La Primera Imprenta de Azogues
El primer Periódico
Toca a las generaciones del presente evocar las grandes figuras nacionales que ha acogido ya la historia como acreedoras a ser alzadas sobre el pedestal de la veneración pública, por la excelencia de sus méritos.
Entre los ecuatorianos, pocos tan dignos de recuerdo elogioso como el señor doctor don Antonio Borrero Cortázar, repúblico eminente cuyas cualidades resplandecen mejor a medida que más le las escudriña, de igual que el bloque marmóreo que, mientras más se lo pule, mayormente reluce para que en el se quiebre, los dardos del sol.
Aunque muy conocida su personalidad, no será demás ponerla nuevamente a los ojos de la juventud –siquiera sea en breve esbozo—a fin de que en ella se mire alto ejemplo digno de imitación.
I
Hijo De don Manuel Borrero Baca y de doña María Francisca Cortázar y Requena –personas, ambas, de distinguida prosapia—el 28 de Octubre de 1827, nace en la ciudad de Cuenca un niño que, al día siguiente, es bautizado por el señor Gobernador Eclesiástico y Vicario Capitular, doctor José Arévalo Gutiérrez, con los nombres de Antonio María Vicente Narciso.
Destacándose siempre por sus notables prendas de inteligencia, Antonio Borrero cursa sus estudios de humanidades en el Seminario de la capital azuaya; pero concluídos éstos, se dirige a Quito con el objeto de ingresar a su Universidad, donde, en efecto, más tarde obtiene el título de doctor en jurisprudencia.
De regreso a la tierra natal, dedícase al ejercicio de su profesión al mismo tiempo que a las arduas labores de la prensa. Guiado por su acrisolado patriotismo, interviene en las candentes luchas políticas de esos días. Funda, sucesivamente, “La República”, “El Centinela”, “El Constitucional”, periódicos en todos los cuales hace ver sus magníficas dotes de publicista imparcial y veraz. A demás de su vasta ilustración y profundo saber, llama la atención en él la destreza con que maneja el ataque y la censura. Reprocha lo que encuentra digno de castigo, sin temor ni vacilaciones, antes con entereza que a las claras demuestra la rectitud de su carácter: su mismo antiguo compañero de aulas, cuyo omnímodo poder todos temen –Gabriel García Moreno—encuentra en Borrero el más temible contendor, ya por la lógica incontrovertible que usa, ya por los fundados razonamientos con que lo combate
La severidad de criterio y las normas justicieras en que siempre inspira sus actos, de tal manera se imponen ante la opinión pública que a sus mismos enemigos se les hace forzoso reconocer las cualidades meritorias que allí resplandecen. Tal sucede con García Moreno que, en el año 1863, es el más entusiasta partidario de Borrero para que éste ocupe la Vicepresidencia de la República, como efectivamente sucede; pero el desinterés y la ninguna ambición del publicista azuayo se pusieron en evidencia al renunciar el alto cargo al que es llamado por sus compatriotas.
Más tarde, en 1875, la muerte de García Moreno hace que todos los ecuatorianos busquen al hombre digno de reemplazar a tan eminente magistrado que, cualesquiera que hayan sido sus defectos, no hay duda tuvo condiciones superiores de mando. Aunque en principio surgen los nombres del doctor Luis Antonio Salazar y del General Sáenz, pronto la popularidad de Borrero es tal que arrolla victoriosamente a la de los candidatos opuestos.
El régimen de García Moreno, autoritario y duro, predispone a desear para el gobierno un político igualmente probo, pero de un carácter más abierto a todos. Refiriéndonos al Azuay, el pueblo manifestaba descontento por las molestias de todo género que ocasiona la construcción de la carretera de Cuenca a Naranjal, obra de gran importancia y necesaria para estas regiones, ciertamente, pero que fue ejecutada usando y abusando de la fuerza, según costumbre de la época. En esos días, vemos que, entre los cargos lanzados contra la administración garciana, figura como de los principales el de la ejecución de la mencionada carretera –según aseveración de la “Sociedad Patriótica de Cuenca”—“no ha servido, sino para hostilizarnos y para hacernos servir al engrandecimiento material de nuestros mandarines”.
La inmensa popularidad de Borrero queda una vez más demostrada con las elecciones presidenciales, en las que obtiene mayoría abrumadora, nunca vista hasta entonces, ya que alcanza a su favor poco menos de cuarenta mil votos, cantidad exorbitante si se mira el número de electores. Sólo en la provincia del Azuay lo aclaman nueve mil doscientos sufragantes, entre los que se cuentan el Dr. Remigio Esteves de Toral, Obispo de la Diócesis, y el Dr. Manuel Hurtado, Vicario, ambos jefes natos del Partido Conservador, contrario al que lo eleva a la primera magistratura del país.
