El movimiento libertador que en Cuenca estalla el 3 de Noviembre de 1820 se lo lleva acabo casi sin armas, solo por la insistencia en una agresión que, mas que en la fuerza, se respalda en el ambiente favorable al intento de los patriotas, esto es de los cuales habían laborado en forma tan eficaz que sus ideas llegan a tener popularidad.
Habiendo venido en esos días a Cuenca el doctor Cayetano Ramírez y Fita, sacerdote inteligente y hombre de carácter impetuoso, contribuye en gran manera a soliviantar los ánimos con las proclamas incendiarias que lanza valientemente, pues escríbelas sin disfraz con su propia mano. Tan resuelta actitud solo puede explicarse en una población donde la doctrina revolucionaria ha hecho adeptos en la mayoría.
Un grupo reducido, compuesto únicamente de nueve personas, ataca a la escolta militar que solemniza un bando pregonando órdenes del Rey de España. Poca resistencia ofrecen los soldados, pues solo el Teniente Tomás Ordóñez recibe leve herida, que no le imposibilita para las jornadas posteriores. El argumento así logrado consiste en pocos fusiles que, unidos luego a escopetas y lanzas de mas fácil adquisición y garrotes y piedras, vienen a formar el mísero arsenal de guerra de los patriotas.
En cambio, los realistas –comandados por el Jefe de la Plaza, Coronel don Antonio García Trilles—disponen de ciento nueve veteranos, con todo lo necesario para los menesteres de la lucha, incluso cuatro cañones que por orden del Gobernador Aymerich y del Obispo Quintián Ponte se habían construido en Cuenca en 1809 bajo la dirección del doctor Tomás Borrero y de don Paulino Ordóñez.
Con semejante aparato de fuerza no logran imponerse en dos días y una noche, durante los cuales les acosa una muchedumbre tan resuelta como poco provista de armamento. La verdad es que la guarnición, sin mas refugio que el edificio de su cuartel ni mas campo de actividad que las cuatro calles en que aquel se halla situado, tiene en contra todo el vecindario. Aún de los pueblos cercanos llegan contendores, como sucede con los labriegos de Chuquipata que, presididos por su propio párroco –don Javier de Loyola—irrumpen para conseguir la victoria, contribuye también a ella el valiente proceder de otros dos sacerdotes –don Juan María Ormaza y don José Peñafiel—,quienes, al igual que Ramírez y Fita, enardecen a la ciudad.
Así en la noche del 4 de Noviembre, el enemigo cede sus posiciones a los realistas. No lo arrollador de las fuerzas, que casi no disponen de otra arma que la del entusiasmo, es la ciudad en masa la que apoya a los patriotas y consigue de este modo el triunfo.
Nombrado el doctor José María Vázquez de Novoa Jefe Político y Militar de Cuenca independiente, convoca a un a Asamblea que, por el motivo que la origina le da el nombre de CONSEJO DE LA SANCIÓN, pues debía confirmar el nuevo orden de cosas con el estatuto legal. Mediante elección popular, cada una de las diversas parroquias elige su Diputado, designando también sendos representantes el Ayuntamiento, el Cabildo Eclesiástico, el Clero secular y regular, el cuerpo de Milicias, los comerciantes, agricultores y obreros.
Reunido el Consejo el 15 de Noviembre de ese año inolvidable de 1820, sanciona el célebre PLAN DE GOBIERNO DE LA REPUBLICA DE CUENCA, que se lo cree escrito por don León de la Piedra, no solo porque él interviene como Secretario de la Asamblea, sino por el hecho de tratarse de un hombre de letras, considerado en su época como valioso exponente de intelectualidad. Lo habrá sido en otro terreno, pues en este muéstrase enteramente mediocre, sin que por ello le culpemos, pues no era fácil improvisarse estadista genial.
