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La lápida de Tarqui

Author: Teodoro Albornoz /


La inscripción

En una piedra de mármol blanco, proveniente de las ricas canteras de Tarqui, se ha grabado la siguiente inscripción:

HOC IN VALLIS TARQUEENSIS ANFRACTTU
ET IN IPSO VILLAE SEMPERTEGUIANAE FANO MONDM. CONSECRO.
MERIDIANI ARC. GEOMT. MENSURATI
EXTREMA IN PARTE AUSTR. SITO
A TURRE TEMPLI MAJORIS CONCHEENSIS
CCICCDL HEXAPEDAS PARISIENS DISTANTE
N° 1792 IN LINEA
AB AUSTRO AD OCC. DECL. GR. XVIII. CUM MIN. XXX
OBSERVATAE SUNT INSTRUM DODECAPEDALI
DISTANTIAE A VERTICE BOREAM VERSUS
STELARUM
IN MANU ANTINOI, BAYERO
GRAD. I; MIN. XXX; SEC. XXXIV TUM XXVIII

Versión Castellana

EN ESTA HONDONADA DEL VALLE DE TARQUI,
I EN EL MISMO ORATORIO, AUN NO CONSAGRADO,
DE LA HACIENDA DE SEMPERTEGUI,
SITUADO EN LA EXTREMA PARTE AUSTRAL
DEL ARCO DEL MERIDIANO, GEOMETRICAMENTE MEDIDO,
DISTANTE DE LA TORRE DE LA IGLESIA MATRIZ DE CUENCA
10550 EXAPEDAS PARISIENSES,
EN LA LINEA
QUE DECLINA, DEL SUR AL OCCIDENTE 18 GRADOS, 30 MINUTOS.
SE HAN OBSERVADO CON EL INSTRUMENTO DE DOCE PIES
LAS DISTANCIAS, DEL CENIT HACIA EL NORTE,
DE LAS ESTRELLAS:
EN LA MANO DE ANTINOO, SEGUN BAYER,
I GRADO, 30 MINUTOS, 34 SEGUNDOS, 28.

Controversia sobre el origen de la lápida

Actualmente guardada en la Secretaría de la Gobernación del Azuay, desde que el Sr. Dr. Alberto Muñoz Vernaza consiguió que el Gobierno colombiano la devolviera a Cuenca, no hay duda que la lápida de Tarqui es una joya de valor científico inestimable.

Sin embargo, se han suscitado dudas sobre el autor o autores de la inscripción, opinándose de distintas maneras al respecto. Esto nos mueve a dar un extracto de las principales ideas sustentadas por parte de los hombres de ciencia que de tal asunto se han ocupado. Procederemos procurando guardar el orden cronológico y en la forma mas concisa posible.

El inventor de la lápida

Puede considerarse como tal al célebre Canónigo de la Catedral de Cuenca Dr. d. Pedro Fernández de Córdova, que con tanto elogio fue juzgado por Caldas, en tanto que Fray Vicente Solano tuvo para él las frases mas despectivas en cuanto a las cualidades intelectuales ponderadas por aquel.

Córdova envió una copia de la inscripción de la lápida para que fuera publicada por
EL MERCURIO PERUANO, lo que atestigua la importancia que le daba como a obra ejecutada por los miembros de la Comisión Geodésica llegada al Ecuador en 1736.

Caldas participa de la misma creencia

Durante su estada en Cuenca, en 1804, el sabio granadino encuentra en una de las fincas aledañas a la población la lápida de Tarqui, airándose del olvido en que la tienen y prorrumpiendo en anatemas contra de los que así proceden. Es de advertir que la RELACION que de su viaje a esta ciudad escribiera Caldas, apareció solo en 1839, cuando la da a luz el Coronel Acosta, transcurridos mas de cuatro lustros de la muerte de su ilustre autor, quien acaso la hubiera corregido, enmendando aquello que brotó a impulsos de la pasión o el injustificado encono.

