutida e influyente en las letras y la política del Perú en el último tercio del siglo XIX. Su obra de poeta, pensador, ideólogo, periodista y reformador radical en todos los frentes, lo convierte en una personalidad de relieve continental en un momento dominado por el modernismo, al que contribuye por su elevado sentido del arte y su severa crítica del academicismo y del ya lánguido romanticismo.
Este iconoclasta nació en Lima, en el seno de una familia aristocrática conservadora y católica a ultranza. Se educó en Santiago de Chile y siguió, por presión familiar, estudios en un seminario de Lima, que abandonó intempestivamente en un primer gesto de rebeldía. Recorrió la zona andina del país y se retiró a vivir en una hacienda al sur de Lima, donde se compenetró con el mundo indígena y se dedicó a la lectura de escritores clásicos, ingleses, alemanes y franceses. El episodio capital de su vida y de la generación a la que pertenece fue la guerra con Chile (1871-1883), que acabó con una humillante derrota peruana y provocó su segunda reclusión voluntaria durante la ocupación chilena de Lima. Al acabar esa ocupación, se convirtió en un vitriólico acusador de la clase dirigente peruana, del Ejército y la Iglesia católica. En un célebre discurso en Lima, el año 1888, proclamó:"¡Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra!". Convocaba a la lucha por la regeneración social, contra las malas ideas y los malos hábitos, contra leyes y constituciones ajenas a la realidad peruana, contra la herencia colonial, contra los profetas que anunciaban el fracaso definitivo de América Latina. Convertido en la voz del nuevo Perú que debía surgir de la derrota, denunció los males que el país arrastraba por siglos, entre ellos la indiferencia por la condición infrahumana del indígena; su prédica, hecha en un estilo implacable y cientificista con raíces positivistas (véase Positivismo), fue creciendo en intensidad y radicalismo. Al volver de un viaje por Europa (1898), empezó a divulgar las ideas anarquistas que había descubierto en Barcelona, y fue identificándose cada vez más con los movimientos obreros anarcosindicalistas.
Como prosista, González Prada es recordado principalmente por Páginas libres (1894) y Horas de lucha (1908), obras en las que muestra una creciente radicalización de sus planteamientos. Defendió todas las libertades, incluidas la de culto, conciencia y pensamiento y se manifestó en favor de una educación laica.
En el artículo Nuestros indios (1904), explicó la supuesta inferioridad de la población autóctona como un resultado del trato recibido, de la falta de educación. Como poeta, publicó Minúsculas (1901) y Exóticas (1911), que son verdaderos catálogos de innovaciones métricas y estróficas, como los delicados rondeles y triolets que adaptó del francés. Sus Baladas peruanas (1935), que recogen tradiciones indígenas y escenas de la conquista española, fueron escritas a partir de 1871.
RICARDO MÁRQUEZ, refiriéndose a Ricardo Palma:
En este libro al que nos referimos, pag. 191, dice el citado escritor:--“El 17 (habla del Libertador- Diciembre), cerró los ojos para siempre. Momentos antes, murmuró con voz débil al oído del que se hallaba a su cabecera:--
“Creo que los dos majaderos más grandes de la humanidad hemos sido Don Quijote….. y yo”. (1)
¡Qué blasfemia ¡Qué horror! Esto no es exacto, es una calumnia al hombre más grande de la América latina, al que con su espada y leyes libertó un mundo y constituyó la Gran Colombia. Así no se engrandece la memoria de Bolívar, ni se da prestigio a su gloria para vivir con la vida inmortal en el tiempo; esto es deprimente y ultrajante al Padre de la Patria.
¿Ni cómo puede llamarse al libro SIMÓN BOLÍVAR ÍNTIMO! Llámesele mejor BOLÍVAR ÍNFIMO. Los astros al atardecer, después de abrillantar su carrera descienden al ocaso majestuosamente: y la hora final, en el instante que la materia decae, se debilita y va a desaparecer del tiempo, el hombre piensa en el más allá para recibir el premio o el castigo de sus actos.
