Por : Gonzalo Escudero
Ejecutor exquisito de la difícil ciencia de la estética se demostró siempre Gonzalo Escudero al plasmar en el verso sus ideas, que suelen afianzarse en las ensenadas poéticas de su dominio, en las cuales larga bien hondo el ancla que lo retiene para el tiempo. Hoy reafirma esa su posición segura, adquirida ya en HELICES DE HURACÁN Y DE SOL y en ALTANOCHE, con la publicación de este libro de plena sazón.
Trae como personaje de su nuevo poema a la “Estatua de aire en pedestal de brisa”; personaje de significación tan alta y tan profunda, tan compleja y tan variable que llena con su presencia ámbitos que parecen de infinito, puesto que ciertamente es un hálito de eternidad el que lo anima, aquel de que procede y en el cual permanece y perdurará. Este protagonista de tanta trascendencia que no es otro que el Hombre, el Hombre dialogando con cuanto ama y odia, con lo que le encumbra y con lo que lo agobia en la incertidumbre y el dolor.
Dije dialogando, pues que las interrogaciones vienen unas tras otras en seguimiento de una respuesta; mas como esta respuesta es sólo la del silencio –esa gran voz del misterio--, sucede que el diálogo lo mantienen el Hombre y el Enigma, la Estatua de aire y las fuerzas oscuras que lo rodean, lo invaden y se apropian de su ser.
Y porque todo en desazón parece
y todo en fuga de aire se evapora,
y en añiles nostalgias se enmohece,
y en solares de muerte se demora,
la dalia de la sangre se estremece
enarbolando su atezada prora,
y ardida cal de una escultura enferma,
se desmorona la esperanza yerma.
Así, desesperanzado y ensombrecido, mira el Poeta el paisaje moral del mundo con un escudriñar en que la angustia procura serenarse para alcanzar los horizontes mas lejanos, creyendo que en ellos encontrará lo inaudito, aunque en realidad solo repiten el espectáculo de lo circundante, o sea la vida que en vano quiere separarse de la muerte, prolongación la una de la otra, raíz y tronco del mismo árbol que abre la ancha copa para florecer al soplo de las perennes primaveras del cosmos. Por eso, tras ese desengañado viaje en que se anhela lo que no se halla y en que, al rendirse el cansancio de la búsqueda en la certeza que resume todas las incertidumbres del destino, se descansa al fin en el cabezal de espinas de lo cierto, el Poeta exclama con resignada convicción:
Detenida la abeja del aliento
y baldío el panal de la caricia,
guija de estrellas en descendimiento,
regreso a tu verdad, tierra nutricia,
que para tus oscuros pedernales,
nacencia y agonía son iguales.
Pero, hasta llegar a esa conclusión que todo lo evidencia al enlazar principio y fin de círculo que al Hombre encierra en la grandeza de la inmortalidad del espíritu, qué largo recorrido de sobresaltos y dudas, de inquietudes y torturas, de luchas y desmayos. De luchas y desmayos, sobre todo. Una espada musical que al vibrar canta y gime, porque es forjada en fragua de pájaros y está orinecida con la humedad de un lagar de llanto, doblega la luz indoblegada de la Estatua de aire, que se estremece y rompe su orgullo al comprender que es la tierra torva la que lo apedrea intentando apagar su destello, ese destello que se lo quisiera prolongar hasta los límites de un tiempo sin años.
El desaliento alza la cerviz y tórnace en triunfo cuando el Hombrees a la vez Poeta, de aquellos que prorrumpen en cánticos que nada puede abatir, porque son indemnes al golpe y a la asechanza:
Hasta donde el aliento se sopesa
y el perfume en el légamo se enluta,
estás presente, poesía ilesa...
Poesía ilesa, tan sutil que su acento y su aroma se han de elevar a la altura mayor para allí aislarse de lo perecedero y batir las alas cerniéndose victoriosas en el tiempo.
Ese es el verde siempre que vence al agorero nunca y es así como cobra movimiento perdurable la ESTATUA DE AIRE EN PEDESTAL DE BRISA.
Gonzalo Escudero logra en un proceso medular desarrollado a través de cincuenta estrofas presentar en conjunto armónico el drama del Hombre, que desde lo finito—presencia de mujer, “cárcel de azúcar y panal de trigo”, presencia de flor, rosa con “armadura de aroma” y erguida” la taciturna lanza de la espina”- va a lo perenne, a lo que atenaza Dios con sus dedos infundidores de eternidad.
Poesía de alta jerarquía es la de Escudero, invariablemente revestida de elegancia, logra la difícil postura de no decaer en ningún momento, sorprendiendo por la sutileza y precisión empleados en el recurso expresivo. La espontaneidad del verso deja el desaliño en la alquitara, donde se desnuda de impureza para relucir en esplendor magnífico: cada verso brilla como el oro y cada imagen que allí brota con prodigalidad es una gema que lo enriquece y realza.
Al valor de arte se suma el de la ingénita belleza, porque la euritmia del poema, no obstante estar recamada por la exquisita bordadura de la palabra, deja entrever que, adentro, soterrada, bulle una corriente límpida de emoción, que da al verso calor constante y le transmite ritmo fortalecedor. Y hay vida y hay poesía, porque hay creación.
VICTOR MANUEL ALBORNOZ.
Agosto de 1951
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