Aunque Caldas asegura terminantemente que la lápida la halló en la quinta “El Ingenio”, llevada allí por una familia Crespo, arrendataria de la hacienda de Tarqui, donde se grabó la piedra, hoy la crítica desecha esa aseveración, la reputa por falsa y se inclina a creer, con mayor fundamento, lo que al respecto afirmó personaje de tanta autoridad como el Dr. D. Antonio Borrero Cortázar, esto es, que la lápida la habían guardado los Jesuitas en la hacienda que poseían en Machángara, hasta que ocurrió el extrañamiento de éstos, quedando entonces en abandono.

Caldas, convencido de la valía de su hallazgo, recogió la lápida y se la llevó consigo a Bogotá.

Reposición de la piedra sustraída

En 1856, siendo Gobernador del Azuay el Dr. Dn. José Manuel Rodríguez Parra, este ilustrado funcionario hizo reproducir en otra piedra de las mismas canteras de Tarqui la inscripción de la llevada por Caldas, añadiendo, además, los motivos que se tenían para esta nueva colocación, realizada con toda solemnidad en el sitio indicado por el señor Juan de la Cruz Piedra, persona competente a quien se encargó estudiar la ubicación del monumento.

Lo que mandó esculpir allí el señor Rodríguez Parra indica de sobre no solo su manera de pensar, sino la de los entendidos en la materia en esa época, pues éstos fueron consultados para la inscripción lapidaria que, en su parte final, traducida del latín dice así: “Bajo la Presidencia de Urbina, perilustre varón, el Gobernador de la Provincia y el Senado Municipal, para honra de la sociedad y del pueblo de Cuenca, repusieron esta tabla de piedra que la habían fijado en 1742 los Académicos Bouger y La Condamine y que en 1804 la sustrajo Caldas”.

Como se ve, aquí se señala a dos de los geodesias galos como a autores determinados de la lápida, cuya reproducción fue colocada en la pirámide erigida en la cumbre del cerro PUGUIN, que ahora es mas comúnmente conocido con el nombre de FRANCES-URCU.

Devolución de la lápida original

Dándose cuenta de que ese objeto científico debía conservarse en el lugar de donde fue arrancado, el Gobierno de Colombia ordenó en 1881 que la piedra llevada allí por Caldas fuera devuelta al Ecuador, lo que no pudo realizarse sino cinco años después, siendo Ministro Plenipotenciario de nuestra patria el gran poeta Numa Pompilio Llona y Secretario suyo el distinguido literato e historiógrafo doctor Alberto Muñoz Vernaza, el último de los cuales desplegó el mayor entusiasmo patriótico hasta conseguir traer la codiciada presea.

Ordénase erigir una pirámide de mármol

Restituida ya la lápida al país de su origen, la Legislatura de 1886, en Decreto de 10 de Julio de ese año, ordenó colocarla en una pirámide de ocho metros de altura que debía levantarse en Tarqui. Eran Presidentes de las Cámaras del Senado y de la de Diputados, respectivamente, los notables hombres públicos señores Don Juan León Mera y Don Julio Castro.

En los considerandos del respectivo Acuerdo se indica por dos veces que la lápida, cuya reposición disponíase, había sido fijada por los mismos Académicos franceses en el extremo austral del arco meridiano medido bajo el ecuador. La redacción de tal documento débese, acaso, al Dr. Manuel María Pólit, Secretario del Congreso.