El Plan de Gobierno emplea en el Artículo Primero la denominación de REUBLICA DE CUENCA. Trátase de crear un nuevo Estado, o solo se usa el vocablo en el sentido de “conjunto de habitantes de un mismo término jurisdiccional, regido en sus intereses vecinales por un Ayuntamiento”, tal como lo emplean con frecuencia en la época colonial? A lo último parece referirse el Artículo Segundo cuando habla de una “provincia libre”, ya con restricción de acuerdo con las disposiciones de que siga funcionando el Cabildo en la forma prescrita por la Constitución española.
Sin embrago, la circunstancia de conceder perpetuidad en el cargo al Jefe Militar, con atribuciones de Virrey y Capitán General, parece que el propósito es erigirse verdaderamente en nación “independiente de toda potencia o autoridad extraña”, como se declara, si bien se prevé el caso de formar confederación con las otras “provincias limítrofes y con todas las de América” al tratar de sostener recíprocamente su emancipación.
Desde luego llama la atención que para nada se miente a Quito o Guayaquil y que, por el contrario, se nombren autoridades de primer rango para las diversas funciones de gobierno, milicia, hacienda, poder judicial y mas ramos de la administración. Por supuesto, todo ello copiando en lo posible la organización colonial, sin olvidar los tratamientos honoríficos a entidades e individuos.
A Vázquez de Novoa se da por cinco años el gobierno político y a perpetuidad el militar, con el grado de General. Sus facultades de autoridad son tales que aún superan a las de un Virrey, puesto que está exento de las obligadas restricciones que éstos tienen en el mando; igualan a las de un soberano en miniatura: remedo de dictador, caricatura de poder imperial.
Si se pensó en Estado libre ¿podría haber subsistido con las propias rentas? No se escatiman sueldos: el subidísimo de cuatro mil pesos anuales se señala a Vázquez de Novoa, mil doscientos a cada uno de los cuatro Senadores de Justicia, mil a cada uno de los dos Oficiales de la Caja Patriótica y, en fin, pródigas retribuciones a un sinnúmero de servidores para las administraciones de tributos, alcabalas, correos, etc.
¿Se quiso establecer una aduana terrestre en Tixán o Alausí, una fluvial en Naranjal o una marítima en las proximidades de Machala o Santa Rosa? Quien sabe! La verdad es que Cuenca –entendiéndose por tal la Gobernación colonial de este nombre—, recostada en los riscos de los Andes en su mayor parte, pero que entonces desciende hasta el mar, prolongándose por la sección hoy denominada El Oro, ofrece, a no dudarlo, ventajas apreciables: la jurisdicción territorio, enorme; la población, poco densa y capaz por tanto de una fuerte inmigración para su progreso; la propiedad bien repartida; los recursos del suelo, no solo proporcionados a las necesidades, sino abundantes, pues algunos de ellos los exportan a diversos lugares; en una palabra, condiciones que se las cree suficientes para sostener tren de Estado independiente, si bien en ello aliente un poco de jactancia y otro poco de amor férvido por el terruño.
En lo relativo a aspiraciones culturales, el Plan de Gobierno consulta varios aspectos, uno de ellos, promover la educación de la juventud. Se dispone que el Senado de Justicia, conjuntamente con el Ayuntamiento, elaboren un programa de enseñanza “detallando las facultades de los Colegios para este objeto”. Tómase interés especial en fomentar las industrias, estableciendo premios a quienes sobresalgan en ellas o establezcan nuevas. Tampoco se olvida la necesidad de procurar el adelantamiento de la agricultura y el comercio, ni se descuida indicar la conveniencia de mantener la higiene y ornato de las poblaciones.
Es indudable que, para ley fundamental, el Plan no contiene todo lo que requiere un pueblo que se organiza; pero es aceptable si se lo juzga dentro de las primeras necesidades del momento. En él se retrata el carácter del cuencano, del cuencano de entonces y de hoy: profundamente religioso, profundamente amante de su tierra, pues por encima de todo venera a Dios y por encima de lo demás venera la región hermosa que le da blanda cuna para nacer, ambiente tranquilo para vivir y sepulcro oreado de paz para internarse sin miedo por el camino de la eternidad.
VICTOR MANUEL ALBORNOZ
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