Como en el artículo “Cuenca Industrial” publicado en la edición extraordinaria de EL MERCURIO correspondiente al 15 de presente mes, se pide que se corrijan los errores allí aparecidos, nos vamos a tomar la libertad de hacerlo, en cuanto lo permiten nuestros conocimientos de la historia azuaya.
Muy digna de aplauso es la idea del inteligente autor de esa curiosa Monografía que bien merecía ser completada con las omisiones que en ella se advierten, para ese mode evitar se pierdan definitivamente datos que, a medida que transcurra el tiempo, se hará mas difícil obtenerlos.
Nuestro propósito se encamina únicamente a efectuar algunas rectificaciones, que, para mayor comodidad del lector, las iremos haciendo en forma sucesiva, colocando primero la noticia tal como corre en EL MERCURIO y luego la correspondiente enmienda.
Comenzamos:
1825—Manda a practicar el primer censo el General don Ignacio Torres—El número total de habitantes de las actuales Provincias del Azuay y Cañar era el de 76.423, de los cuales correspondía al CANTÓN Cuenca 42.222.
el primer censo de Cuenca, del Gobierno de Cuenca, o sea del territorio que comprende las actuales Provincias del Azuay y Cañar, se efectuó en el año 1778.
Provino el empadronamiento de la Cédula Real dictada al efecto por Carlos III, acatada por su Viso—Rey de Santa Fe y puesta en práctica por el primer Gobernador—refiriédonos a los que ejercieron el cargo-de Cuenca, el célebre Alférez do José Antonio de Vallejo.
El resultado de ese censo indica que Cuenca—el Gobierno—tiene 75.654 habitantes, inclusive 46 sacerdotes residentes en Cuenca (38), Cañar (6), y Azogues (2), sin contar los curas de cada parroquia, 58 frailes de Santo Domingo, San Agustín, La Merced, San Francisco y Bethemitas, y 48 monjas carmelitas. Estas últimas cuentan con más de cien criadas que viven en el Convento.
Cuenca—la ciudad—alcanza a 16.718 pobladores, poniendo sólo el centro, el Vecino, San Blas y San Sebastián. Los lugares contiguos de El Ejido, San José y Barabón arrojan la cifra de 2.032; y Baños, Narancay, Yanazacha y Chanchán 5.532.
La parte mas poblada, prescindiendo del asiento principal de Cuenca, resultó Azogues, con Taday, Pindilic, Porotos, Caldera, Guyancay, Chuquipata y Biblián: 11.736 habitantes.
El censo de 1778 es muy detallado. Debe de haber pocos errores; pero se han omitido, a lo menos en el original que se conserva en el archivo de la Gobernación de Cuenca, lo correspondiente a la parte Occidental de la ciudad, a Racar y Balzaín, al Tablón, de Machángara y Shiquir y a las encomiendas de Paiguara, Ragdéleg, Chordeleg, Toctesí y otras que existían en Jadán, Gualaceo, etc.
Julio 20 de 1934, “El Mercurio” VICTOR M. ALBORNOZ
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1860—70 Introduce en la ciudad de Cuenca el señor Carlos Ordóñez Lazo con las últimas modas europeas, utensilios de cocina, vajilla moderna y servicios higiénicos.
1860—Don José María Montesinos introduce los primeros instrumentos modernos para banda.
Ya antes del año de 1860 se vendía en la tienda de los señores Tadeo Torres y Compañía, juegos de café, platos, tazas y demás utensilios de fina vajilla de porcelana. Las familias adineradas podían adquirir vajilla moderna de espléndida calidad en el mentado almacén, que, además contaba con variados artículos importados del extranjero. Entre estos últimos las damas de nuestra sociedad elegante se disputaban costosos razos de seda y unos pañolones de merino que consistía la última moda a promedios del siglo anterior. Allí abundaban también alhajas de oro cubiertas de perlas y diamantes, relojes, instrumentos de música de toda clase, cajas de alcanfor, estupendas lanas, casimires de castor, alpacas, etc.etc. todo un conjunto de gran atractivo y novedad.
