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EN LA MUERTE DE LA SEÑORA DOÑA JUANA MERCEDES ELVIRA VEGA GARCIA DE CRESPO TORAL

Author: Teodoro Albornoz /


Como las dunas a las orillas del mar aglomeran sus arenas y de esos granos diminutos crean la fortaleza necesaria para resistir el embate de las olas, así también hay vidas que amontonan las horas y los días y los años, para irlos superponiendo en lustros y en décadas a manera de una muralla construida de carne y de hueso, de sangre y de espíritu capaz de tener la fortaleza indispensable para no abatirse ante el tremendo impacto de las humanas tempestades, que si algunas veces derraman flores y dichas, con más frecuencia azotan con el recio látigo de las adversidades.

Tal el caso admirable de la ilustre matrona doña Juana Mercedes Elvira Vega García de Crespo Toral. Su jornada en la tierra se prolonga durante noventa y siete años, un mes y tres días. a los diez y ocho años une su destino al del egregio publicista Don Remigio Crespo Toral; cincuenta y tres años le acompaña en el camino alentándolo con su amor, hecho de mieles y de abnegación; y en veintitrés años de viudez sigue siendo la señora magnifica de su hogar.

Dama de valer substancial. Reina de los salones por su deslumbrante hermosura, por su cortesía exquisita, por su trato afable, por el porte señorial, propio de su alcurnia, que sabía revestirse de dignidad al mismo tiempo que de atrayente sencillez, que si inspiraban respeto también atraían simpatías, pues que denunciaban una alma iluminada por estrellas de bondad.

Su biografía es la biografía de una flor, que compendia su vivir en esparcir aromas. Su corazón era el cáliz de donde se derramaban ternuras para su hogar, ejemplo para la sociedad, lustre para la ciudad que se ufanaba de ella, como se ufana el jardín al dar la flor más bella y fragante.

Generosa, munificente, amante de su tierra y de su patria, hizo un regalo espléndido a ellas al donar para la creación del Museo Municipal “Remigio Crespo Toral” todas las preseas que la admiración nacional tributó a su benemérito esposo cuando le ciñó la corona del triunfo por su excepcional obra de poeta de númen excelso. Ese regalo, que si constituye rico presente por su valor intrínseco, representa mayor riqueza por lo que él significa para la gloria del intelecto cuencano.

Pero esta dama de sentimientos delicados, débil para ceder a sus nobles impulsos de bondad, era fuerte, era recia para resistir la embestida del dolor, el infortunio de la invalidez. Un drama tras otro drama arrebató a varios de sus hijos. Los lloró con lágrimas de fuego, pero luego los lloró con el llanto de la resignación, obedeciendo los inescrutables designios de Dios, que acaso da las más grandes penas a los que más merecen su predilección.

Se ha dicho, con razón, que la vida sólo es aprendizaje para morir. Y cuando esa vida, como en el caso de Doña Elvira Vega de Crespo Toral, en sus últimos tiempos –once años de postración- no ha sido sino angustia, sino agonía, sino anticipo de muerte, esa vida, digo, llega ya a la muerte blasonada de dolor, coronada de martirio, lo que para la vida futura, para la vida del espíritu, para la vida inmortal, significa que se llega a las puertas del Empíreo, tal como seguramente ha llegado doña Elvira Vega de Crespo Toral: con el alma depurada como el trigo en el tamiz más tupido, acrisolada como el metal se funde a la acción del fuego, purificada como el agua limpia que se destila en la alquitara a que sea más pura, más volátil, como si se dijera para que cobre alas y vuele, vuele hacia la Altura!

Pero cesen ya mis palabras, para que en este lugar de quietud y de oración se oiga el ritmo armonioso del filósofo cristiano, del poeta creyente, de Remigio Crespo Toral. Que el esposo repita a la esposa aquello que le dijera, años hace, al advertir una hebra de plata en la dorada cabellera de la bien amada, advertencia de que “el pálido invierno se avecina y que le hace pensar en su ida y en la de Ella, pero, al unísono, en el reencuentro para la vida sin final. Oidle:

Hoy. Cuando entre tus manos de alabastro,
la undosa cabellera se desata,
teñida por la luna, por ese astío
de nuestro amor, asoma hebra de plata,
(Siguen estrofas 2ª y 3ª)

Es la primera lumbre que destella
en tu rubia cabeza el astro muerto:
otras, vendrán, tras la primera huella,
y el invierno será sobre un desierto.

A la luz de la luna, por la senda
marché sobre jazmines…Vida mía,
a aquella luz plantamos nuestra tienda,
a esa luz nos juramos compañía.

Y hoy pérfida caricia de ella viene;
y a esa emoción el ritmo de la vida,
casi herido de muerte se detiene,
como al súbito azar de la partida.

Antes que a ti, la fatigosa marcha
me abrumó de la cuesta en la pendiente;
y mi cabeza se cubrió de escarcha
y un astro helado acarició mi frente…

Y así, como en el puente de una nave
que infinito confín buscando avanza,
no sabes tú ni mi conciencia sabe
a donde nos conduce la esperanza.


Encima de la líquida llanura,
cielos y cielos: el confín se esconde
y se pierde en el fondo y en la altura:
¿dónde está el puerto y el reposo dónde?

Y flores deshojadas, por el viento,
al deshojarnos, antes que anochezca,
perfume de tu aliento y de mi aliento,
en el eterno azul se desvanezca,

nuestras almas serán, que en esos mares
de luz, buscando irán por nido un orbe
en las vastas llanuras estelares,
donde la Plenitud todo lo absorbe.

Tendrán esos perfumes otra vida
en más alto y más puro firmamento,
y el alma transformada y redimida
gozará en su feliz renacimiento!

Que ello se haya cumplido en el reino de la Verdad y que el epitalamio comenzado en la tierra prolongue perennemente sus dulces sones en los ámbitos del paraíso concedido por el Todopoderoso al poeta apolíneo y a su digna esposa, la gran dama doña Elvira Vega García de Crespo Toral.


VICTOR MANUEL ALBORNOZ

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