Curioso es consignar que, en Cuenca, se registran sólo dos votos contrarios a Dn. Antonio Borrero: el de su hermano Ramón, a favor del General Sáenz, y el de su propio hijo, Dn. Luis Antonio, en pro de Dn. Antonio Flores. Su elección resulta verdadera apoteosis que el país tributa a tan ejemplar varón.
Sin embargo de haberse realizado su exaltación al solio en forma de beneplácito unánime por parte de todos los ciudadanos, pronto hubo de caer al golpe inicuo de la traición, efectuada, precisamente, por uno de los militares a quien confía uno de los puestos de mayor confianza, como es el de la jefatura de las tropas acantonadas en Guayaquil.
Como consecuencia del triunfo que logra el General Ignacio de Veintimilla, Borrero sale al destierro, donde permanece por el largo tiempo de siete años, residiendo primero en Colombia, después en el Perú y finalmente en Chile. En todas estas naciones, la grandeza de su ánimo se pone a prueba, pues la desventura lo persigue incansable, dándole oportunidad a acendrar sus merecimientos con los repetidos golpes que le asesta.
Instado por el Dr. Antonio Flores, cuando éste llega a la Presidencia de la República, Borrero desempeña la Gobernación del Azuay con tino y moderación propios de su civismo.
Después, se retira a la vida privada. Busca como un refugio consolador la soledad. En su hermosa quinta de Charasol –perteneciente al cantón Azogues—deja correr apaciblemente sus últimos años, dedicado a leer y escribir sin tregua, hasta que el día 9 de Octubre de 1911, en medio del afecto de su familia y de la veneración de todos los que le conocían, fallece a la edad de ochenta y cuatro años.
II
La celebración de la efemérides conmemorativa de la batalla del Pichincha se hace con indescriptible regocijo en Azogues el 24 de Mayo de 1876, pues que en ese día llega allí la primera imprenta con que se ufana esa ciudad en su carrera de progreso.
Por expresa disposición del Presidente Dr. Antonio Borrero Cortázar, la imprenta de Gobierno que existía en Cuenca se la traslada a Azogues, dependiente todavía de la provincia del Azuay. Su entusiasta Jefe Político, señor Víctor de la Luz Toral, realiza las gestiones necesarias para ponerla en estado de servicio. Se contrata al hábil profesional señor Antonio Díaz, quien arregla la imprenta y la deja lista para entrar en funciones. Por desgracia, la letra, aunque abundante, está en su mayor parte, en malas condiciones, en tal forma que con la que se halla en buen estado sólo logra confeccionar un pliego.
¿Cúal es esta primera imprenta de Azogues? Si nos atenemos a los informes dados en esa época por el citado tipógrafo Díaz y al de las autoridades de entonces, no puede ser otra que la que en Cuenca fue también la primera.
En efecto, en 1876 se afirma terminantemente, con reiteración que indica un hecho indiscutible, que la imprenta de Azogues tiene medio siglo de uso. Pus bien, descontando esos cincuenta años, resulta que ella habría venido a Cuenca en 1826, fecha que debe acercarse mucho a la verdad.
Si es así, la primera imprenta de Azogues sería la misma en que aparece, en 1828, el célebre ECO DEL AZUAY, del insigne Fray Vicente Solano.
III
Al contar con los elementos necesarios, se despierta entre las personas intelectuales de Azogues el deseo de publicar un periódico que sea exponente de la cultura.
Su brillante juventud se apresta a la tarea, viendo muy pronto conseguidos sus anhelos. El 26 de Junio de ese mismo año de 1876 aparece “EL ENSAYO”, periódico mensual, de ocho páginas en regular formato, que lleva bien escritas colaboraciones en prosa y verso. No conocemos sino dos números; más no podemos asegurar que éstos hayan sido los únicos.
Nuestro propósito principal al escribir estas líneas ha sido el de enaltecer la memoria de un ecuatoriano ilustre, al cual debe Azogues uno de los más grandes beneficios: el de la introducción de la imprenta, acontecimiento que en todo el mundo se considera como el más trascendental a la cultura de un pueblo.
Que hoy –al cabo de 62 años de haberse implantado tan importante mejora—se cumpla lo que los inteligentes redactores de “EL ENSAYO” dicen en la edición inicial del periódico: “Debe ser sagrado y perenne para los azogueños el recuerdo del 26 de junio de 1876: porque este día, que recibe el saludo de la primera publicación del país, será tal vez el más hermoso en los fastos de su vida pública; y representando la cuna de una era de verdadero engrandecimiento, contribuirá a la inmortalidad del brillante nombre del republicano compatriota que ha cifrado su celebridad en la ventura y progreso del Ecuador”.
Loor, pues, a Antonio Borrero Cortázar, cuyo nombre esclarecido lleva con justicia una hermosa parroquia del cantón Azogues.