El informe de Menten

Para proceder con mayor acierto, el Presidente Caamaño designó al Dr. Juan Bautista Menten para que estudiara el asunto y luego determinase el lugar dónde erigir la pirámide. Así lo efectuó ese competente Profesor, Director del Observatorio Astronómico de Quito; pero sus conclusiones no fueron del todo explícitas, como puede comprobarse por la siguiente recapitulación que de ellas hizo:

1°.-«La lápida en cuestión, por su figura y el sentido de la inscripción, no es mas que un resto del antiguo monumento faltándole cosas principales, como la posición E Orionis, estrella principal para la determinación del arco astronómico, el año y el autor;

2°.- El autor de la piedra, según los datos que están al alcance, es completamente desconocido y hay toda la probabilidad de que no sea ni uno de los académicos franceses, ni tampoco uno de los oficiales españoles;

3°.- la historia de la lápida se reduce a la inscripción de la misma; pues ni Caldas, con referencia a la lápida, da dato alguno;

4°.- los datos de la inscripción son, sin embargo muy positivos y verdaderos; señalando exactamente el Observatorio de La Condamine con la determinación del meridiano y su desviación de la Torre de Cuenca; mas, la posición de la única estrella que da la lápida corresponde perfectamente al Observatorio de Tarqui, lo que nos prueba que debe proceder de un hombre científico que estaba al corriente de las observaciones de La Condamine o de Bouguer, si no es de ellos mismos».

El señor Menten, en su Informe, se detiene principalmente en señalar la circunstancia de que ninguno de los Académicos franceses, ni tampoco don Juan y don Antonio de Ulloa, hayan hecho en sus libros la mención mas remota con respecto a la lápida de Tarqui: argumento, en verdad, de bastante peso, que a muchos trajo la incertidumbre y a todos el desaliento para llevar a cabo la construcción de la pirámide decretada por el Congreso.

Se rectifica una opinión

Al publicar por primera vez, en 1871, su leyenda histórica sobre la muerte de Seniergues, el doctor Manuel Coronel siguió la corriente tradicional de atribuir a los Académicos la paternidad de la inscripción lapidaria de que venimos hablando. Es mas, en forma concreta señala a Morainville, dibujante que tenían a su servicio los geodestas, como al individuo que trazó materialmente esos signos.

Al conocerse el resultado de las investigaciones del doctor Menten, Coronel varía de dictamen, y en la segunda edición de su obra se inclina a creer que la lápida que Caldas llevó a Bogotá no solo nunca estuvo colocada en ningún monumento –puesto que éste no llegó a levantarse—,sino que tal piedra fue abandonada por defectuosa.

Lo que dice el historiador Cevallos

Don Pedro Fermín Cevallos en su HISTORIA DEL ECUADOR había refutado de antemano las afirmaciones del doctor Menten, juzgando que no es decisivo para la controversia el dato de que los Académicos y sus demás acompañantes omitieran por completo mencionar la inscripción de la lápida, pues que esto pudo originarse por el temor de que acaeciera algo parecido a lo que ocurrió al tratarse de las losas de Caraburo y Oyambaro. Así, en su deseo de evitar nuevas desagradables divergencias con sus compañeros de nacionalidad española, los franceses acaso prefirieron guardar el mayor silencio en relación con la piedra en que grabaron el resultado de sus operaciones.

Cevallos cree que no solo La Condamine y Bouguer, sino también Godín, son los autores de la lápida, ya que -dice—no es posible suponer que en aquellos tiempos, hubiese en la Presidencia de Quito un hombre científico que se aprovechase de las observaciones de los Académicos para componer la inscripción.

La opinión de un eminente cuencano

Los conceptos de Cevallos, líneas antes transcritos, fueron rebatidos por el ilustre polígrafo doctor Octavio Cordero Palacios, en forma erudita y novedosa, tan novedosa y erudita que hubieron de saltarle algunos contendores, alarmados por la originalidad de lo que se sustentaba.