A la verdad, Bolívar tenía sus genialidades, galanterías delicadas para sus Oficiales, y para sus Generales, palabras de encomio; así como también caprichos del momento y ocurrencias tan humorísticas, cual sombras para delinear el cuadro de su vida, y la de sus compañeros de armas.
La mano amiga, del Sr. Coronel Don Elías Troncoso, nos ha obsequiado un importante periódico, PÁGINA LITERARIA del Correo del Cauca, en el cual se lee una controversia entre los inteligentes escritores Dn. Mariano Carvajal y Cornelio Hispano. Este último literato ha publicado el libro LOS CANTORES DE BOLÍVAR. obra en la cual se hacen anotaciones deprimentes a la catolicidad de Bolívar, tales como las que no se confesó ni recibió el Santo Viático, porque su acción de vida no le permitía hacer tal cosa. El Sr. Carvajal, con acopio de documentos y como sincero católico, y más conocedor que Cornelio Hispano de los acontecimientos de la independencia, califica el trabajo de Hispano UN LIBRO ENFERMO. Hechas las rectificaciones del caso, dice:--“Lo que sucede es que hay una historia sectaria que se atreve a presentarlos deformados al público, ajeno a éstas disciplinas. Y quiénes cometen estos pecados contra la verdad, que es la vida, aspiran al dictado de historiadores celosos!....
También nosotros, con el respeto que se merece el escritor Sr. Martínez y haciendo propias las palabras del Sr. Carvajal, diríamos lo mismo: UN LIBRO ENFERMO.
La relación del Sr. Martínez, en nuestro concepto, no está conforme con la verdad histórica, ni guarda armonía con las sensatas referencias hechas por los historiadores Blanco y Aspurua, menos con la del médico de cabecera de Bolívar Dr. Próspero A. Réverend; y suponemos que el concepto de Martínez descansa en las Tradiciones del travieso escritor peruano Sr. Ricardo Palma, cuyo humorismo no tenía vallas, y más de las veces, es tan mordaz, que uno se niega a dar asentimiento a ellas. Palma jamás ha querido al Libertador. Siempre burlón, llegó al ultraje en sus últimos tiempos (hace 52 años) y de ahí que todos los escritores de todos los países americanos le salieron al encuentro, siendo el vocero de entonces y el de mayor mérito el historiador Juan B. Pérez y Soto. En Cuenca, terció en la polémica nuestro esclarecido poeta satírico Dr. Luis Cordero, con el siguiente inmortal Soneto:
A UN DETRACTOR DE SIMON BOLIVAR
CASTIGADO YA POR EL FALLO DE LA AMERICA OFENDIDA
Trajiste, por tu mal a la memoria
La heroica hazaña del pastor hebreo
Y quisiste, en tu loco devaneo,
Émulo de David ser en la gloria.
No sólo fue insensata, fue irrisoria,
La audacia criminal de tu deseo;
Porque ¿quién eres tú débil pigmeo
Para herir al gigante de la historia?
Con la honda primitiva del peruano
Lanzaste tosca piedra al eminente
Redentor del linaje americano.
Rióse de tu insania el Continente;
Erró el golpe fatal tu aleve mano,
Y el guijarro cayó.…sobre tu frente.
1878
(1) El Sr. Ricardo Palma, en el libro sus Tradiciones, no dice que Bolívar haya dicho ser dos los majaderos más grandes de la humanidad, sino tres. Que en sus días de humorismo el Libertador se haya expresado en esos términos al departir con sus amigos, no es difícil; pero en los momentos de su muerte, como lo asegura el Sr. Martínez, es algo inverosímil, y sobre este punto viene la rectificación que anotamos. El Dr. Reverend y más personas que estuvieron presentes a la muerte de Bolívar, nada dicen al respecto.
Los tres majaderos a que refiere Palma son: Jesucristo, El Quijote y Bolívar.
