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MIGUEL MORENO

Author: Teodoro Albornoz /


El Poeta que era todo corazón

Yo lo conocí, antes de irse por las puertas de la tragedia buscando un hueco de sombra, -de esa sombra, última compañera inseparable, por él amada—para que el tránsito al mas allá le fuera apacible y misericordioso (1). Desde esa lejana tarde dejé de ver su figura que patentizaba ya, sin que encubrirlo pudiera, su connivencia para el paso hacia el misterio: la arista de los pómulos taladraba la faz enjuta embarrada de lividez con el unto de las visiones ultraterrenas; desmedrado el cuerpo por la reciedumbre del dolor, la carne le era bien estrecha mortaja para el triunfante edificio de los huesos; la humildad fue única en encontrar asilo dentro de las profundas cuencas de sus ojos; y llevaba la mano puesta siempre sobre el pecho, para ocultar así la gruta del corazón comido ya de eternidad.

Su recuerdo es perdurable, porque MORENO –como quería el escritor alemán—supo escribir con sangre: con la que le chorreaba de la entraña rota, sensibilizada por la enfermedad del numen, abierta por el tajo implacable del dolor.

Tres años a te perdí,
mas ¡hay! como noche y día
sólo estoy pensando en ti,
no ha pasado para mí
ni un instante, vida mía.

La voz de los que agonizan

Sabe decir la pena honda que a todos nos atormenta, la expresa con dulzura conmovedora, sin darle cauces de artificio o retórica, dejándola venir por una limpia senda bordeada de arirumbas. La monotonía en él nos es monotonía. Si repite las palabras, si duplica los conceptos, es como si las flores del campo ofreciesen, aquí y allá, grupos reiterados de su hermosura para de este modo recalcarnos mas la lección de la modestia que perfuma y encanta.

Después de primavera,
estío viene,
y en este mundo todo,
todo se muere;
todo se muere,
pero muere mas pronto
lo que se quiere.

No hay que culparlo por tan fatídico ritornelo. Se compenetró de tal modo con la fatalidad que lo asedia, que no acierta sino con la canción del angustiado, por fuerza contagiada con el acíbar rebosante en los labios de donde brota. La ceniza de la desesperanza le empolva todas las cuerdas sensibles del temperamento poético, y ellas, por eso, vibran con un ritmo que parece hecho de sollozos, de ayes, de suspiros. A la clara musicalidad de su instrumento le pone a veces diapasón de alarido el desatado vendaval de las lágrimas; y en la voz, entrecortada y trémula, se adivina que hay estertores de moribundez, disimulo del agonizante que ya desde hace tiempo se sintió desarraigado del limo terrenal.

Nuestra vida va en la vida
del ser a quién se idolatra!
¡Se muere con lo que muere,
se vive con lo que se ama!

La beatitud del dolor

MIGUEL MORENO tiene el poder de entenebrecerlo todo con su tristeza, sutil prestidigitadora que logra embellecer cuanto toca en gracia de darle grandes pinceladas de sombra y de tragedia. Resulta así aun en la hora cordial de los idilios, cuando el alma, despertada por la pasión, busca quien satisfaga las hambres de su ternura.

Qué triste la vida,
qué lentas congojas
sin unos amores,
sin una paloma!
¡Si en vez de ser hombre,
yo fuera paloma,
ya un nido tuviera,
ya tuviera esposa!

Es la incertidumbre en que se debate todo gran amor, el escarceo oceánico en los oleajes del pecho que se siente con el pavor de no poder amurallar dentro de sí el empuje de aquella terrible fuerza que lo invade prepotente, dominadora. Por ello, aunque ama y le corresponden, el poeta duda, con el anhelo tendido en súplica a la esperanza que cree sorda; y aunque ama y se le devuelve colmado el dulce arrebato, sigue dudando, todavía, enturbiada la vista con los deliquios de la aparición, real e inefable, de la novia de sus veinte años.