El doctor Cordero Palacios, movido de acendrado jamás desmentido afecto al terruño, así como por dedicada y bien lograda afición a las ciencias exactas, sostuvo que la inscripción de la lápida no se debía a ninguno de los Académicos o de sus acompañantes, sino a la genialidad de un personaje cuencano que a mediados del siglo XVIII demostró conocimientos en geodesia, hasta el punto de aprovecharse de los estudios realizados por la Comisión científica para poder perpetuarlos en el mármol. Cordero no señala de manera concreta al autor, limitándose a expresar que é pudo ser don Francisco de Astudillo o don Pedro García de la Vera, de quienes Fray Vicente Solano, en su DEFENSA DE CUENCA, hizo cumplido elogio por haber cultivado con buen éxito las matemáticas, la física, etc.

El doctor Cordero Palacios está convencido de que aquella inscripción lapidaria fue esculpida solo en 1792, esto es, muchos años después que los Académicos se alejaron de América.

Opinión del doctor Muñoz Vernaza

El hecho de que el doctor Alberto Muñoz Vernaza hubiese puesto tanto empeño en la restitución de la lápida, prueba claramente toda la valía en que la tuvo, como a trabajo ejecutado por La Condamine y sus colegas. Su opinión coincidía, no hay duda, con la de su jefe en la Legación ecuatoriana—Don Numa Pompilio Llona—, quien en la nota de agradecimiento que dirigió al Gobierno colombiano, una vez obtenida la devolución, se refiere categóricamente a la lápida de mármol que los Académicos franceses dejaron en Tarqui en su viaje científico.”

Por otra parte, el doctor Muñoz Vernaza fue uno de los que impugnó la tesis sostenida por el doctor Cordero Palacios, de la que ya nos ocupamos.

Parecer del doctor Iglesias

Brillantemente ha hecho causa a favor de la autenticidad de la lápida, como ejecutada por los geodestas franceses, el doctor Agustín Iglesias, quie, con abundancia de argumentos se afirma en tal concepto, llegando a esta conclusión: “Del genuino sentido de la inscripción se deduce su importancia científica de interés mundial ¿No es para apreciar la lápida como una reliquia de lo pasado? Es la síntesis de todo el trabajo científico del siglo XVIII acerca de la figura de la tiera, lo que tenía en expectación así a los reyes como a todos los sabios de Europa. Las lápidas de Yaruquí, con ser de tanta estima, no llegan a la importancia de la de Tarqui; aquellas no son sino medio para alcanzar el término de la misión geodésica, mientras ésta es el meridiano mismo, por decirlo así, pues en ella están compaginados tan perfectamente bien los datos, que al faltar uno solo de ellos se desvirtuaría la finalidad científica del coronamiento de la grandiosa obra”.

Otros modos de pensar

El Profesor de la Universidad de Cuenca, Dr. Francisco Cisneros y Bárcenas en erudita conferencia dictada recientemente sostiene también que la inscripción fue ejecutada por los Académicos europeos.

Igual cosa asevera, en estos mismos días, el señor Jorge Landívar Ugarte, quien, además, llega a puntualizar que La Condamine levantó “un pequeño monumento en el cual escribió sobre mármol” la inscripción tantas veces rememoriada. Tócanos advertir que la copia que de ésta da el señor Landívar es la errónea que aparece en el libro de Caldas, de donde seguramente la ha tomado, a pesar de que no guarda absoluta conformidad con la que lleva la piedra original.

Aunque sea de paso, debemos expresar que el señor Landívar se equivoca al creer, como dice, que “la primera y única versión que se ha hecho al castellano de las inscripciones de los Académicos franceses del siglo XVIII” es la publicada por él en Noviembre de 1918. si nos referimos a la de la lápida de Tarqui, tenemos que muchos años antes ya la tradujo el doctor Manuel Coroneles el opúsculo que sobre la muerte de Seniergues publicó en un periódico cuencano de 1871. con posterioridad, realizaron igual trabajo los doctores Agustín Iglesias y Octavio Cordero Palacios; este último dio también a luz una docta versión de lo inscrito en la piedra que los Académicos colocaron en 1745 en una de las paredes del templo de la Compañía de Quito, haciendo vero los notorios errores en que incurre Pedro Fermín Cevallos al trasladarla a su resumen de la Historia del Ecuador.