Tradiciones Peruanas, de Ricardo Palma, es una de las obras más amenas y más americanas de nuestra literatura. Y caso curioso: esta obra tan americana es producto de un espíritu servil, tradicionalista, españolizante, colonial. Palma, imitador de los clásicos españoles, en cuanto a estilo, se propuso, al escribir sus Tradiciones, conservar el recuerdo de la dominación europea, sintiendo la añoranza de las cadenas y la nostalgia del rebenque. Su obra se vincula, por el estilo, a la tradición literaria española y por el asunto a la tradición política de España. Palma es, repito, un españolizante, un retardatario, un espíritu servil, un hombre de la colonia. Sin embargo, su obra aparece muy americana. ¿Por qué? Porque nosotros, con muy buen acuerdo, tenemos por nuestros a aquellos conquistadores y dominadores de los cuales, directa o indirectamente, venimos. Porque nosotros sentimos la obra española en América, en lo que ella tuvo de bueno –y tuvo de bueno más de lo que se piensa- como propia.
Pero es tan poco americano en el fondo, Palma, y tanta importancia concede a ciertas cosas de la Península, que no tienen ninguna, que cuando realizó un viaje a España se enorgulleció en letras de molde de que tales y cuales literatos le hubiesen acogido con sonrisas y apretones de manos. Esto revela al mulato, deslumbrado y seducido por la mano tendida y la silla brindada del hombre blanco. Se satisfizo a tal punto de que la Academia aceptase varios americanismos propuestos por él – como si nosotros necesitáramos de esa Academia para hablar y escribir como nos dé la gana- que cablegrafió a Lima su triunfo. Un franco-argentino, de talento y mala entraña, el señor Groussac, a la razón en Perú, recordando la guerra con chile y el alboroto de Palma hizo esta cruel observación: “Pobres triunfos peruanos!”
Por los mismos años de ocupación chilena, Ricardo Palma, como si no hubiese mejor actividad a sus aptitudes y energías, se ensañaba contra la memoria de Bolívar, llamando asesino al hombre a quién el Perú debe la independencia y el territorio que Chile estaba arrebatándole.
Nunca pude explicarme aquel odio. Un limeño, amigo mío me ha dado la clave del misterio. Hela aquí.
En los ejércitos de la Gran Colombia que pasaron al Perú con el Libertador, había muchos negros de nuestras africanas costas. Conocida es la sicología del negro. La imprevisión, el desorden, la tendencia al robo, a la lascivia, la carencia de escrúpulos, parecen patrimonio suyo. Los negros de Colombia no fueron excepción. Al contrario: en una época revuelta, con trece años de campamento a las espaldas, y en país ajeno, país al que en su barbarie consideraban tal vez como pueblo conquistado, no tuvieron a veces más freno ni correctivo sino el de las cuatro onzas de plomo que a menudo castigaban desmanes y fechorías. Una de aquellas diabluras cometidas en los suburbios de Lima por estos negros del Caribe fue la violación, un día, o una noche, de ciertas pobres y honestas mujeres. De ese pecado mortal desciende Ricardo Palma.
Así explica mi amigo del Perú el odio de Ricardo Palma a la memoria de Bolívar y de sus tropas.
Don Ricardo, ha olvidado, hasta ahora, incluir entre sus Tradiciones peruanas esta amarga tradición de familia. No podemos echárselo en cara.
Me alegro que el viejo mulato de Lima pueda leer antes de morirse esta breve nota. Se la debía. No tanto para vindicar la memoria de Bolívar como para corresponder a las que él puso, según parece, al margen de alguna obra mía en la Biblioteca Nacional del Perú. Donde las dan las toman, seor feolenco.
En ninguna parte la literatura autóctona de América, el criollismo, el americanismo, tuvo hasta hace poco menos adeptos. Sucedió a menudo, eso sí que aun los imitadores, en momento de abandono y descuido, anduvieron, no sobre nubes exóticas, sino sobre el suelo de la patria. Y sus plantas, de aquel descuido, salieron perfumadas con las flores de nuestros campos. Pero generalmente no conocieron más flores sino las de papel, gala de jardines retóricos.