En las casas ricas preferían usar vajilla de plata, que generalmente constituía una verdadera obra de arte, por las formas y adornos con que la confeccionaban los habilísimos orfebres de ese tiempo. No hace muchos años –acaso quince o dieciséis—que el que estas líneas escribe asistió a un almuerzo ofrecido por el acaudalado caballero don José Félix Valdivieso en su mansión señorial de Sulupali, en que todo el abundante servicio de mesa—desde los cubiertos, fuentes, platos y tazas hasta los fruteros y los aditamentos necesarios para emplear el agua, el café y la leche—eran de plata repujada y, en las piezas menores, con bellas filigranas. Tal suntuosidad, desusada ahora, fue propia de las familias pudientes de nuestra sociedad, hasta que esas costumbres de gran tono desaparecieron para dar paso a los baratos usos que hoy se compaginan con esta edad ansiosa de los metales preciosos, porque, precisamente, los mira lejos de sus comunes posibilidades.
Los costosos efectos puestos a la venta en la tienda de don Tadeo Torres evidencian que en Cuenca había antes de 1860 personas que gustaban de adquirir objetos de verdadero lujo. No era preciso ir a obtenerlos en centros extranjeros, porque nuestros comerciantes viajaban con frecuencia no sólo a Guayaquil, sino a la capital del Perú, ciudad acostumbrada al fausto.
Ya durante la lucha de nuestra emancipación política de España en 1820, don José de Cárdenas poseía un almacén de comercio bien surtido, con artículos importados de Europa.
Y, para conclusión, un rasgo de justicia. La ejemplar modestia característica en don Tadeo Torres, ha hecho que las generaciones actuales no recuerden como se merece a este benemérito ciudadano, uno de los que más a contribuido al adelanto de Cuenca.
Prototipo del varón fuerte, que todo lo debe a sus propios esfuerzos, Torres fue un modelo de laboriosidad y honradez. Su fortuna la puso a servicio de la colectividad. En vida, su mano se alargó sin cansancio para prodigar la limosna que no busca las recompensas de la notoriedad. A su muerte, toda la fortuna adquirida a fuerza de trabajos y fatigas la dedica a fines de filantropía.
Torres no construyó palacios para halago de vanidades personales, ni para ostentación de sus riquezas. Pero hizo algo más digno y duradero, dedicó su oro para que, mediante él, hallen albergue los desheredados de la suerte, los hijos sin madre. El Asilo que lleva su nombre es su mejor elogio.
“EL MERCURIO” 21 DE Julio de 1934 VÍCTOR M ALBORNOZ.
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1867—Las primeras casas de cal y ladrillo son mandadas a fabricar por don Carlos Ordóñez Lazo, bajo la dirección de un arquitecto latacungueño N. Cornejo.
La implantación en Cuenca de esta importante mejora para el ornato urbano se debe al entusiasta caballero don Mauricio Garzón, quien hizo venir de la ciudad de Latacunga a tres albañiles (que pomposamente los han denominado después, de arquitectos), los cuales se contrajeron, en un principio a efectuar los trabajos de reparación de la Santa Iglesia Catedral.
Los albañiles de nuestra referencia, cuya habilidad procedía de su práctica en las construcciones en que habían intervenido en Quito, una vez concluida la obra para la que fueron contratados ofrecieron sus servicios a las personas de la localidad.
El primero en ocuparlos fue el doctor Vicente León, Ministro entonces de la Corte Superior de esta Provincia. Luchando con innúmeras dificultades, provenientes de la escasez de materiales apropiados y hasta de las rechiflas de los rutinarios que nunca faltan, el doctor León levantó la primera casa de cal y ladrillo en Cuenca, o sea la que está situada en la calle Bolívar entre Padre Aguirre y General Torres, hoy de propiedad del doctor Manuel M. Ortiz.
En ese mismo año de 1867, el doctor Juan Bautista Vázquez comenzó la edificación del Colegio Nacional, empleando el mismo sistema de sustituir las paredes de adobe con las de cal y ladrillo. Y, poco después, los hermanos Ordóñez generalizaron esta clase de construcciones.
Lo que más llamó la atención en esa época los elegantes arcos de los portales y las cornizas que reemplazaron a los feos tumbados exteriores de las casas coloniales.
Tócanos consignar que el señor doctor Joaquín Martínez Tamariz debe también ser considerado como uno de los principales precursores del adelanto de Cuenca en este aspecto, pues a él se debe en gran parte la edificación del Seminario Mayor de esta ciudad, obra de gran aliento que se efectuó en los mismos tiempos en que los señores Ordóñez hacían construir sus casas.