Conclusión

¿La inscripción de la lápida de Tarqui fue hecha por los Académicos que vinieron al Ecuador en 1736?: Nada categórico se puede asegurar al respecto, si nos atenemos a los antecedentes históricos de rigurosa estrictez.

Ya se ha anotado el completo silencio que todos los miembros de la Comisión han guardado. Bouger y La Condamine tuvieron ocasiones reiteradas para hablar en sus libros de punto de tanto interés científico; pero nada dicen, ni aún en las memorias que entregaron para su publicación en la HISTORIA DE LA REAL ACADEMIA DE LAS CIENCIAS de París. Igual mutismo se advierte en la detallada RELACION HISTORICA DEL VIAJE A LA AMERICA MERIDIONAL, de Don Antonio de Ulloa Y Don Jorge Juan.

Otro aspecto significativo. Con excepción de Cevallos, todos los que han escrito deliberadamente sobre historia ecuatoriana omiten citar algo que se refiere a inscripción de tamaña importancia. Y esto desde el Padre Juan de Velasco, quien, aunque con todo laconismo, habla de las pirámides de Yaruquí y también se ocupa de la desastrada muerte que en Cuenca halló el cirujano Seniergues.
En González Suárez llama mayormente la atención, pues el ilustre historiador refiere minuciosamente en el Tomo V de su HISTORIA GENERAL, publicado en 1894, todos los acontecimientos principales relacionados con los geodésicos. Da detalles sobre las operaciones trigonométricas realizadas en Tarqui, sita la hacienda de Sempértegui, no se olvida de la colina de FRANCES-URCU, y, sin embargo, calla sobre un punto en el que pudiera opinar luminosamente, pues de sobra conocía todo lo relativo a la lápida llevada a Bogotá por Caldas y con propios ojos había observado la pirámide e inscripción puestas por Rodríguez Parra en 1856.

Hay otro punto muy digno de ser tomado en cuenta: La Condamine y Bouguer, según lo relatan ellos mismos, convinieron en no citar las observaciones hechas por ellos en Tarqui, por cuanto las de uno y otro no coincidieron con exactitud matemática.

En cambio, no faltan argumentos para sostener que los Académicos fueron, cuando menos, los que proporcionaron los datos científicos para que se esculpieran de manera perenne. De lo contrario, ¿quién era capaz de haberlos obtenido con tanta precisión? En ellos resplandece la exactitud lo que viene a corroborar la idea de que persona muy competente fue quien los compuso. Generalmente, se atribuye esto a La Condamine, por creer propio de este sabio el estilo lapidario empleado tanto en esta ocasión como en Yaruquí. No tiene mayor fuerza tal razonamiento, puesto que fue la Academia de Ciencias de París la que proporcionó la norma que debía seguirse en las inscripciones que se realizaran, de modo que los Académicos no tenían sino que llenar –digámoslo así—los vacío dejados para las anotaciones.

Creemos sinceramente que la opinión del doctor Cordero Palacios, de que fue algún cuencano el autor de la inscripción, no tiene ningún fundamento sólido en que descansar. Lo probable es que todos los geodestas , con intervención también de los marinos españoles, obrando de común acuerdo, hubiesen fijado los términos de lo que debía grabarse en el mármol, procediendo a efectuarlo así, hasta que la imprevista muerte de Don Juan Seniergues, acaecida en septiembre de 1739, impidió dejar completa la labor. Sabido es que los Académicos daban fin a las triangulaciones de Tarqui, cuando vinieron a Cuenca para asistir a la corrida de toros que, por celebrarse la fiesta de la Virgen de las Nieves, tenía lugar en la plaza de San Sebastián, donde se hirió de muerte al Cirujano de la Misión, interrumpiendo así, de manera tan brusca e inopinada, los trabajos que se llevaban a cabo. Por otra parte, no cabe la menor duda que la inscripción de la lápida se halla trunca.