Esta impersonalidad, este no ser literario, este vivir de préstamo, estos sentimientos de sombra, estas ideas reflejas, esta ceguera a lo circundante, esta sordera para oírnos a nosotros mismos y este ridículo remedio literaturesco de la Europa, no es pecado exclusivo del Perú, sino de la América íntegra. Pero en otras partes hubo más independencia y más conatos de literatura vernácula. La mayor parte de los autores peruanos se pasó la vida, como expresa Ventura García Calderón, “imitando a los mismos maestros (extranjeros) con servilismo”.
Si no fueron exclusivos del Perú lo simiesco, la descaracterización literaria obsérvase allí que hasta algunos productores de obra americana lo hacen a pesar suyo, sin proponérselo o proponiéndose lo contrario. Ejemplo: Ricardo Palma, autor de las deliciosas Tradiciones peruanas, que hizo obra nacional cuando intentó hacer obra extranjera y celebrar la dominación europea, en estilo y con chistes a la española.
En las Tradiciones, las menos son las consagradas a héroes y heroicidades exclusivos de América; y no faltan para éstos, aquí y allá, arañazos de lego de convento, que se come las uñas, y no araña más porque no puede. En cambio, ¡qué entusiasmo cuando se trata de frailes y virreyes de la colonia! Es autor de aquellos a quien no falta la lista de condes y marqueses del Perú.
La obra de Palma es americana, malgré lui. Toda su vida se la pasó imitando en versos, no ramplones, sino grotescos, a Zorrilla, Bécquer, etc., y en suelta prosa a los Isla, Feijóo, cien más, sin olvidar a Quevedo para los chistes.
No posee, sin embrago, el monopolio de parodiar lo ajeno. Todos hacían otro tanto. “No se copiaban –dice Ventura García Calderón-, no se copiaban únicamente los metros y los moldes, sino eran imitados los sentimientos.” “La emoción fue pocas veces sincera, postiza la herejía y al leerlos sólo notamos el énfasis”.
En general no hubo en Perú, ni menos en Lima, hasta Chocano, un poeta épico. Todos son líricos sin unción, de sentimientos de préstamo. Y abunda la poesía, no satírica porque la sátira significa pasión, sino burlesca.
La libertad estéril y quimérica
que agosta en flor la juventud de América.
Grito de caballero antañón, mal habido en una democracia. Por boca de Don Felipe Pardo, personaje de viso y poeta notable en su localidad, hablan castas enteras del Perú. Ridiculiza también el señor Pardo, en versos muy mediocres por cierto, la constitución o carta fundamental de la república. Es, pues, un partidario del absolutismo. No en balde se educó en la corte de Fernando VII.
Los poetas peruanos, casi sin excepción, imitaron a Zorrilla, a Bécquer, que, si bien hombres de talento, eran, a su turno, lunas de soles extranjeros: Espronceda de Byron, Zorrilla de Víctor Hugo, Bécquer de Heine.
Un día a España le entraron ganas de apropiarse otra vez del Perú. Mandó unos cuantos barcos a bombardear el Callao. Pues bien, apenas sí se encuentra en toda la literatura peruana un grito de ira contra aquella agresión injusta e impolítica, que hizo levantar la cabeza a toda América del Sur y darse la mano a las repúblicas del Pacífico.
El mismo crítico de las letras peruanas, don Ventura García Calderón, que escribe en nuestros días y es un espíritu y carácter emancipados, llama al bombardeo del Callao: “una excursión española a nuestras costas”(1)
(1) Por los mismos días que se escriben estas líneas promuévese, en toda la prensa de Madrid, un revuelo de opiniones con motivo de la propuesta venta del Numancia, uno de los barcos que hicieron aquella “excursión”. Todos los diarios, sin discrepancia, se pronuncian porque se conserve en el museo como testigo de una página gloriosa de la historia española contemporánea. Algunos patriotas aprovechan para decirnos a los americanos cuatro frescas. Lo más sensato que he leído en este punto ha sido lo que suscribe don Eduardo Gómez de Baquero, que también opina por la conservación.