“EL MERCURIO” 28 de Julio de 1934 VICTOR MANUEL ALBORNOZ
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Contestación a X.X.X.
Con todo el respeto que nos merece el distinguido escritor que con el seudónimo de “X.X.X.” firma el artículo PARA LA HISTORIA- ANACRONISMOS-, publicado en la edición del día martes último, debemos decir que nuestra aseveración referente a la primera casa particular construida en Cuenca de cal y ladrillo, es irrefutable, porque se basa en la información proporcionada por un periódico de la época, que no podía equivocarse, ni menos asegurar una cosa falsa.
“El Popular”, en la cuarta página del número 19 de la Segunda Epoca, correspondiente al 2 de Abril de 1868, trae un artículo intitulado “Progreso en materia de Fábricas”, en el cual se recomienda a la posteridad los nombres de los doctores Juan Bautista Vázquez y Vicente León para las obras que con carácter oficial, el primero, y particular, el segundo, llevaron a cabo en beneficio del ornato de la ciudad. Allí, refiriéndose al último de los citados personajes, el ilustre redactor de “El Popular” se expresa así: “Ciudadanos como este merecen un justo aplauso, por la iniciativa que toman en el mejoramiento material del país”.
Entre los varios detalles del sistema de construcción empleado, y de la alabanza a las dos referidas personas que lo adoptan, nada se dice de los señores Ordóñez, por la sencilla razón de que estos acaudalados ciudadanos sólo cinco años después emprenden en la edificación de sus casas de cal y ladrillo, que, ciertamente, las generalizaron dado el dinero de que disponían y el afán de vivir en la ostentación de sus riquezas.
Precisamente, por esta motivo y tomando en cuenta que desempeñaba la Gobernación de la Provincia, se acusa entonces a don Carlos Ordóñez de “convertir el poder público en elemento constante y eficaz del progreso mercantil de una familia” (“Crónica Diaria”, N° 6. 18 de Marzo de 1873).
El mayor comprobante de que los edificios de los señores Ordóñez comienzan su edificación en 1873 se encuentra en documentos judiciales incontrovertibles: los del juicio criminal que, por una denuncia del doctor Agustín Cueva, manda instaurar contra don Carlos Ordóñez la Exma. Corte Suprema. En el proceso seguido—que tantas molestias ocasiona al acusado, obteniendo, al fin, vindicar en forma legal su conducta—consta que a los peones de don Francisco Farfán se les había exonerado de los trabajos de las obras públicas porque “construían ladrillos para la casa que fabrica el señor Gobernador”; y así mismo, informa uno de los declarantes “haber sido tomados unos bueyes de la señora Juana Polo por el señor Teniente Político de San Roque, y ocupados en acarrear materiales para la construcción de la misma casa, con perfecto conocimiento y aún resistencia a devolverlos por parte del señor Gobernador procesado” (Marzo 15 de 1873). En las declaraciones rendidas por el doctor Tomás Toral y por el Comisario de Policía don Fernando Moscoso, hay referencia a que Estanislao Morocho y otro peón fueron compelidos a trabajar “en la casa que construye el señor sindicado.
Para no abundar en más testimonios, hemos de acudir al definitivo, proporcionado por el propio don Carlos Ordóñez, el cual hace circular el 8de Marzo del susodicho año de 1873 una publicación que lleva el título de “PROTESTA”, la que comienza con estas líneas: “Un individuo (se refiere al doctor Agustín Cueva) inspirado por la envidia y más vulgares pasiones, se ha exhibido al público, denunciando que yo, bajo pretexto del trabajo de la carretera, he ocupado en la fábrica de mi casa a un peón suyo….” (Hoja suelta. Imp. Por Miguel Vintimilla).
Para terminar, confirmando nuestro dato de que el edificio del Seminario Mayor de esta ciudad se construyó al mismo tiempo que los de los señores Ordóñez Hermanos—y aún se comenzó poco antes-, decalramos que efectivamente no se debe tal mejora al doctor Juan Martínez Tamariz, sino al Ecónomo de la Curia Eclesiástica don Mauricio Garzón. Los periódicos cuencanos de esa época—del 67al 74—en nada se refieren a los Jesuitas ni al señor Obispo León, ponderando, en cambio, el entusiasmo del aludido señor Garzón, digno de todo encomio y cuya memoria es grato evocar cada vez que se habla de nuestra historia local en la época en que él figuró. La ingratitud del olvido no llega sino para aquellos que la merecen.