Puede destacarse a Morainville como a ejecutor material de la leyenda puesta en la losa, ya que si éste era el dibujante de la Comisión, no por eso hay que considerarlo como picapedrero. Seguramente la hizo algún indio analfabeto, pero diestro en cantería, tal como sucediera en Caraburo y Oyambaro.

Tampoco consideramos admisible la creencia de que la piedra fue esculpida solo en 1792, como dice el mismo doctor Cordero Palacios. Salta a la vista que la fecha mencionada está puesta en la lápida con posterioridad al resto de la inscripción. Lo manifiesta así el lugar inadecuado en que se la ha escrito, la inseguridad del trazo en la línea, que no está de acuerdo con el resto, y la abreviatura AN., cuya terminación indica que la palabra se la ha expresado en castellano, siendo así que era forzoso ponerla en latín.
En nuestro concepto, resulta evidente que ni La Condamine, ni ninguno de sus compañeros, ni nadie, levantó en 1742 o en los años posteriores del Siglo XVIII pirámide alguna que perpetuase en Tarqui los resultados científicos alcanzados por los geodestas. Se ha hecho esta suposición simplemente por analogía con las del norte y debido a la lápida hallada en abandono por Caldas, quien con su acostumbrada violencia, sin mayor exámen, culpó a los cuencanos de haber cometido un crimen que, acaso, existió solo en su acalorada mente. Opinamos que la memorada piedra no fue, pues, nunca colocada en un monumento que en realidad no llegó a erigirse y del cual no queda ningún vestigio, ni en la historia ni en la tradición, ni en lo material ni siquiera en lo escrito por los presuntos autores y, ya que no por ellos, por sus contemporáneos.

Pero si Caldas fue injusto con nosotros, debemos reconocer que también los cuencanos lo fuimos con él, cuando en 1856 el Gobernador Rodríguez Parra mandó alzar una pirámide—que hasta ahora existe, aunque bastante deteriorada—en la que se grabó una frase ciertamente ofensiva para la memoria del sabio granadino y de la cual tuvo razón el Gobierno colombiano de protestar en los enérgicos términos que lo hizo el Ministro de Relaciones Exteriores de ese país, Don Lino de Pombo. En ella se acusa a Caldas nada menos que de haber SUSTRAIDO la piedra cuya inscripción se renovaba entonces; aseveración que la hizo aun mas grave el citado Gobernador al añadir en su discurso de inauguración del monumento que Caldas llevó a cabo tal sustracción con MANO ATREVIDA y empujado por su vanidad….

Fue el amor a la ciencia, no hay duda, el que le condujo a llevarse la piedra y a motejarnos con calificativos impropios para ser lanzados por un hombre de su talla; pero esto no nos facultaba para tratarlo tan llanamente de ladrón –digámoslo sin eufemismos—puesto que, como hemos dicho, aquella losa ni fue parte integrante de un monumento y quizá ni siquiera se trataba de una obra concluida.

En todo caso, la valía de la lápida de Tarqui es indiscutible. Sea quien fuere su autor, recuerda a la posteridad un acontecimiento de excepcional importancia en las dípticas de la Ciencia, y debería ser colocada –ya que no lo fue antas—en el lugar que le corresponde, esto es, en la hermosa hondonada del valle de Tarqui y en al mismo punto donde estuvo la capilla de la hacienda del Capitán Don Pedro de Sempértegui, a diez mil quinientas cincuenta toesas francesas de la vieja Iglesia Catedral de Cuenca, cuyos muros centenarios parecen sentir todavía la eterna nostalgia de aquella torre desaparecida en la que Bouguer, La Condamine y mas compañeros avizoraron el curso de los astros que hoy hacen séquito a su paso triunfal por las rutas de la inmortalidad.


VICTOR MANUEL ALBORNOZ

Revista “El Tres de Noviembre”

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