…………
González Prada, Manuel (1844-1918), es la figura más discutida e influyente en las letras y la política del Perú en el último tercio del siglo XIX. Su obra de poeta, pensador, ideólogo, periodista y reformador radical en todos los frentes, lo convierte en una personalidad de relieve continental en un momento dominado por el modernismo, al que contribuye por su elevado sentido del arte y su severa crítica del academicismo y del ya lánguido romanticismo.
Este iconoclasta nació en Lima, en el seno de una familia aristocrática conservadora y católica a ultranza. Se educó en Santiago de Chile y siguió, por presión familiar, estudios en un seminario de Lima, que abandonó intempestivamente en un primer gesto de rebeldía. Recorrió la zona andina del país y se retiró a vivir en una hacienda al sur de Lima, donde se compenetró con el mundo indígena y se dedicó a la lectura de escritores clásicos, ingleses, alemanes y franceses. El episodio capital de su vida y de la generación a la que pertenece fue la guerra con Chile (1871-1883), que acabó con una humillante derrota peruana y provocó su segunda reclusión voluntaria durante la ocupación chilena de Lima. Al acabar esa ocupación, se convirtió en un vitriólico acusador de la clase dirigente peruana, del Ejército y la Iglesia católica. En un célebre discurso en Lima, el año 1888, proclamó:"¡Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra!". Convocaba a la lucha por la regeneración social, contra las malas ideas y los malos hábitos, contra leyes y constituciones ajenas a la realidad peruana, contra la herencia colonial, contra los profetas que anunciaban el fracaso definitivo de América Latina. Convertido en la voz del nuevo Perú que debía surgir de la derrota, denunció los males que el país arrastraba por siglos, entre ellos la indiferencia por la condición infrahumana del indígena; su prédica, hecha en un estilo implacable y cientificista con raíces positivistas (véase Positivismo), fue creciendo en intensidad y radicalismo. Al volver de un viaje por Europa (1898), empezó a divulgar las ideas anarquistas que había descubierto en Barcelona, y fue identificándose cada vez más con los movimientos obreros anarcosindicalistas.
Como prosista, González Prada es recordado principalmente por Páginas libres (1894) y Horas de lucha (1908), obras en las que muestra una creciente radicalización de sus planteamientos. Defendió todas las libertades, incluidas la de culto, conciencia y pensamiento y se manifestó en favor de una educación laica.
En el artículo Nuestros indios (1904), explicó la supuesta inferioridad de la población autóctona como un resultado del trato recibido, de la falta de educación. Como poeta, publicó Minúsculas (1901) y Exóticas (1911), que son verdaderos catálogos de innovaciones métricas y estróficas, como los delicados rondeles y triolets que adaptó del francés. Sus Baladas peruanas (1935), que recogen tradiciones indígenas y escenas de la conquista española, fueron escritas a partir de 1871.
RICARDO MÁRQUEZ, refiriéndose a Ricardo Palma:
En este libro al que nos referimos, pag. 191, dice el citado escritor:--“El 17 (habla del Libertador- Diciembre), cerró los ojos para siempre. Momentos antes, murmuró con voz débil al oído del que se hallaba a su cabecera:--
“Creo que los dos majaderos más grandes de la humanidad hemos sido Don Quijote….. y yo”. (1)
¡Qué blasfemia ¡Qué horror! Esto no es exacto, es una calumnia al hombre más grande de la América latina, al que con su espada y leyes libertó un mundo y constituyó la Gran Colombia. Así no se engrandece la memoria de Bolívar, ni se da prestigio a su gloria para vivir con la vida inmortal en el tiempo; esto es deprimente y ultrajante al Padre de la Patria.
¿Ni cómo puede llamarse al libro SIMÓN BOLÍVAR ÍNTIMO! Llámesele mejor BOLÍVAR ÍNFIMO. Los astros al atardecer, después de abrillantar su carrera descienden al ocaso majestuosamente: y la hora final, en el instante que la materia decae, se debilita y va a desaparecer del tiempo, el hombre piensa en el más allá para recibir el premio o el castigo de sus actos.
