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I M P R E S I O N E S

Author: Teodoro Albornoz /


al ver representado

E L A R T E F A T A L


Cuando cayó el telón una salva prolongada de aplausos exigió la presencia del autor. Francisco X. Salazar se inclinó en homenaje de agradecimiento, ante la justa, especial deferencia del público.

Marina Moncayo, radiante de hermosura y marco Barahona, intenso de emoción acababan de realzar ante los ojos de los espectadores la adolorida escena que el escritor cuencano nos pinta con hábil pincel, en un cuadro arrancado de la vida; de la vida que pasa por los anchos senderos, por los reducidos vericuetos, regando flores, ofreciendo caricias, incitante, prometedora del beso férvido que nos embriaga luego con su miel. Sí, y es en el último beso donde siempre se esconde la tragedia inevitable, el fin de la dicha que nunca puede perdurar porque es hecha a base de dolor.

El dolor, es decir, la propia vida. Gaviota y Mario, los dos protagonistas de EL ARTE FATAL, intervienen en un episodio bellamente forjado que espeluzna todas las fibras de nuestra sensibilidad, logrando conmovernos, precisamente, porque nuestro corazón se siente capaz de ese tormento, de seguir todo ese proceso sentimental para acabar como ellos, con el alma lacerada , con las alas de la ilusión rotas, pero alentando amor.

Ah! el amor! Lo único eterno, lo único grande sobre la inestabilidad de las cosas, alboroto que flota sobre las cenagosas aguas de la inquietud diaria, soplo inextinguible del espíritu de Dios…..Cuán bello hundirse en la sombra el de Gaviota! Sin fe, sin salud, sin nada ya, le queda empero todo: el cariño de Mario, que pone luz en su noche desolada, que pone calor en su frío del atardecer, que pone un telón de eternidad a lo fugaz de las horas.

Por mí, hubiera suprimido el postrer arrebato aquel de Mario cuando riega flores sobre el cadáver de la Amada. Eso me parece demasiado convencional, un artificio de teatro que no cabe en la espontaneidad de los dramas humanos, tan censillos a la verdad dentro de lo complejo de su psicología. Muerta Gaviota, la desesperación del artista debió compendiarse en aquel beso largo, dulce, apasionado que sella sobre los labios exangües. Sí, debió morder por última vez el más sabroso fruto del amor, pero morderlo en esa forma que traspasa el deleite de la carne y pone en vuelo las alas del espíritu: esos besos que se dan sólo al borde de la tumbas; cuando mueren las mujeres que se van por siempre de la tierra, o cuando mueren dentro de nuestra alma, las mujeres que se van también por siempre de ella!

En EL ARTE FATAL de Salazar hay belleza. No quiero decir por esto que en el diálogo se haya logrado sorprender un nuevo aspecto de la existencia, algo inusitado y maravilloso. No; hay belleza porque el aliento lírico de la pequeña obra es el mismo que atraviesa por nuestro camino el momento en que el dolor nos hace sentir la omnipotencia de sus hierros. Casi todos los que hoy vemos el dramático episodio de Gaviota y Mario lo hemos sentido florecer, acaso, en lo recóndito de nosotros mismos, porque ¿Cuál de nosotros no supo hurtar la dicha, saborear la dicha, exprimir la dicha del amor hasta crucificar el corazón y sentir el espasmo voluptuoso de la muerte?......


VICTOR M. ALBORNOZ

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