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JULIO MATOVELLE, POETA

Author: Teodoro Albornoz /


En sus Memorias íntimas, Julio Matovelle franquea las puertas del pecho y exhibe en desnudez sus sentimientos. Allí confiesa, con voz de sinceridad, una de las notables pasiones que sacude reciamente su espíritu en las horas de su atormentada juventud: «un anhelo –dice—, un anhelo insaciable de gloria, fama y amor devoraba mi corazón, y de aquí por qué me entregué ardorosamente al cultivo de las letras y de la poesía…»

¿Y habrá una alma, una alma que otee los horizontes del mundo desde un plano de superioridad, que no se rinda al encanto de la poesía? ¿Habrá ser humano que, disponiendo del tesoro de la emoción y de los privilegios del intelecto, no se satisfaga con aquel ritmo armonioso que deleita los sentidos? ¿Habrá mente henchida de luz que no goce con ese goce intensísimo de apoderase, mediante el señorío del ingenio, de las maravillas que, para distribuirlas inacabablemente, guarda en su imperio de infinito esa reina pródiga, fastuosa y deslumbrante, que todo lo tiene y todo lo da, que se llama la Belleza inmortal?

El alma ungida de religiosidad es, acaso, la que mas apta siéntese al arranque poético que, por ocultos caminos, le pone en contacto con el centro de su mística atracción. Ya expresó Fray Luis de León que la poesía es «comunicación del aliento celeste y divino»; por eso, el hombre que hace inmensa vida interior es el que mas lejos camina por los caminos de la idea, porque al recogerse en sí mismo cobra mayores fuerzas para el salto a la distancia, para el escalamiento de las supremas aspiraciones.

Matovelle, en la hora temprana del vivir, aspira a la gloria, mas no por eso desconoce lo que ella guarda para el ambicioso y lo que significa cuando la pone bajo la lente de la realidad. Al compenetrarse de esos sentimientos, el pozo de amargura de su corazón se agita a impulsos de la tormenta y enturbia y rebasa en las inquietas hondas del numen, para prorrumpir en la quejas del desilusionado:

¡Oh cuanto el hombre por brillar se afana!
insecto que ignorado se desliza;
en vano con orgullo se engalana
ese poco de polvo y de ceniza,
que si hoy se mueve, morirá mañana.

¡Qué incesante anhelar, qué ciego empeño
por gozar de una vida transitoria!
Y, ¿qué es la dicha, al fin, y qué es la gloria?:
niebla que pasa, momentáneo sueño,
burla del tiempo, despreciable escoria.

La sombra augusta del viejo Eclesiastés pasa por esas estrofas. Repercute en ellas la voz de Kempis, dolorida, grave. Hay allí un dejo hondo tan de tristeza, que bien se adivina quien así piensa ya está dispuesto a desasirse de todo lo vano. Y en ese triste examen de vanidades halla el amor el primer puesto, ya que, siendo fuente de la vida y de la dicha, también es hermano predilecto del engaño y de la muerte:

El amor es sensitiva;
no la toquéis, porque esquiva
rueda y muere;
y su magia y embeleso
se evapora al primer beso
que la hiere.

Matovelle sumerge el pensamiento en todas las fuentes de la vida, y todas las fuentes –si dulces y aparentemente tranquilas, si bellas y engañosamente tersas—están envenenadas: que el amor es veneno, y el placer es veneno, y la vida toda es veneno, si el amor no se endereza a lo alto, si el placer no se asienta en lo espiritual, si la vida no tiene por norte hacerla digna de premio en los anchos piélagos de la eternidad.

La vida, la verdadera vida, hay que buscarla, pues, evadiéndose del calabozo de la carne, en lo que llamamos muerte en la tierra y en realidad constituye la etapa definitiva del viaje para la vida inmortal. De este modo, morir es codiciable, morir es excelsa aspiración, morir es recompensa. En traducción de ese concepto, en que ahora la mística, Matovelle escribe aquellos versos censillos y transparentes en que parece que grabara en placa de bronce el epitafio de sus ilusiones juveniles:

¡Ay, la vida! ¿Qué es la vida?:
Chispa oculta entre pavesa,
relámpago que atraviesa
tempestad enfurecida.

¡Ay, la vida!
Es mal que cura la muerte;
negra cárcel que, al morir,
logra el prisionero abrir:
de tal suerte
que una ganancia es morir.

Hay allí el inconfundible y poderoso hálito bíblico, a través de recuerdos de Santa Teresa y reminiscencias de Jorge Manrique, en todo caso un cristianismo poético, que, al mirar desolación en el mundo, anhela consuelo en el paraíso prometido, y, por consiguiente, no tiembla de la muerte ni se amedrenta con la sombra, porque confía en la resurrección y tiene la esperanza de que el alma halle la plenitud del vuelo cuando se bañe en el resplandor de la Luz indeficiente, encendida en el principio y que se mantendrá encendida por los siglos de los siglos en el círculo sin final.

Matovelle es poeta reflexivo, meditabundo, que huye de sutilezas, ansioso de dar preferencia a la verdad, a las profundas verdades de que se siente portador para decirlas al mundo, sin extremar las galas, pero con el arraigado convencimiento de quien arroja al surco espiritual semilla sana y útil, que habrá de fructificar. Es poeta filosófico, con filosofía que se reclina invariablemente en los tomillos salpicados de sangre del Calvario. Su numen es la Fe y su ideal la Cruz.

Prefiere lanzar sus querellas al amparo del templo, con voz suave y cadenciosa, que le nace de lo mas íntimo y llega fraternalmente a los corazones devotos:

Ven, Hostia divina;
ven, Hostia de amor;
ven, haz en mi pecho
perpetua mansión!

Así canta, con ternura, con suavidad, insatisfecho de las cosas mundanas, enhambrecido de amor divino.

Julio Matovelle forja versos, muchos versos, en los que la crítica puede discutir el arte o la hermosura; pero lo que nadie podrá discutir es la poesía que alienta en toda su vida de apóstol y luchador.

La vida de Matovelle tiene la armonía y la belleza perdurables, que son trasunto de esa su gran alma de soñador y de constructor de sus sueños. Y esa es la mayor gloria de un poeta: realizar en la tierra lo que en la mente le dicta Dios.


VICTOR MANUEL ALBORNOZ.

“El Tres de Noviembre”

2 comentarios:

Unknown dijo...

Hola a todos. Estoy interesado en conocer este hermoso poema hecho canto del poeta y Padre Matovelle. Agradezco si me pueden dar información

Ven, Hostia divina;
ven, Hostia de amor;
ven, haz en mi pecho
perpetua mansión!

Unknown dijo...

hola

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