A la verdad, Bolívar tenía sus genialidades, galanterías delicadas para sus Oficiales, y para sus Generales, palabras de encomio; así como también caprichos del momento y ocurrencias tan humorísticas, cual sombras para delinear el cuadro de su vida, y la de sus compañeros de armas.
La mano amiga, del Sr. Coronel Don Elías Troncoso, nos ha obsequiado un importante periódico, PÁGINA LITERARIA del Correo del Cauca, en el cual se lee una controversia entre los inteligentes escritores Dn. Mariano Carvajal y Cornelio Hispano. Este último literato ha publicado el libro LOS CANTORES DE BOLÍVAR. obra en la cual se hacen anotaciones deprimentes a la catolicidad de Bolívar, tales como las que no se confesó ni recibió el Santo Viático, porque su acción de vida no le permitía hacer tal cosa. El Sr. Carvajal, con acopio de documentos y como sincero católico, y más conocedor que Cornelio Hispano de los acontecimientos de la independencia, califica el trabajo de Hispano UN LIBRO ENFERMO. Hechas las rectificaciones del caso, dice:--“Lo que sucede es que hay una historia sectaria que se atreve a presentarlos deformados al público, ajeno a éstas disciplinas. Y quiénes cometen estos pecados contra la verdad, que es la vida, aspiran al dictado de historiadores celosos!....
También nosotros, con el respeto que se merece el escritor Sr. Martínez y haciendo propias las palabras del Sr. Carvajal, diríamos lo mismo: UN LIBRO ENFERMO.
La relación del Sr. Martínez, en nuestro concepto, no está conforme con la verdad histórica, ni guarda armonía con las sensatas referencias hechas por los historiadores Blanco y Aspurua, menos con la del médico de cabecera de Bolívar Dr. Próspero A. Réverend; y suponemos que el concepto de Martínez descansa en las Tradiciones del travieso escritor peruano Sr. Ricardo Palma, cuyo humorismo no tenía vallas, y más de las veces, es tan mordaz, que uno se niega a dar asentimiento a ellas. Palma jamás ha querido al Libertador. Siempre burlón, llegó al ultraje en sus últimos tiempos (hace 52 años) y de ahí que todos los escritores de todos los países americanos le salieron al encuentro, siendo el vocero de entonces y el de mayor mérito el historiador Juan B. Pérez y Soto. En Cuenca, terció en la polémica nuestro esclarecido poeta satírico Dr. Luis Cordero, con el siguiente inmortal Soneto:
A UN DETRACTOR DE SIMON BOLIVAR
CASTIGADO YA POR EL FALLO DE LA AMERICA OFENDIDA
Trajiste, por tu mal a la memoria
La heroica hazaña del pastor hebreo
Y quisiste, en tu loco devaneo,
Émulo de David ser en la gloria.
No sólo fue insensata, fue irrisoria,
La audacia criminal de tu deseo;
Porque ¿quién eres tú débil pigmeo
Para herir al gigante de la historia?
Con la honda primitiva del peruano
Lanzaste tosca piedra al eminente
Redentor del linaje americano.
Rióse de tu insania el Continente;
Erró el golpe fatal tu aleve mano,
Y el guijarro cayó.…sobre tu frente.
1878
(1) El Sr. Ricardo Palma, en el libro sus Tradiciones, no dice que Bolívar haya dicho ser dos los majaderos más grandes de la humanidad, sino tres. Que en sus días de humorismo el Libertador se haya expresado en esos términos al departir con sus amigos, no es difícil; pero en los momentos de su muerte, como lo asegura el Sr. Martínez, es algo inverosímil, y sobre este punto viene la rectificación que anotamos. El Dr. Reverend y más personas que estuvieron presentes a la muerte de Bolívar, nada dicen al respecto.
Los tres majaderos a que refiere Palma son: Jesucristo, El Quijote y Bolívar.
0 comentarios:
Publicar un comentario