VICTOR MANUEL ALBORNOZ
El primer Periódico
Toca a las generaciones del presente evocar las grandes figuras nacionales que ha acogido ya la historia como acreedoras a ser alzadas sobre el pedestal de la veneración pública, por la excelencia de sus méritos.
Entre los ecuatorianos, pocos tan dignos de recuerdo elogioso como el señor doctor don Antonio Borrero Cortázar, repúblico eminente cuyas cualidades resplandecen mejor a medida que más le las escudriña, de igual que el bloque marmóreo que, mientras más se lo pule, mayormente reluce para que en el se quiebre, los dardos del sol.
Aunque muy conocida su personalidad, no será demás ponerla nuevamente a los ojos de la juventud –siquiera sea en breve esbozo—a fin de que en ella se mire alto ejemplo digno de imitación.
I
Hijo De don Manuel Borrero Baca y de doña María Francisca Cortázar y Requena –personas, ambas, de distinguida prosapia—el 28 de Octubre de 1827, nace en la ciudad de Cuenca un niño que, al día siguiente, es bautizado por el señor Gobernador Eclesiástico y Vicario Capitular, doctor José Arévalo Gutiérrez, con los nombres de Antonio María Vicente Narciso.
Destacándose siempre por sus notables prendas de inteligencia, Antonio Borrero cursa sus estudios de humanidades en el Seminario de la capital azuaya; pero concluídos éstos, se dirige a Quito con el objeto de ingresar a su Universidad, donde, en efecto, más tarde obtiene el título de doctor en jurisprudencia.
De regreso a la tierra natal, dedícase al ejercicio de su profesión al mismo tiempo que a las arduas labores de la prensa. Guiado por su acrisolado patriotismo, interviene en las candentes luchas políticas de esos días. Funda, sucesivamente, “La República”, “El Centinela”, “El Constitucional”, periódicos en todos los cuales hace ver sus magníficas dotes de publicista imparcial y veraz. A demás de su vasta ilustración y profundo saber, llama la atención en él la destreza con que maneja el ataque y la censura. Reprocha lo que encuentra digno de castigo, sin temor ni vacilaciones, antes con entereza que a las claras demuestra la rectitud de su carácter: su mismo antiguo compañero de aulas, cuyo omnímodo poder todos temen –Gabriel García Moreno—encuentra en Borrero el más temible contendor, ya por la lógica incontrovertible que usa, ya por los fundados razonamientos con que lo combate
La severidad de criterio y las normas justicieras en que siempre inspira sus actos, de tal manera se imponen ante la opinión pública que a sus mismos enemigos se les hace forzoso reconocer las cualidades meritorias que allí resplandecen. Tal sucede con García Moreno que, en el año 1863, es el más entusiasta partidario de Borrero para que éste ocupe la Vicepresidencia de la República, como efectivamente sucede; pero el desinterés y la ninguna ambición del publicista azuayo se pusieron en evidencia al renunciar el alto cargo al que es llamado por sus compatriotas.
Más tarde, en 1875, la muerte de García Moreno hace que todos los ecuatorianos busquen al hombre digno de reemplazar a tan eminente magistrado que, cualesquiera que hayan sido sus defectos, no hay duda tuvo condiciones superiores de mando. Aunque en principio surgen los nombres del doctor Luis Antonio Salazar y del General Sáenz, pronto la popularidad de Borrero es tal que arrolla victoriosamente a la de los candidatos opuestos.
El régimen de García Moreno, autoritario y duro, predispone a desear para el gobierno un político igualmente probo, pero de un carácter más abierto a todos. Refiriéndonos al Azuay, el pueblo manifestaba descontento por las molestias de todo género que ocasiona la construcción de la carretera de Cuenca a Naranjal, obra de gran importancia y necesaria para estas regiones, ciertamente, pero que fue ejecutada usando y abusando de la fuerza, según costumbre de la época. En esos días, vemos que, entre los cargos lanzados contra la administración garciana, figura como de los principales el de la ejecución de la mencionada carretera –según aseveración de la “Sociedad Patriótica de Cuenca”—“no ha servido, sino para hostilizarnos y para hacernos servir al engrandecimiento material de nuestros mandarines”.
La inmensa popularidad de Borrero queda una vez más demostrada con las elecciones presidenciales, en las que obtiene mayoría abrumadora, nunca vista hasta entonces, ya que alcanza a su favor poco menos de cuarenta mil votos, cantidad exorbitante si se mira el número de electores. Sólo en la provincia del Azuay lo aclaman nueve mil doscientos sufragantes, entre los que se cuentan el Dr. Remigio Esteves de Toral, Obispo de la Diócesis, y el Dr. Manuel Hurtado, Vicario, ambos jefes natos del Partido Conservador, contrario al que lo eleva a la primera magistratura del país.