“EL MERCURIO” 3 de Agosto de 1934 VICTOR M. ALBORNOZ.
Muy digna de aplauso es la idea del inteligente autor de esa curiosa Monografía que bien merecía ser completada con las omisiones que en ella se advierten, para ese mode evitar se pierdan definitivamente datos que, a medida que transcurra el tiempo, se hará mas difícil obtenerlos.
Nuestro propósito se encamina únicamente a efectuar algunas rectificaciones, que, para mayor comodidad del lector, las iremos haciendo en forma sucesiva, colocando primero la noticia tal como corre en EL MERCURIO y luego la correspondiente enmienda.
Comenzamos:
1825—Manda a practicar el primer censo el General don Ignacio Torres—El número total de habitantes de las actuales Provincias del Azuay y Cañar era el de 76.423, de los cuales correspondía al CANTÓN Cuenca 42.222.
el primer censo de Cuenca, del Gobierno de Cuenca, o sea del territorio que comprende las actuales Provincias del Azuay y Cañar, se efectuó en el año 1778.
Provino el empadronamiento de la Cédula Real dictada al efecto por Carlos III, acatada por su Viso—Rey de Santa Fe y puesta en práctica por el primer Gobernador—refiriédonos a los que ejercieron el cargo-de Cuenca, el célebre Alférez do José Antonio de Vallejo.
El resultado de ese censo indica que Cuenca—el Gobierno—tiene 75.654 habitantes, inclusive 46 sacerdotes residentes en Cuenca (38), Cañar (6), y Azogues (2), sin contar los curas de cada parroquia, 58 frailes de Santo Domingo, San Agustín, La Merced, San Francisco y Bethemitas, y 48 monjas carmelitas. Estas últimas cuentan con más de cien criadas que viven en el Convento.
Cuenca—la ciudad—alcanza a 16.718 pobladores, poniendo sólo el centro, el Vecino, San Blas y San Sebastián. Los lugares contiguos de El Ejido, San José y Barabón arrojan la cifra de 2.032; y Baños, Narancay, Yanazacha y Chanchán 5.532.
La parte mas poblada, prescindiendo del asiento principal de Cuenca, resultó Azogues, con Taday, Pindilic, Porotos, Caldera, Guyancay, Chuquipata y Biblián: 11.736 habitantes.
El censo de 1778 es muy detallado. Debe de haber pocos errores; pero se han omitido, a lo menos en el original que se conserva en el archivo de la Gobernación de Cuenca, lo correspondiente a la parte Occidental de la ciudad, a Racar y Balzaín, al Tablón, de Machángara y Shiquir y a las encomiendas de Paiguara, Ragdéleg, Chordeleg, Toctesí y otras que existían en Jadán, Gualaceo, etc.
Julio 20 de 1934, “El Mercurio” VICTOR M. ALBORNOZ
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1860—70 Introduce en la ciudad de Cuenca el señor Carlos Ordóñez Lazo con las últimas modas europeas, utensilios de cocina, vajilla moderna y servicios higiénicos.
1860—Don José María Montesinos introduce los primeros instrumentos modernos para banda.
Ya antes del año de 1860 se vendía en la tienda de los señores Tadeo Torres y Compañía, juegos de café, platos, tazas y demás utensilios de fina vajilla de porcelana. Las familias adineradas podían adquirir vajilla moderna de espléndida calidad en el mentado almacén, que, además contaba con variados artículos importados del extranjero. Entre estos últimos las damas de nuestra sociedad elegante se disputaban costosos razos de seda y unos pañolones de merino que consistía la última moda a promedios del siglo anterior. Allí abundaban también alhajas de oro cubiertas de perlas y diamantes, relojes, instrumentos de música de toda clase, cajas de alcanfor, estupendas lanas, casimires de castor, alpacas, etc.etc. todo un conjunto de gran atractivo y novedad.
