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MARIANO CUEVA VALLEJO

Author: Teodoro Albornoz /


Hay hombres que en la geometría del carácter no conocen sino la línea recta, la mas corta entre la conciencia y el cumplimiento del deber. Uno de estos es Mariano Cueva Vallejo, quien, precisamente por esa actitud de constante proceder rectilíneo, se destaca en la historia ecuatoriana del siglo pasado como una de las figuras mas sobresalientes.

No supo de los mezquinos intereses de la conveniencia, ni conoció mas norma que la de la dignidad. No se empantanó en las bajezas del servilismo, esa segunda naturaleza de casi todos los servidores públicos que, en el afán de medro, no les importa encorvar las espaldas ante el superior, sea éste quien fuere.

Mariano Cueva Vallejo mantuvo siempre alta la frente, solo rindiéndola ante Dios, en lo Alto, y ante la Verdad y la Justicia en la tierra. No creyó en los ídolo humanos, que se creen providenciales, y olvidan pues que la Divina Providencia es la dadora del libre albedrío para que los hombres sepan pensar y obrar con propio pensamiento, sin renunciar jamás a este que constituye su mas alto atributo individual. Pero creyó en sí mismo, creyó que para el corazón humano era ánfora sagrada en la que no pueden colocarse mas flores que las flores magníficas de las virtudes que enaltecen a quienes las poseen, creyó que la inteligencia era tan solo fanal para guiar por los senderos del bien y creyó, finalmente, que el ciudadano tiene múltiples obligaciones que cumplir, siendo la primordial de ellas la de ajustar sus actos a las exigencias de la mas severa rectitud en los principios y de su inflexible aplicación.

En una de las circunstancias mas difíciles de la vida republicana pone a prueba Mariano Cueva la entereza de su carácter, que procede siempre de acuerdo solo con su íntimo criterio, sin sujetarse a ajenas influencias, por poderosas que éstas sean. Me refiero a los desgraciados acontecimientos de 1862, en que, tras la derrota de las tropas comandadas por el Presidente Gabriel García Moreno, éste, por sí y ante sí, celebra con el vencedor un convenio secreto en que el Ecuador contrae graves compromisos con el Gobierno de la Confederación Granadina. Ejerce entonces la Vicepresidencia de la República el Dr. Mariano Cueva, quien, al asumir las funciones de la Primera Magistratura durante las repetidas ausencias de Quito que tiene García Moreno después de su infausta campaña, asume una actitud decoros digna de relieve: niégase a hacer efectivo el Tratado suscrito con don Julio Arboleda por contrario a los intereses nacionales y por habérselo hecho sin ajustarse a las prescripciones de la Constitución. La figura de Cueva se muestra en esos momentos de solemne repercusión histórica como la de un magistrado altivo y sereno que sobre el pedestal de las leyes hace respetar la grandeza de la Patria.

Las eximias cualidades de Cueva Vallejo habían sido apreciadas en su justo valor por la Convención Nacional de 1861, pues al elegirlo Vicepresidente de la República se quiso que la moderación, el acatamiento a la ley, la prudencia y la sagacidad del ilustre cuencano refrenaran, contuvieran en lo posible lo ímpetus violentos y la tendencia a la arbitrariedad tan frecuentes en el célebre guayaquileño. En el binomio García Moreno—Cueva Vallejo se intentó equilibrar la balanza del Poder, lo que no pocas veces fue conseguido. Por eso, Federico González Suárez ha escrito: “Para recomendación del mérito eminente del Dr. Cueva, bastaría, pues, que fue juzgado digno de regir las riendas del Gobierno de la República a una con García Moreno. Prudente en el consejo, manso y calmado en su manera de proceder, firme en sus resoluciones, atento a la voz de la conciencia, digno era de compartir con el mas grande de nuestro hombres públicos el gobierno de la Patria. La Patria puso en manos de ellos sus destinos; y esos destinos preciosos nunca han estado en mejores manos.”

La reciedumbre del carácter de Cueva fue elaborada desde su infancia al golpe insistente del dolor. La orfandad llama a sus puertas en hora temprana. La pobreza le agobia con su terrible peso. Ve a su madre luchando con el infortunio, pero al mismo tiempo dándole, junto con los rudimentos de la primera enseñanza, la estupenda lección de la fortaleza de ánimo. Mas no se arredra ante la tremenda realidad. Se enfrenta contra el destino, y lo forja al impulso de su voluntad.

Caso admirable de auto-formación. Se modela así mismo. Es solo el fruto de su propio esfuerzo. Su inteligencia despliega las poderosas alas en el campo anchuroso de la educación integral y allí ejecuta la acrobacia de sus vuelos entre el vivo resplandor de las ideas y al impulso de los nobles sentimientos del corazón.

Se gradúa de Doctor en Jurisprudencia antes de cumplir los veintiún años, por lo que tiene que esperar la mayoría de edad para recibir la investidura de abogado. En el ejercicio profesional es modelo de probidad y desinterés: se hace cargo únicamente de las causas que previamente comprueba que son justas y defiende con predilección a los pobres, sin reclamar honorario alguno. Como Juez, su fallo incorruptible es producto de honda meditación y de sus vastos conocimientos del Derecho. Se lo reputa irremplazable en los Tribunales de Justicia, por lo que en muchas ocasiones los integra, ya como Ministro de la Corte Suprema o de la Superior del Azuay.

Consejero Municipal, Subdirector de Estudios de la Provincia, Visitador Fiscal, Diputado o Senador a varias Asambleas y Congresos Nacionales, tres veces Gobernador del Azuay, no hay cargo que no lo desempeñe con lucimiento demostrando su energía, su entusiasmo, su anhelo de servicio a la colectividad.

Periodista orientador y de profunda doctrina, funda “El Atalaya” en los días de la segunda independencia ecuatoriana, y su voz admonitiva y grave enjuicia las labores de la Convención Nacional reunida en Cuenca en 1845. en 1850 establece “El Cuencano” para sostener la efímera dominación del General Elizalde. En 1856 colabora con Benigno Malo en “La República” en defensa de la dictadura presidencial de Gómez de la Torre. Y cada vez que el civismo se lo demanda, toma entre sus manos la brillante pluma para intervenir en las discusiones públicas con el concurso inapreciable de sus luces.

Maestro de juventudes, durante muchos años desempeña la Cátedra de Derecho Civil y de Filosofía en el Colegio Seminario. Al atardecer de su existencia se lo llama al Rectoradote la Universidad de Cuenca y él acude presuroso, diligente, ávido de trasmitir cuanto sabe a las nuevas generaciones. Y tanto en aquellos puestos como en esta último sirve con el desinterés característico en él, pues no recibe ninguna retribución económica.

Es el prototipo de la abnegación de la verdadera caridad. Presidente de la Conferencia de San Vicente de Paúl, sus dádivas llegan a quienes las necesitan no solo en forma de moneda y de pan, sino de alivio y de consuelo. Visita los hogares, los tugurios, las cárceles, los asilos, los hospitales, aliviando en todas partes las congojas, enjugando las lágrimas, restañando las heridas. A la muerte de Cueva, se dijo con verdad que lo lloraba como un solo dardo la gratitud de todo un pueblo. Cuenca no lo olvidará,

porque en su gloria
estrella rutilante
que desvanece brumas y triunfante
brilla en el firmamento de la Historia.

Así lo expresó Don Luis Cordero. Y los poetas como él no se equivocan en el vaticinio de la merecida inmortalidad.


VICTOR MANUEL ALBORNOZ

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