Curioso es consignar que, en Cuenca, se registran sólo dos votos contrarios a Dn. Antonio Borrero: el de su hermano Ramón, a favor del General Sáenz, y el de su propio hijo, Dn. Luis Antonio, en pro de Dn. Antonio Flores. Su elección resulta verdadera apoteosis que el país tributa a tan ejemplar varón.
Sin embargo de haberse realizado su exaltación al solio en forma de beneplácito unánime por parte de todos los ciudadanos, pronto hubo de caer al golpe inicuo de la traición, efectuada, precisamente, por uno de los militares a quien confía uno de los puestos de mayor confianza, como es el de la jefatura de las tropas acantonadas en Guayaquil.
Como consecuencia del triunfo que logra el General Ignacio de Veintimilla, Borrero sale al destierro, donde permanece por el largo tiempo de siete años, residiendo primero en Colombia, después en el Perú y finalmente en Chile. En todas estas naciones, la grandeza de su ánimo se pone a prueba, pues la desventura lo persigue incansable, dándole oportunidad a acendrar sus merecimientos con los repetidos golpes que le asesta.
Instado por el Dr. Antonio Flores, cuando éste llega a la Presidencia de la República, Borrero desempeña la Gobernación del Azuay con tino y moderación propios de su civismo.
Después, se retira a la vida privada. Busca como un refugio consolador la soledad. En su hermosa quinta de Charasol –perteneciente al cantón Azogues—deja correr apaciblemente sus últimos años, dedicado a leer y escribir sin tregua, hasta que el día 9 de Octubre de 1911, en medio del afecto de su familia y de la veneración de todos los que le conocían, fallece a la edad de ochenta y cuatro años.
II
La celebración de la efemérides conmemorativa de la batalla del Pichincha se hace con indescriptible regocijo en Azogues el 24 de Mayo de 1876, pues que en ese día llega allí la primera imprenta con que se ufana esa ciudad en su carrera de progreso.
Por expresa disposición del Presidente Dr. Antonio Borrero Cortázar, la imprenta de Gobierno que existía en Cuenca se la traslada a Azogues, dependiente todavía de la provincia del Azuay. Su entusiasta Jefe Político, señor Víctor de la Luz Toral, realiza las gestiones necesarias para ponerla en estado de servicio. Se contrata al hábil profesional señor Antonio Díaz, quien arregla la imprenta y la deja lista para entrar en funciones. Por desgracia, la letra, aunque abundante, está en su mayor parte, en malas condiciones, en tal forma que con la que se halla en buen estado sólo logra confeccionar un pliego.
¿Cúal es esta primera imprenta de Azogues? Si nos atenemos a los informes dados en esa época por el citado tipógrafo Díaz y al de las autoridades de entonces, no puede ser otra que la que en Cuenca fue también la primera.
En efecto, en 1876 se afirma terminantemente, con reiteración que indica un hecho indiscutible, que la imprenta de Azogues tiene medio siglo de uso. Pus bien, descontando esos cincuenta años, resulta que ella habría venido a Cuenca en 1826, fecha que debe acercarse mucho a la verdad.
Si es así, la primera imprenta de Azogues sería la misma en que aparece, en 1828, el célebre ECO DEL AZUAY, del insigne Fray Vicente Solano.
III
Al contar con los elementos necesarios, se despierta entre las personas intelectuales de Azogues el deseo de publicar un periódico que sea exponente de la cultura.
Su brillante juventud se apresta a la tarea, viendo muy pronto conseguidos sus anhelos. El 26 de Junio de ese mismo año de 1876 aparece “EL ENSAYO”, periódico mensual, de ocho páginas en regular formato, que lleva bien escritas colaboraciones en prosa y verso. No conocemos sino dos números; más no podemos asegurar que éstos hayan sido los únicos.
Nuestro propósito principal al escribir estas líneas ha sido el de enaltecer la memoria de un ecuatoriano ilustre, al cual debe Azogues uno de los más grandes beneficios: el de la introducción de la imprenta, acontecimiento que en todo el mundo se considera como el más trascendental a la cultura de un pueblo.
Que hoy –al cabo de 62 años de haberse implantado tan importante mejora—se cumpla lo que los inteligentes redactores de “EL ENSAYO” dicen en la edición inicial del periódico: “Debe ser sagrado y perenne para los azogueños el recuerdo del 26 de junio de 1876: porque este día, que recibe el saludo de la primera publicación del país, será tal vez el más hermoso en los fastos de su vida pública; y representando la cuna de una era de verdadero engrandecimiento, contribuirá a la inmortalidad del brillante nombre del republicano compatriota que ha cifrado su celebridad en la ventura y progreso del Ecuador”.
Loor, pues, a Antonio Borrero Cortázar, cuyo nombre esclarecido lleva con justicia una hermosa parroquia del cantón Azogues.
VICTOR MANUEL ALBORNOZ
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