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Excmo. Monseñor Doctor Don Manuel Serrano Abad,

Author: Teodoro Albornoz /


Obispo Auxiliar de Cuenca

Dos acontecimientos trascendentales ha celebrado últimamente la Ciudad: la promoción episcopal de uno de sus sacerdotes beneméritos y el centenario del nacimiento de un varón llamado a darle como ninguno lustre y celebridad, como que está en camino de recibir una consagración universal.

El júbilo que, con tal motivo, ha demostrado Cuenca tiene claro fundamento de razón, porque los dos hechos aludidos se enraízan profundamente en el prestigio tradicional de un pueblo que, a través de cuatro centurias, ya ha demostrado su envergadura para ir en constante superación.

Los hechos no hay que juzgarlos aisladamente en la Historia: ellos se concatenan y todo tiene una causa para producir un efecto. En el caso de que se trata, no hay que ver sólo la exaltación de dos personajes en forma aislada, sino que, penetrando en los antecedentes sociológicos que la determinan, es preciso remontarse hasta encontrar los fundamentos que la producen.

En los entusiastas homenajes que se acaban de rendir a un varón que duerme ya su sueño de justo y a otro varón que es ahora modelo de actividad sacerdotal en su tierra, no hay que hallar sólo el triunfo del Hermano Miguel o de Monseñor Manuel Serrano Abad. Hay un triunfo mayor, que, por más alto, los enaltece aún mas: es el triunfo de un pueblo que ha vivido cuatrocientos años, o, mejor, es el triunfo de una Cultura que se acendró durante cuatro siglos.

Francisco de Febres Cordero, el humilde Hermano Miguel, resume el espíritu religioso de Cuenca, pero lo resume igual que el líquido sometido a la alquitara: lo purifica en tal forma que el hombre casi desaparece, para dar paso al serafín humano. Es el santo, el que ya está subiendo con sus pies contrahechos los peldaños del Altar; pero no es sólo el asceta, el que macera sus carnes con el cilicio y la mortificación, el que se abstrae en la plegaria y tiene fijos los ojos en el Cielo. Nó. Es también el educador, el abnegado maestro de escuela que siembra en los corazones de los niños la simiente de las cosechas óptimas del mañana. Es un sembrador de luz, que ahuyenta las tinieblas de las mentes y pone clarores de bondad en los corazones que levanta y fortifica. El Hermano Miguel, por cualquier lado que se le examine es un paladín de la Cultura.

El Excelentísimo Obispo Auxiliar de Cuenca, Monseñor Manuel Serrano Abad, es la representación arquetípica del Clero Cuencano, de ese Clero que dio Prelados de la importancia de José Ignacio Ordóñez, de Miguel León Garrido, de Andrés Machado, de Guillermo Harris, de Alberto María Ordóñez; de ese Clero que salieron hombres de la talla de Julio Matovelle, de Juan y Víctor J. Cuesta, de Joaquín Martínez Tamariz y de Nicanor Aguilar, citando sólo a los contemporáneos ya fallecidos. Serrano Abad maneja la pluma pulcra del literato. Su palabra en la cátedra sagrada resuena unciosa, pues que la anima profunda versación teológica vertida en raudales de armonía y elocuencia. Pero no se limita tampoco a las excelencias del verbo. Sabe que su apostolado tiene que ser apostolado del siglo en que se agita, de ese tremendo siglo veinte, en el que a los problemas de la conciencia de la persona hay que añadir los hondos problemas de la colectividad amenazada por el hambre y transida de angustia.

Y, por eso, su acción social se derrama, benéfica, incesante, como cobijando con la plácida sombra del Evangelio a los que buscan el amparo de su cayado pastoral, en el que también luce como gema la flor de la Cultura.

En las fiestas que acaban de pasar ningún cuencano se sintió excluído, antes formóse la convicción de que era partícipe obligado de ellas, pues que su solemnidad provenía de que eran regocijo íntimo del pueblo en su total integridad de pueblo que se enorgullece de sus auténticas glorias.

Los homenajes tributados al Hermano Miguel y a Monseñor Serrano Abad, que nadie pudo prever que se realizaran casi conjuntamente, obedecen a la lógica inflexible de obedecer a los mismos antecedentes. Ambos hechos—un Príncipe de la Iglesia, que comienza a serlo, y un Héroe de la Santidad en trance de subir a los Altares—no son sino la culminación de dos vidas que, por distintos caminos concluyentes en una misma meta, cumplen igual misión: acrecentar el prestigio de Cuenca mediante un triunfo que, en el fondo, tiene para esta Ciudad el hondo significado de constituir el triunfo de su Cultura.

VICTOR MANUEL ALBORNOZ
“El Demócrata” Cuenca, 16 de Enero de 1955

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