PARA MARIA HERMOSINA ALBORNOZ CABANILLAS
Las rosas de los jardines
son iguales a nuestra alma,
que si las cercan espinas
nunca la piedad les falta:
para las flores marchitas
el rocío que da el alba,
para el alma lo que da
Nuestro Señor Dios las lágrimas.
Cada lágrima que brota
a impulsos de la desgracia
parece que es un pedazo
del corazón que se rasga,
y que, así, va renovando
sus fuerzas: sino cambiara,
imposible que pudiese
resistir en la jornada!
Las lágrimas… tan sólo ellas
logran sostener el alma,
cuando el dolor implacable
se llega, en horas aciagas,
a tronchar todas las flores
del jardín de la esperanza:
para la flor, el rocío;
para la pena, las lágrimas.
Cuando vino Dios un día
en que la luz era pálida
y te llevó de la mano
por las regiones arcanas,
yo no hice otra cosa, hermana,
que rasgarme más el pecho
y verter todas mis lágrimas.
Y aunque hasta ahora no sepa
porqué Dios tan de mañana
te hiciera ir, yo no he querido
pensar en ninguna causa
de tu viaje, ni en lo triste
de una ausencia larga, larga;
porque, cuando lloro, me acerco
de tal modo a tu morada
que te veo nuevamente
cual otra hora te mirara:
adorno, gala y orgullo
del hogar y de la casta!...
Hoy cuando tu nombre evoco,
Hermosina, buena hermana,
sabiendo que estás en donde
merecías estar, mi alma
no estalla en gritos airados,
sino en llanto se derrama:
para las flores marchitas
el rocío que da el alba;
para el alma lo que da
Nuestro Señor Dios: las lágrimas…
son iguales a nuestra alma,
que si las cercan espinas
nunca la piedad les falta:
para las flores marchitas
el rocío que da el alba,
para el alma lo que da
Nuestro Señor Dios las lágrimas.
Cada lágrima que brota
a impulsos de la desgracia
parece que es un pedazo
del corazón que se rasga,
y que, así, va renovando
sus fuerzas: sino cambiara,
imposible que pudiese
resistir en la jornada!
Las lágrimas… tan sólo ellas
logran sostener el alma,
cuando el dolor implacable
se llega, en horas aciagas,
a tronchar todas las flores
del jardín de la esperanza:
para la flor, el rocío;
para la pena, las lágrimas.
Cuando vino Dios un día
en que la luz era pálida
y te llevó de la mano
por las regiones arcanas,
yo no hice otra cosa, hermana,
que rasgarme más el pecho
y verter todas mis lágrimas.
Y aunque hasta ahora no sepa
porqué Dios tan de mañana
te hiciera ir, yo no he querido
pensar en ninguna causa
de tu viaje, ni en lo triste
de una ausencia larga, larga;
porque, cuando lloro, me acerco
de tal modo a tu morada
que te veo nuevamente
cual otra hora te mirara:
adorno, gala y orgullo
del hogar y de la casta!...
Hoy cuando tu nombre evoco,
Hermosina, buena hermana,
sabiendo que estás en donde
merecías estar, mi alma
no estalla en gritos airados,
sino en llanto se derrama:
para las flores marchitas
el rocío que da el alba;
para el alma lo que da
Nuestro Señor Dios: las lágrimas…
VICTOR MANUEL ALBORNOZ CABANILLAS 1924
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