Vayan estas palabras de
optimismo para la murria de
Don César Peralta Rosales.
optimismo para la murria de
Don César Peralta Rosales.
Tanto hase repetido—i personas sesudas en tales achaques lo dijeron- que el camino de la vida es camino recubierto de espinas, que es fuerza rendirse a tal aserto.
Mas graves filósofos i pensadores poetas reconocieron, así mismo, que no por ello había de negarse que, en veces, se encuentran también flores que a la prodigalidad, unen lo rozagante del color.
Nadie ha sido asaz sin ventura para no haber tenido en el yantar del infortunio siquier pequeño manjar de risa y de contentamiento.
Los que pertenecen al vulgo, que es como decir los hijos de la natural poesía, encerraron en decires humildes i sencillos i en creencias y supersticiones repletas de peregrina gracia, tal vez la ciencia no allegada por sabios y eruditos. Ellos—para expresar la dicha que, de tarde en tarde, viene a visitarnos- imaginaron que el hallar un trébol de cinco hojas significaba alejamiento de sombras i aglomerarse de lumbre. I a fe que tuvieron razón esos que raciocinar no saben, pero que, nutridos por la madre naturaleza, tienen la divina inconsciencia guiadora de sus pasos hacia las eternas metas de la verdad.
Todos encontramos—merced a limosnas de la Altura- el trébol que, oculto por zarzales i entre espadañas. Logramos avizorar cuando, al caer la lluvia, seguimos cabalgando en el rocín de las horas.
Quien no tuvo tal fortuna—auque aplastado por los años- mentiría si dijese haber vivido. Quien en los fulgores de agitada mocedad no hubiese hurtado besos de labios i de ojos, i no se hubiere bañado en manantiales de soledad i poesía como en hartazgos de locura: bastante menguado fue sin duda cuando no logró acaparar para si lo que los otros despilfarraran.
Sabido es que la vida consiste en saber vivirla. No alcanzar lo que a mano está demuestra falta de energía o sobra de necedad. Así el ornarse de pámpanos o el coronarse de laureles, sólo dicen del aliento del que los conquistara i no de la influencia de la fatalidad—nombre que a la inepcia inventara en momentos de vitanda pequeñez.
Apoyo de madre nos dio el Cielo, en junta de alivio de mujer i consuelo de amigo, i, como si no bastase, puso algo inconocido en la mente i algo vaporoso i dulce en el corazón: el númen i el tesoro del recuerdo.
Ánimo tenemos para pisar cardos i despreciar oropeles, i no es digno que, lamentándonos, sestiemos cuando, si lejos, enguirnaldado de esperanzas emerge el cúlmen codiciado.
Bueno está que poseamos un día a la Tristeza, pero no sea ella inseparable compañera en este huerto del mundo, donde si muestran amarillas languideces las rosas marchitas, es más fácil dormir a la sombra brindada por el verde follaje de los árboles.
Tachadura de sandio merecería el que se complaciera en conservar el aguijón que clavárale la crueldad de una flor, i no se la quitara dejando que el encantamiento le haga conocer de llagas y podres.
¿Por qué soportar yugos, si podemos arrojarlos?
No salterios de amargura, triunfales himnos debemos agolpar en la garganta, i, al hombro la piqueta, proseguir la jornada, apenas deteniéndonos o mejor evitándolas, al hallar vallas de dolor.
Varón apocado al que amedrentan heridoras caricias de espinas, al que ponen livor en el rostro las fantasmagorías de la tiniebla.
Creado fue el pecho para nobles ideales i el brazo para heroicas hazañas. Felón el que se oculta a la vista del palenque i, distante de él refocilase malgastando este carisma de hidalgueces que en todos hay.
Las penas no son sino señuelos que se colocan en la vida: sólo atraen a los que, inadvertidos o encanallecidos, descuidan el laboreo del espíritu.
¿Se vio a Don Quijote desconsolarse y plañir cuando fue desnudado el ensueño de la noche en que le hicieran pensar altivas aventuras los mazos de batanes?
¿En Tarascón de Ródano, hubo lágrimas en los ojos o flaqueza en la voluntad del admirable Tartarín, tras el fracaso de todas sus ambiciones?
¿Por qué este afán en mentirse quebrantos, en creer oír ruido de alas rotas, i músicas de entierro, i paladas de sepulturero?...
Veamos la realidad. Dejemos romanticismos de poetas, i escalemos cumbres, atropellando nubes, acallando tempestades, desquiciando estrellas, pasmando a los dioses.
I si rodamos en polvo de mezquindad, no faltarán Náyades compasivas que honren nuestra memoria, como no faltaron en la sublime necedad de Faetón rigiendo el claustro del sol…
Mal aventurados los ciegos que no supieron ver lo grande y lo bueno que se oculta en el fango de lo raquítico i perverso: los que tronchando las flores, las buscaron inútilmente; los que oyendo las trompetas que llamaban a lucha, fuéronse al ocio enervador; los ruines que fabricar no supieron alcázares de orgullo o siquier cabañas de regicijo.
I muy con ventura nosotros, los soñadores que tuvimos en la fatiga i en la sed alientos de brisa i agua confortadora; los que ahuyentamos la incertidumbre con el blandir de la tizona; los que encerramos la blancura y el negror en la caja musical de una canción!
Nosotros continuamos la ruta – agobiados por sol tropical o entumecidos por ventisqueros invernales- llevando el trébol de cinco hojas que halláramos entre espadañas i que, dulcemente, lo hemos colocado junto al corazón, a manera de bálsamo o de amuleto que restaña las heridas del alma o de no preserva de lo inconocido, que puede clavarnos su zarpa formidable en la encrucijada del vivir.
VICTOR MANUEL ALBORNOZ.
“Hacia el Ideal” N° XIII Noviembre 1915
Escrito en el más bello día de primavera.
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