En las casas ricas preferían usar vajilla de plata, que generalmente constituía una verdadera obra de arte, por las formas y adornos con que la confeccionaban los habilísimos orfebres de ese tiempo. No hace muchos años –acaso quince o dieciséis—que el que estas líneas escribe asistió a un almuerzo ofrecido por el acaudalado caballero don José Félix Valdivieso en su mansión señorial de Sulupali, en que todo el abundante servicio de mesa—desde los cubiertos, fuentes, platos y tazas hasta los fruteros y los aditamentos necesarios para emplear el agua, el café y la leche—eran de plata repujada y, en las piezas menores, con bellas filigranas. Tal suntuosidad, desusada ahora, fue propia de las familias pudientes de nuestra sociedad, hasta que esas costumbres de gran tono desaparecieron para dar paso a los baratos usos que hoy se compaginan con esta edad ansiosa de los metales preciosos, porque, precisamente, los mira lejos de sus comunes posibilidades.
Los costosos efectos puestos a la venta en la tienda de don Tadeo Torres evidencian que en Cuenca había antes de 1860 personas que gustaban de adquirir objetos de verdadero lujo. No era preciso ir a obtenerlos en centros extranjeros, porque nuestros comerciantes viajaban con frecuencia no sólo a Guayaquil, sino a la capital del Perú, ciudad acostumbrada al fausto.
Ya durante la lucha de nuestra emancipación política de España en 1820, don José de Cárdenas poseía un almacén de comercio bien surtido, con artículos importados de Europa.
Y, para conclusión, un rasgo de justicia. La ejemplar modestia característica en don Tadeo Torres, ha hecho que las generaciones actuales no recuerden como se merece a este benemérito ciudadano, uno de los que más a contribuido al adelanto de Cuenca.
Prototipo del varón fuerte, que todo lo debe a sus propios esfuerzos, Torres fue un modelo de laboriosidad y honradez. Su fortuna la puso a servicio de la colectividad. En vida, su mano se alargó sin cansancio para prodigar la limosna que no busca las recompensas de la notoriedad. A su muerte, toda la fortuna adquirida a fuerza de trabajos y fatigas la dedica a fines de filantropía.
Torres no construyó palacios para halago de vanidades personales, ni para ostentación de sus riquezas. Pero hizo algo más digno y duradero, dedicó su oro para que, mediante él, hallen albergue los desheredados de la suerte, los hijos sin madre. El Asilo que lleva su nombre es su mejor elogio.
“EL MERCURIO” 21 DE Julio de 1934 VÍCTOR M ALBORNOZ.
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1867—Las primeras casas de cal y ladrillo son mandadas a fabricar por don Carlos Ordóñez Lazo, bajo la dirección de un arquitecto latacungueño N. Cornejo.
La implantación en Cuenca de esta importante mejora para el ornato urbano se debe al entusiasta caballero don Mauricio Garzón, quien hizo venir de la ciudad de Latacunga a tres albañiles (que pomposamente los han denominado después, de arquitectos), los cuales se contrajeron, en un principio a efectuar los trabajos de reparación de la Santa Iglesia Catedral.
Los albañiles de nuestra referencia, cuya habilidad procedía de su práctica en las construcciones en que habían intervenido en Quito, una vez concluida la obra para la que fueron contratados ofrecieron sus servicios a las personas de la localidad.
El primero en ocuparlos fue el doctor Vicente León, Ministro entonces de la Corte Superior de esta Provincia. Luchando con innúmeras dificultades, provenientes de la escasez de materiales apropiados y hasta de las rechiflas de los rutinarios que nunca faltan, el doctor León levantó la primera casa de cal y ladrillo en Cuenca, o sea la que está situada en la calle Bolívar entre Padre Aguirre y General Torres, hoy de propiedad del doctor Manuel M. Ortiz.
En ese mismo año de 1867, el doctor Juan Bautista Vázquez comenzó la edificación del Colegio Nacional, empleando el mismo sistema de sustituir las paredes de adobe con las de cal y ladrillo. Y, poco después, los hermanos Ordóñez generalizaron esta clase de construcciones.
Lo que más llamó la atención en esa época los elegantes arcos de los portales y las cornizas que reemplazaron a los feos tumbados exteriores de las casas coloniales.
Tócanos consignar que el señor doctor Joaquín Martínez Tamariz debe también ser considerado como uno de los principales precursores del adelanto de Cuenca en este aspecto, pues a él se debe en gran parte la edificación del Seminario Mayor de esta ciudad, obra de gran aliento que se efectuó en los mismos tiempos en que los señores Ordóñez hacían construir sus casas.
“EL MERCURIO” 28 de Julio de 1934 VICTOR MANUEL ALBORNOZ
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Contestación a X.X.X.