Cuando se rinde a la certeza de que se hizo carne de hermosura lo acariciador de su ilusión, no por eso deja de atormentarle el garfio que le aprisiona el espíritu: entonces, busca el silencio para hablar de sus ternezas, ansía la soledad para acompañarse de su Amada, y, si es que ésta le balbucea a solas la íntima confidencia de sus pensamientos y sus sueños, le acalla las palabras, temeroso de que puedan escucharle la Muerte o el Olvido, los dos rivales que él mira en perpetua acechanza.

Y es que a nadie, como MORENO, le fue dado ese don benéfico del presentimiento que pone ante los ojos del predestinado el telón en que, con arte de horóscopo, se retratan las escenas por venir. He aquí el motivo por qué la canción se le volvió agorera desde temprano.
Encercó con breñas y zarzas el huerto de sus quereres, buscó la sombra de los alisares para ocultar el nido, levantó en lo recóndito el palomar de sus hijos; pero ¡en vano todo!: la congoja vino a visitarle deslizándose entre los resquicios de las piedras, la angustia bajó del mismo cielo para alumbrarle con el candil del rayo, y el estrago fue señor de ruinas en las continuas desolaciones del hogar. Hasta que, un día, Dios le dio el remedio: se compenetró en tal forma como el dolor que se hizo uno con él, en amor y en sacrificio.

Dorita, corazón mío,
¡seamos, alma de mi alma,
tú la niña de mis ojos
y yo una amorosa lágrima!

El Poeta de la tierra

Hallamos un acento familiar en cada uno de sus poemas, que, en su mayor parte, no son sino expresivos cantares unidos por el hilo de oro de la inspiración. Palpita allí el sentir ingenuo y desolado de la región nativa, como si en ellos soplase el mismo viento despacioso de las serranías, o como si en ellos se acostaran a dormir las albercas cristalinas de nuestras hondonadas.

Están allí mis montañas,
mi casita, mi heredad
mis hermanos, mis palomas,
mi campo, mi carrizal…

Es así como le habla al cuencano de todos sus cariños y melancolías, iguales a los que cada uno de nosotros atesoramos. Mas que en la memoria, quedan esas endechas en el fondo del alma que las acoge comprendiéndolas suyas propias. Aquel ahinco en paladear la amargura, esa urgencia de llanto, aquella saudosa evocación y este descorazonado presagio son idénticos a los que golpean con sus alas nuestro espíritu supliciado por el ensueño y el sentimentalismo. Oímos los versos de MORENO, y una aura blanda y confortadora nos acaricia hasta dejarnos cautivos, en cautividad plácida que quisiéramos prolongar, adormidos por esa melodía querellosa y nostalgiosa, que se crucifica en el amor y la desesperanza para redimirse en la plenitud de una resignada y bien acogida tortura.

Creaciones del numen

En las tierras cañaris viven, con la robusta vida del engendro poético, muchas de las figuras de mujer que MORENO creó, o, con expresión mas cierta, trajo de la realidad del terruño al escenario duradero de sus versos.

Todos conocemos a aquella niña que, en el alborear sosegado de la adolescencia, rendida al persuasivo halago del amor apenas entrevisto, supo correspondernos.
al principio coloreando,
poco después sonriendo,
luego amorosa mirando,
y, al fin, mi mano oprimiendo.
¡Pasión primitivista, intensa y candorosa, que solo es dado saborear en estos ocultos remansos del mar de piedra de los Andes!

Otra es Luz, la novia del sargento Campomanes que, en la lucha fratricida, cayó allá lejos, en los sombríos campos de Galte, no sin antes pedir en el hipo de la agonía al compañero que a de tornar a sus lares, que trasmita a quien ama el postrimer de sus mensajes:

Por si el Señor te concede
regresar a vuestro valle,
¡ay, dile que no me olvide!
¡ay, dile que no me aguarde!

Y cuando se ven los negros cortinajes de duelo en alguna humilde casa de los arrabales de Cuenca –en una casita blanca que a orillas del río está—, se espeluzna el recuerdo al pensar que ya no existe

una niña a quien llamaban
por su nívea hermosa faz,
porque de blanco vestía
la Garza del Alisar!

Como veis, un cordel invariable ata el desarrollo de los dramas de este poeta: la dicha es corta, mejor, la dicha solo es comienzo iluminado de la pena que no termina. Se respira siempre un ambiente fúnebre, con humedades de ausencia, de abandono, de muerte; este abandono, este mismo imperar de la muerte, no es posible alejarlos un instante porque se hallan adheridos fuertemente a un centro invariable e incorruptible, lo eterno del amor que vive por el dolor.

