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FUNDACION DE LA CIUDAD DE CUENCA

Author: Teodoro Albornoz /

Es el 12 de Abril del año de 1557, día Lunes de la Semana Mayor.

El sol se ha apoderado ya de la cumbre del Guagualzhuma, y desde allí descarga su carcajada de flechas de oro sobre la llanura extensa como la pizarra azul del firmamento. Muchedumbre de cañaris, atraída por el espectáculo nunca a ella dado, forma séquito tras el grupo de los conquistadores españoles.

Concluido el augusto sacrificio de la Misa, el sacerdote retírase del rústico altar y después de despojarse de las rituales vestiduras se incorpora a los que, junto con él, en actitud fervorosa, acaban de impetrar el favor divino, para iniciar luego la ceremonia mediante la cual se da exacto cumplimiento a los dispuesto por el Virrey Don Andrés Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete.

No puede haberse escogido lugar mejor para la fundación de la ciudad: la traza de ella se ha hecho en la planicie que los aborígenes cañaris llamaron Guapondelig, palabra que en su lenguaje metafórico significa llanura grande como el cielo. Cuando los incas imponen el dominio, denominan al lugar Tomebamba, que en quichua traduce la misma ponderación de amplitud del valle: allí fundan una gran ciudad, en la que nace Huayna Cápac, el más grande de los soberanos del Incario.

Desde que en largas jornadas de reconocimiento se anda buscando el sitio mas apropiado para erigir la nueva ciudad española, todos coinciden en que se prefiera éste, en el que ya varios hombres de Castilla han formado vivienda desde el año de1534, en que llagan con las huéstes de Sebastián de Benalcázar.

Toda vacilación tórnase certeza con sólo ver la hermosura de la región de Tomebamba, tomando en cuenta, además, la esplendidez con que la dotó natura: prados que se extienden ilimitadamente, sin que por eso escasee el chaparro ni falte el oquedal; ríos con murmurio eglógico serpentean en caprichosas acrobacias; montes que la cercan con tan cuidadoso esmero que sólo dejan pasar el solano que la refresca, trayéndole perfumes de la selva; y, en una palabra, un panorama donde el color se fatiga en matices, donde la luz llega a la apoteosis,, donde todo el encanto de la tierra se vuelve música para adormecer en éxtasis el alma….

Poco numeroso el grupo de españoles congregado para la institución de la ciudad. Hombres de armas en su mayor parte; pero el resto, cumpliendo la voluntad del Marqués, capaces de empuñar el arado o la lezna o el martillo. Para completar el cuadro no falta la pincelada que lo llena de gracia: la mujer. Y, acaso, una rubia cabecita de niño.

Se inicia el acto. Ulula prolongadamente el clarín, cuyos ecos perforan la distancia, quebrándose en los collados de Culca y Turi o expandiéndose hacia Pumapungo y Guataná, hacia el Otorongo y Putushí.

Después, tras la emoción sin lengua del silencio, el sacerdote muestra en alto la Cruz de Cristo. Y, ante la multitud de hinojos, bendice unciosamente a esta tierra, que la desea, para entonces y para siempre, tierra de fe, de honradez y de hidalguía.

De pronto, se adelanta el Capitán Don Gil Ramírez Dávalos. Con ademán dominador, hunde por tres veces la punta de su espada en el suelo cañari, mientras que la otra mano sostiene le pendón de España. Después, por tres veces consecutivas, recoge polvo de esta tierra y lo arroja hacia los opuestos puntos del horizonte, en señal de reto y posición.

En seguida, ordena la lectura de la Provisión y las Instrucciones dadas por el Virrey, y a las que debe ajustar su conducta y las cuales las hace conocer el Escribano Mayor de la Gobernación de Quito, Don Antón de Sevilla.

Terminada la lectura, Don Gil declara ante los circunstantes que, en nombre de su Majestad el Rey y en virtud de los poderes conferidos por su Excelencia el Visorrey, funda en este asiento de Paucarbamba (llanura florida, en quichua), situada en la Provincia de Tomebamba, un pueblo al cual nombra la CIUDA DE CUENCA, con horca y cuchillo para la distribución de justicia y con todas las prerrogativas que a su condición competen. Y, para demostración de ello, Don Gil manda alzar inmediatamente, en el centro de la plaza en que lleva a cabo la ceremonia, el rollo y picota que patentizan la jurisdicción real.

Estallan gritos de júbilo. El Clarín resuena otra vez, anunciando que Guapondélig y Tomebamba renacen, fundidas en connubio maravilloso, para dar el nuevo parto de su grandeza: Cuenca, la de América; Cuenca, la del Ecuador.


VICTOR MANUEL ALBORNOZ

Cronista Vitalicio de la Ciudad de Cuenca.

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