Con todo el respeto que nos merece el distinguido escritor que con el seudónimo de “X.X.X.” firma el artículo PARA LA HISTORIA- ANACRONISMOS-, publicado en la edición del día martes último, debemos decir que nuestra aseveración referente a la primera casa particular construida en Cuenca de cal y ladrillo, es irrefutable, porque se basa en la información proporcionada por un periódico de la época, que no podía equivocarse, ni menos asegurar una cosa falsa.
“El Popular”, en la cuarta página del número 19 de la Segunda Epoca, correspondiente al 2 de Abril de 1868, trae un artículo intitulado “Progreso en materia de Fábricas”, en el cual se recomienda a la posteridad los nombres de los doctores Juan Bautista Vázquez y Vicente León para las obras que con carácter oficial, el primero, y particular, el segundo, llevaron a cabo en beneficio del ornato de la ciudad. Allí, refiriéndose al último de los citados personajes, el ilustre redactor de “El Popular” se expresa así: “Ciudadanos como este merecen un justo aplauso, por la iniciativa que toman en el mejoramiento material del país”.
Entre los varios detalles del sistema de construcción empleado, y de la alabanza a las dos referidas personas que lo adoptan, nada se dice de los señores Ordóñez, por la sencilla razón de que estos acaudalados ciudadanos sólo cinco años después emprenden en la edificación de sus casas de cal y ladrillo, que, ciertamente, las generalizaron dado el dinero de que disponían y el afán de vivir en la ostentación de sus riquezas.
Precisamente, por esta motivo y tomando en cuenta que desempeñaba la Gobernación de la Provincia, se acusa entonces a don Carlos Ordóñez de “convertir el poder público en elemento constante y eficaz del progreso mercantil de una familia” (“Crónica Diaria”, N° 6. 18 de Marzo de 1873).
El mayor comprobante de que los edificios de los señores Ordóñez comienzan su edificación en 1873 se encuentra en documentos judiciales incontrovertibles: los del juicio criminal que, por una denuncia del doctor Agustín Cueva, manda instaurar contra don Carlos Ordóñez la Exma. Corte Suprema. En el proceso seguido—que tantas molestias ocasiona al acusado, obteniendo, al fin, vindicar en forma legal su conducta—consta que a los peones de don Francisco Farfán se les había exonerado de los trabajos de las obras públicas porque “construían ladrillos para la casa que fabrica el señor Gobernador”; y así mismo, informa uno de los declarantes “haber sido tomados unos bueyes de la señora Juana Polo por el señor Teniente Político de San Roque, y ocupados en acarrear materiales para la construcción de la misma casa, con perfecto conocimiento y aún resistencia a devolverlos por parte del señor Gobernador procesado” (Marzo 15 de 1873). En las declaraciones rendidas por el doctor Tomás Toral y por el Comisario de Policía don Fernando Moscoso, hay referencia a que Estanislao Morocho y otro peón fueron compelidos a trabajar “en la casa que construye el señor sindicado.
Para no abundar en más testimonios, hemos de acudir al definitivo, proporcionado por el propio don Carlos Ordóñez, el cual hace circular el 8de Marzo del susodicho año de 1873 una publicación que lleva el título de “PROTESTA”, la que comienza con estas líneas: “Un individuo (se refiere al doctor Agustín Cueva) inspirado por la envidia y más vulgares pasiones, se ha exhibido al público, denunciando que yo, bajo pretexto del trabajo de la carretera, he ocupado en la fábrica de mi casa a un peón suyo….” (Hoja suelta. Imp. Por Miguel Vintimilla).
Para terminar, confirmando nuestro dato de que el edificio del Seminario Mayor de esta ciudad se construyó al mismo tiempo que los de los señores Ordóñez Hermanos—y aún se comenzó poco antes-, decalramos que efectivamente no se debe tal mejora al doctor Juan Martínez Tamariz, sino al Ecónomo de la Curia Eclesiástica don Mauricio Garzón. Los periódicos cuencanos de esa época—del 67al 74—en nada se refieren a los Jesuitas ni al señor Obispo León, ponderando, en cambio, el entusiasmo del aludido señor Garzón, digno de todo encomio y cuya memoria es grato evocar cada vez que se habla de nuestra historia local en la época en que él figuró. La ingratitud del olvido no llega sino para aquellos que la merecen.
“EL MERCURIO” 3 de Agosto de 1934 VICTOR M. ALBORNOZ.
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