Ay, se me anublan los ojos
de tanto ver y mirar
caminito de los cielos
en donde mi niña está!

Heráldica de la sencillez

Esta aristocracia de la ingenuidad, esta nobleza de tener aseada el alma y sencilla y transparente la palabra, bien merecen los cuarteles de un blasón: aquí manojos de arirumbas, manojos de amancayes al otro lado, manojos de rosas silvestres al pie, y, para coronar el apogeo de las flores, un ave de plumaje argentino con las alas en vuelo. Y el ave ha de ser, necesariamente, la que MORENO prefirió y amó sobremanera: la paloma, la que arrulla en el nido, la que vive en el alar de la casa.

Paloma, palomita,
peregrina como yo,
te quiero como a mi madre,
lo mismo que al Ecuador.
Extrema la simbología que, con requerimiento obseso, va encontrando en el ave hogareña que no solo es alivio de sus cuitas, objeto de sus afecciones, sino solaz y pábulo al ansia de engolfarse por los mundos inmateriales de lo que se ambiciona conseguir.

Paloma, palomita
paloma blanca,
llévame por los cielos
de mi esperanza!

El rito de sus tribulaciones ha de entonar también, en ésta como en todas las oportunidades que se le deparan, la salmodia del amor que nace, de la inquietud que crece, de la ausencia que llega, de la fatalidad que lo atenaza con hostil sortilegio. Su atormentada historia la narra con brevedad que aterra; en cada verso hay un episodio de desventura, en cada palabra un puñal que asesina:

Crié una paloma hermosa,
mi esperanza y mi ilusión;
más ella huyó, veleidosa…
¡Ay, paloma!... ¡Ay, corazón!...

Se desangra, pero quiere olvidar la herida para tener quejidos con qué reconvenir blandamente a la ingrata que se fue:

Palomita de mi huerto,
de ojos de dulce mirar,
¿con que es cierto, con que es cierto,
que huiste del palomar?

Y, pues ama, espera que el poeta ya se acostumbró a descansar el alma en el lecho de espinas de la resignación: mañana al amanecer habrá de retornar la fugitiva viajera de otros climas, y ¡no importa que esa alba presentida se aleje de hora en hora para ir destiñendo sus colores hasta confundirlos con los de la muerte todo aquietadora!

¡Vuelve, palomita ausente;
mi pecho es tu palomar!
¡Como supe amar ardiente,
así se yo perdonar!

Este gorgoriteo solo pudo aprenderse en el idioma de las palomas. Cantando estarán ellas la canción de la bienaventuranza sobre la tumba del poeta que duerme.

Morlaco, solo morlaco

MIGUEL MORENO es un contemplativo de sus dilacerantes males. Se aniquiló en el deleite de sufrir; y, desde cuando advirtiera la santidad de la llaga, quiso perpetuarla en el amargo regocijo de sus fiestas penitenciales.

Mas que la fastuosidad del numen, supo mostrar la hondura del padecer que lo quebranta. Inútil analizar las normas de su estética. En él solo cabe el estudio de la geografía de su corazón encariñado con la desgracia; su corazón un bien extenso lago de sangre, y, allí, un archipiélago de ingenuidad, en el que cada isla es un brote de sentimiento nacido en las tremendas convulsiones del dolor omnipotente.

Pero –por lo mismo que no es convencional; y alarde de orfebre complicado—, su poesía sobrenada y perdura en el vaivén de las escuelas literarias, ya que brotó con la espontaneidad que constituye su mejorarte y es extraída de la leal expansión de una alma que era el alma querellosa, campesina y enamorada, de todos los soñadores de esta dulce, de esta buena, de esta santa tierra morlaca.


(1) Miguel Moreno murió el 30 de Agosto de 1910. Lo encontraron, sin vida, al fondo de un pozo de 18 metros de profundidad.


VICTOR MANUEL ALBORNOZ

“El Diario del Sur” Cuenca, 1° de Septiembre de 1931

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